"La Universidad está despertando de su letargo"
Habla alto y claro. Trata de evitar las esquinas, pero acaba por decir las cosas que piensa, a pesar de la incomodidad que experimenta a la hora de pronunciarse sobre algunas realidades contumaces. En ningún momento ha perdido una sonrisa aparentemente distendida; sólo cuando la grabadora se apaga.
Pregunta. La relación entre la política y la Universidad es quizá una de las realidades más tópicas y manoseadas en nuestro país desde la transición... Me gustaría saber si esa relación ha cambiado, como tantas cosas, en los últimos años.
Respuesta. Como primera aproximación a la situación actual, le diré que la Universidad ha perdido la capacidad para ser un referente social, cultural y político en nuestro país. Por eso yo reivindico, junto a otros muchos rectores, la necesidad de que se recupere ese papel. Es curioso que esto que usted me plantea, la relación entre la política y la universidad, ya lo valoraba Ortega y Gasset cuando afirmaba que una de las funciones, radicales y claras, de la Universidad no sólo es la de la docencia y la investigación, sino la del liderazgo, del liderazgo cultural. Y eso se ha perdido, y mucho, en los últimos tiempos, en los que se ha orientado la Universidad casi exclusivamente a la transmisión y generación del conocimiento, pero no al debate, a la reflexión, a las ideas, a la vida creativa y cultural... Pero creo que empieza a haber signos de que ese papel se está empezando a recuperar. Y no sólo como institución, sino también entre los estudiantes, que han pasado una época de pasividad, de aislamiento, de individualismo muy fuerte; ahora comienzan a repuntar otra vez comportamientos colectivos, sensibilidades nuevas. Están apareciendo movimientos importantes, que tienen que ver con problemas ambientales o solidarios, o de cooperación, o de voluntariado...; sin embargo, no se está originando en la Universidad un debate político sobre opciones políticas concretas, y creo que había que recuperar esa voz de la reflexión política porque la universidad debería ir un poco por delante de la sociedad, durante un tiempo ha ido por detrás.
"No se está originando en la Universidad un debate político sobre opciones políticas concretas, y creo que había que recuperar esa voz de la reflexión política"
"Se les ha transmitido a los universitarios un concepto mercantilista de la vida y de la Universidad, concebida sólo como un medio para obtener un empleo"
"El problema no está en que se autoricen universidades privadas; el problema está en que a todo estudiante se le pueda ofrecer un sistema público de mucha calidad"
"Hoy estamos viviendo el problema de la 'sobrepreparación' sin salidas. Y creo que se está desmoronando aquella mitificación del liberalismo"
"Ahora la Universidad necesita calidad en lugar de cantidad, más recursos para formación e investigación; que se promuevan planes y proyectos"
R. Sí, sí..., yo diría que, después de los años de la explosión de una actividad política tan intensa como fue la que correspondió a la larga etapa de la transición, pues... la verdad es que la sociedad, al tiempo que crea otros foros de actividad política de la vida democrática, ha creado un sistema muy duro. Les ha transmitido a los universitarios una concepción muy mercantilista de la vida y de la Universidad, concebida tan sólo como un medio para obtener un empleo. Desgraciadamente, hemos convertido a los estudiantes en una especie de clientes y ellos han reaccionado comportándose como consumidores.
P. Me pregunto hasta qué punto la Universidad se sintió, o no, implicada en aquel proceso de entusiasmo colectivo que significó la llegada de los socialistas al poder en los años ochenta...
R. Pues... creo que aquellos años se vivieron con entusiasmo también en la Universidad, pero que, como también pasó en el país, se fue diluyendo ese entusiasmo... se provocó un desencanto, una decepción al final, no sólo por la actuación política de los socialistas, sino también por una determinada dinámica social. Lo que explica la dificultad de la recuperación de ese entusiasmo que generaron los socialistas. Es que, sin duda, recuperarse de los desencantos lleva más tiempo que encantarse.
