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Columna
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Bar en campaña

Los veteranos del bar no recuerdan una campaña como ésta, y por eso cuentan sus batallitas de antaño y rememoran los nombres de los políticos de ayer como los aficionados a los toros cuando evocan las mejores faenas de los maestros retirados de los ruedos y se permiten las más hirientes comparaciones con los torerillos de hoy. En un extremo de la barra se oye una voz aguardentosa de carajillo que, con un deje de añoranza, expone: "¿Os acordáis de aquElla del Guerra cuando dijo...?". Se trata de una falsa interrogación, pues el hablante piensa contestar la pregunta en la misma frase, al margen de que sus compadres recuerden o no la anécdota del diestro sevillano y sus estocadas verbales. El arco, el espectro, político del bar de la esquina varía mucho según las horas del día; la izquierda predomina en los desayunos y la derecha se impone, rozando la mayoría absoluta en las meriendas; la clientela del aperitivo es variopinta y alborotadora y su algarabía dificulta la evaluación de las tendencias, la sobremesa es conservadora y la noche suele acoger las controversias intelectuales más apasionadas, que se disuelven en discusiones de madrugada a la luz de las farolas esquineras, cuando el bar echa definitivamente el cierre.

Pero ésta es una campaña rara en la que se echa en falta la pasión y el entusiasmo de otras, con una izquierda, al menos la representada en el bar, que anda bastante mohína y con pocas ganas de pelea desde que ZP dijo aquello de que no gobernaría si su partido no era el más votado. Esta corriente depresiva que circula entre socialistas e izquierdistas reconforta a la derecha, pero se trata de una satisfacción interior que raras veces se exterioriza; fieles a sus principios, los conservadores prefieren dejar las cosas como están y no remover las aguas y no calentar los ánimos de sus rivales. En vez de las agarradas dialécticas y a veces literales de antes, hoy lo que se lleva son breves intercambios irónicos, pullas y alfilerazos verbales como el que le espetó el otro día Félix, decano de los camareros del local, a Churruca el de la Caja de Ahorros, que acababa de endilgar a la parroquia circundante un exordio sobre la bonanza económica que soplaba sobre España como una refrescante brisa desde que nos gobierna el PP: "Pues si tan bien os va económicamente, no sé qué esperas para pagarme la cuenta, por lo menos la del mes pasado".

Retrocede Churruca ante el envite, pero es demasiado tarde; momentáneamente reanimada ante la visión de la sangre fresca, el ala izquierda se apunta al ataque: "Eso, a ver si te toca algo, porque tú mismo dices que no llegas a fin de mes y que tu hija, la que hizo Económicas, hace las prácticas en un burger".

Son pequeñas tormentas de primavera sobre una campaña a la que aún no ha llegado el deshielo. "Un día de éstos se tiene que destapar algo gordo", viene diciendo Venancio, representante de la izquierda optimista desde que se convocaron las elecciones, pero el plazo se cumple y la sorpresa no irrumpe en el desangelado paisaje. Este Venancio, irreductible al desaliento, ha pergeñado de su propia cosecha una hipótesis de lo más peculiar sobre las intenciones postelectorales de ZP: "Ya sabéis -expone- que con las chorradas esas de la ley de D'Hondt, a mayor número de votos no se corresponde necesariamente el mayor número de escaños, y pudiera suceder que el PSOE tuviera menos escaños que el PP pero más votos; entonces Zapatero podría gobernar en coalición sin romper su promesa".

A la salutación del optimista responde en alta voz uno de sus correligionarios: "Muy bueno lo tuyo, Maquiavelo; ahora cuéntaselo a él para que se entere". Los marianistas tratan de distraer la atención de las masas (60 personas el aforo completo) sobre asuntos extrapolíticos, el bíceps femoral de Ronaldo frente a los juanetes de la Aguirre, los preparativos de la boda principesca, el bautizo noctámbulo de la hija del torero o las escandalosas revelaciones sobre famosas televisivas que se dedican en ratos perdidos a la prostitución de lujo. Estos tres últimos asuntos emergen preferentemente en el sector meriendas, que no está tan despolitizado como podría parecer a simple vista. Los intentos de boicoteo sobre la persona de doña Montse, peluquera y catalana, instalada hace tiempo en el barrio, demuestran lo contrario, desde que la aludida efectuó un comentario favorable a Maragall y desde entonces le llaman "La tripartita" y le preguntan con muy mala uva por la salud del señor Carod y familia política todas las tardes. Cualquier día de éstos, la tenemos montada. Porque nos falta "seny" o "sentit comú", como dice el señor Durán.

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