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Columna
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Picos de paja

Ya se comprende que los candidatos no pueden estar siempre en gracia ni exhibir a toda costa cualidades retóricas que no poseen. Incluso los más cualificados suelen arrastrar días malos, actuaciones desafortunadas que los electores habríamos de juzgar con indulgencia. Al diputado del PP en ciernes por Alicante, el héroe de la toma de Perejil, Federico Trillo, por ejemplo, no se le debe juzgar severamente por los disparates a que le aboca su facundia. Ya tiene bastante penitencia con haber quebrado su escalada política debido al desmañado ejercicio de la ironía o el sarcasmo. Él le pone voluntad, pero los genes no le han dotado de las cualidades idóneas para cautivar al vecindario. En cambio, todo hay que decirlo, es un maná como inspirador de titulares de prensa y carnaza de tertulias.

Tampoco suscitará muchas adhesiones, más allá de las obligadas por la militancia compartida, la joven Leire Pajín, un talento político precoz que únicamente han sabido descubrir en Madrid. No obstante, merece su oportunidad y es probable que, andando el tiempo, se familiarice con las entretelas de la circunscripción por la que se presenta. Mientras tanto, le convendría ser prudente y no incitarnos a fantasear proclamando que "la ola del cambio es imparable". ¿Tiene alguna información demoscópica exclusiva y favorecedora de la izquierda que emerge, o se refiere al cambio que se pespunta sine die? Esto del cambio imparable nos evoca aquello de "no pasarán", y ya se vio.

Con muy otro rasero hay que medir los delirios de Eduardo Zaplana. Hemos de suponer -y anticipamos la atenuante- que sus eventuales delirios se deben al ritmo mitinero infernal que despliega y al canguelo que le decantan las últimas encuestas de opinión. Pero en algunos apartados del argumentario se excede lo inimaginable en un gobernante de su experiencia. Y ya no por el calumnioso juicio de intenciones con que crucifica a Carod Rovira, que es el eje de la campaña conservadora, sino por el Apocalipsis que prevé para los valencianos si el PP no gana las elecciones. Nada menos que está en juego, dice, nuestra identidad como pueblo, amenazada por la "sangonera" catalana. ¿De qué identidad hablará el ex president? En cuanto a que pida los votos de los votantes del PSOE de buena fe, resulta irrelevante: todos los beatos son suyos.

Y de entre la abundosa miscelánea de propuestas electorales notables y descerebradas no podemos soslayar la del molt honorable Francisco Camps, quien por fin va involucrándose en la guerra por el voto. Algo ha de hacer el hombre, siendo así que tiene a todo el Gobierno metido en la campaña y con la Administración echa unos zorros. Él no ha querido ser menos y se ha dejado caer con una humorada, recomendándole a Rodríguez Zapatero que cambie el logotipo ZP por el MM debido a que "manda Maragall". Vaya por Dios, a eso se le llama mentar la soga en casa del ahorcado. Si Pasqual Maragall manda, es un suponer, sobre el candidato del PSOE, ¿cómo habríamos de describir la dominación, control, desestabilización y tutela que el ministro de Trabajo y ex presidente Zaplana ejerce en esta autonomía y en este Consell? Mejor le irá al prudente Camps atenerse a su estilo comedido, no vaya a ser que, como ahora, los masclets dialécticos le estallen en la mano por falta de oficio y malicia. Además, ¿qué necesidad tiene de sumarse a este zafarrancho, si con él no se han contado?

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