Los jóvenes de aquella época pudieron sentirse identificados con unos principios, con una forma de ver la sociedad de los dirigentes políticos, pero al mismo tiempo comprobaban cómo esa sociedad les exigía como individuos que respondiesen a unas pautas distintas. Unas pautas que tenían que ver con el éxito profesional, con el dinero... no hay que olvidar que aquélla fue la época en que... Solchaga dijo aquello de que éste era un país en el que cualquiera podía hacerse rico rápidamente... Triunfaron los mensajes del éxito muy vinculados a la carrera profesional, se estaban emitiendo señales a la sociedad muy distintas a lo que era el núcleo ideológico que había inspirado un proyecto político y también respecto de la ética que lo sustentaba. Eso terminó por prostituir los mensajes, cada vez más reducidos a un concepto netamente mercantilista de la Universidad, de las metas y los objetivos de los estudiantes. Se rompió la esencia de la Universidad
R. ¡Sin duda! Porque el resultado fue una política en la que se marcaba una única dirección en las aspiraciones de muchos jóvenes, un proceso de individualización, de distanciamiento de lo colectivo. El éxito comenzó a concebirse como algo medible por unos indicadores de prestigio y reconocimiento social,cuando creo que se deberían haber valorado otros signos, como la gratificación intelectual en todas sus manifestaciones, desde la investigación hasta la creación literaria. Pero también es cierto que las políticas de los años ochenta lograron un objetivo realmente revolucionario en este país, como fue la universalización de la enseñanza universitaria. Yo mismo me considero un producto de ese logro. Hijo de maestra y de minero, hoy soy rector de la Universidad de Oviedo, y le puedo asegurar que como mi caso hay muchos, y que esa generalización de la enseñanza universitaria ha favorecido trayectorias personales y académicas que no se hubieran dado sin ese fenómeno del acceso masivo a la Universidad, que eran impensables en otras etapas anteriores. Ahora hay que preservar esa conquista.
R. Bueno, todo tiene claves, razones... La verdad es que el entusiasmo que se había producido respecto a los cambios sociales, pero sobre todo hacia la percepción de que se había puesto en marcha un proyecto de país diferente, se fue sustituyendo progresivamente por un distanciamiento, una abierta decepción. De ahí surge un verdadero auge de las ideas conservadoras, como una especie de movimiento pendular imparable en el que el individualismo es determinante, y además se pone en valor una abierta mentalidad liberal, legitimada por el discurso de la modernidad, que llega a imponerse como desprestigio de los valores de izquierda como obsoletos, superados... Es la época en la que empiezan a cotizar esos términos que tanto queremos los economistas, como la eficiencia, por ejemplo. Pero se olvida otro concepto, más valioso desde mi punto de vista, como es la equidad, que quedó totalmente arrumbado. Era la época de los mariosconde y de los señuelos del triunfo, de los modelos a imitar. Pero no era la universidad, sino la sociedad entera la que estaba cambiando... ahora los universitarios llevan tiempo percibiendo que desgraciadamente, después de haber hecho lo que la sociedad les pedía, tampoco encuentran recompensa a tanto esfuerzo. Y eso les está abriendo los ojos. Porque cuando un joven acaba su carrera hoy, después de haber trabajado muy duro, se encuentra con que las dificultades para trabajar son enormes, y eso le produce una frustración terrible. Hoy estamos viviendo el problema de la sobrepreparación sin salidas. Y creo que se está desmoronando lentamente aquella mitificación del liberalismo que fue determinante en el cambio político.
P. Determinante y... contradictorio. Me refiero al hecho de que la Universidad (aquel penoso incidente del abucheo a Felipe González sería algo más que un síntoma) llegase a avalar el triunfo de una opción conservadora.
R. Para entonces, la Universidad había abandonado su papel de lugar de reflexión, probablemente porque se convirtió en lugar de mero acopio de conocimientos y no de creación de ideas. Se había gestado un verdadero reduccionismo, un empobrecimiento alarmante del papel de la Universidad, una clara inhibición de su papel como instrumento de debate. Paralelamente, la Universidad comenzaba a interiorizar algunos mensajes que se habían extendido en la sociedad y que comienzan a poner en cuestión las vigencias de las políticas del Estado de bienestar para ser sustituidas por las modernas recetas liberales. Todo influye y coincide... En cuanto a aquel incidente con Felipe González, creo que, entre otras cosas, debió de ser algo realmente muy duro para un político que durante tanto tiempo había sido un maestro en convencer. Aquello demostró dos cosas: que la Universidad es plural y reflejo de la sociedad, y que los políticos ignoran mucho la calle...
P. Han pasado ocho años desde entonces. Los suficientes como para que usted pueda hacer un diagnóstico de la situación actual de la Universidad y del nivel de expectativas satisfechas por un cambio político tan claro...
R. Pues... es que todo es bastante complejo. Probablemente,la Universidad proyecta en todos estos años una imagen de atonía hacia el exterior. Pero en la vida interna hay en estos momentos mucha efervescencia. Es verdad que los mensajes que dominan se han orientado hacia el segmento liberal conservador, y que hay unos niveles de implicación política muy bajos, con una vida de debate y de reflexión escasa...; pero no hay que olvidar que en los años socialistas se había producido una transformación importantísima hacia el cambio, al desarrollo y a la mejora de la universidad. Precisamente a partir de la Ley de Reforma Universitaria, la tan denostada LRU. La verdad es que el proceso de modernización de la Universidad ha sido grande, aunque no aflore en el discurso político. Pero es ahora cuando las necesidades se revelan como algo realmente acuciante...; por ejemplo, ahora la universidad necesita calidad en lugar de cantidad, más recursos para formación e investigación;que se promuevan planes y proyectos que permitan aprovechar la capacidad de conocimiento de los titulados. Porque lo cierto es que se está desaprovechando lamentablemente un capital enorme. La Universidad necesita definirse en un nuevo contrato social en el que, a cambio de recursos, que los necesita perentoriamente, comprometa su eficacia. Hay que exigir una actuación de los poderes públicos en la que las políticas universitarias no se tomen unilateralmente, sino que sean una auténtica cuestión de Estado más allá de estrategias circunstanciales.
P. En esta etapa conservadora, han sido políticos los que han revuelto mucho las aguas de los estamentos responsables de la Universidad, invadidos por un intervencionismo que contradice el espíritu liberal del que se ha hecho gala.
R. Es que... la vida está llena de paradojas. Puedo compartir ese diagnóstico que usted hace,como también es algo evidente que los rectores hemos tenido mucho que ver con la proyección externa de la Universidad,pero también con la defensa de su autonomía. Frente a nuestra posición, la respuesta de la Administración ha sido la de acusarnos de endogamia sin más. ¿Intervencionismo? Efectivamente, nosotros, sobre todo los rectores de la Universidad pública, hemos detectado y denunciado el intervencionismo que se ha plasmado en la LOU, y ahora tratamos de cumplir esa ley, porque no podemos hacer otra cosa,intentando paliar los problemas que se van provocando. La verdad es que no sé, o no entiendo muy bien, las intenciones de los poderes públicos para actuar como lo están haciendo; lo único que puedo hacer es valorar sus resultados. Y los resultados son los derivados de una absoluta falta de sensibilidad para el consenso, para producir acuerdos sobre la organización de la universidad y una decidida voluntad para desarrollar esa política de forma unilateral.
Y, bueno, lo que está pasando es que algunas universidades expresan su descontento y otras no (por razones más de índole político que de otra naturaleza). Este problema, que es grave, es un hecho constatable. La verdad es que han cambiado, unilateralmente, las leyes que definen el servicio que las universidades tenemos que prestar sin que se hayan modificado paralelamente los mecanismos de financiación. Y esto es muy importante porque a la hora de la verdad la voluntad política se expresa en los Presupuestos; los objetivos, como la calidad, sin recursos son mera retórica y conducen a la frustración social. Se han hecho grandes reformas que no han tenido arropamiento, que no han tenido apoyo ninguno y que nos sitúan a las universidades, sobre todo a las universidades públicas, en situaciones realmente difíciles. Al final, todo esto está contribuyendo a diferenciar y a segmentar el sistema universitario español, porque es posible que unas universidades tengan más acceso a unos recursos y otras menos, pero no ha habido una igualación clara por la base, no la ha habido.
P. Sigue sin pronunciarse usted sobre cuáles son las razones últimas de esas políticas impuestas a la universidad...
R. Pues... ¡de verdad que no las conozco...!, serán las convicciones y el modelo que tienen ellos de la universidad; la verdad es que nunca explican en qué consiste ese modelo. A veces pienso que están tomando decisiones sin saber muy bien ni las implicaciones que tienen ni adónde conducen.
P. Eso se llama arbitrismo. Y en la Universidad, como en todo, puede producir injusticia, ¿no?
R. Pues... efectivamente, no es que haya producido resultados muy favorables, sino todo lo contrario, esa forma arbitraria de gobernar; eso está muy claro. Y... mire, me parece grave no poder saber qué quiere hacer este Gobierno con la Universidad, pero sí le puedo asegurar que los rectores sí sabemos, muy bien, qué necesita la universidad de los poderes públicos. Se trata de que sean capaces de dar una respuesta clara a nuestros grandes desafíos: la adaptación al sistema europeo,un nivel de calidad para el que necesita perentoriamente recursos económicos, y, desde luego, autonomía, que la tenemos garantizada por la Constitución, pero que sin recursos es una quimera, una continua fuente de frustración que provoca una clara situación de desamparo. Lo que la Universidad necesita es, sobre todo, criterios claros. Porque la universidad tiene que ser muy diversa, porque se ha acabado el tiempo de las uniformidades; pero con dos premisas: que es bueno competir, pero siempre que se nos den las mismas oportunidades en el punto de partida, y que se establezcan mecanismos reales y operativos de coordinación. De lo contrario estaremos fragmentando peligrosamente el sistema y tendremos 17 sistemas universitarios en España.
P. Lo que sí parece es que las políticas conservadoras están favoreciendo, con fervor, casi hasta lo grotesco en algunos casos, la proliferación de universidades privadas. Me pregunto, le pregunto, hasta qué punto esa política está minando el futuro de la Universidad pública...
R. El hecho cierto es que en los últimos años ha crecido el número de universidades privadas, hasta el punto de que ahora hay 50 públicas y 21 privadas. ¡Y eso en seis años! Yo represento a las universidades públicas y también a las privadas, pero creo que la división que ha de establecerse deberá ser entre universidades buenas y malas. Respeto que haya universidades privadas, pero soy, y siempre seré, un absoluto defensor de un potente sistema público de enseñanza universitaria de la máxima calidad. Por eso tengo que insistir, hasta dramáticamente si es necesario, en la necesidad de la financiación. Porque el problema no está en que se autoricen universidades privadas; el problema está en que a todo estudiante que quiera se le pueda ofrecer un sistema público de mucha calidad. Y para eso hacen falta recursos que no llegan desde la Administración. Ahí está el riesgo, el incierto futuro de la Universidad pública en España.
P. Quizá se esté buscando en la fragmentación de la Universidad un elemento de neutralización de la conciencia crítica.
R. Bien... pues si es eso lo que se pretende, que no lo sé, y si la Universidad puede volver a ser un factor de, digamos, incomodidad para el Gobierno, para cualquier Gobierno, deberán asumir que esa conciencia crítica es lo propio de la Universidad. Creo que la Universidad cumple verdaderamente su papel cuando no se somete ni al poder ni a las creencias.
La Universidad como razón de ser
JUAN ANTONIO VÁZQUEZ GARCÍA, nacido en Aller (Asturias) hace 51 años, casado y con un hijo, es presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas desde junio de 2003. Un cargo para el que el ya había hecho un decisivo "rodaje", desde su vicepresidencia, en el año anterior. Su talante conciliador y sin aristas generó en torno a su candidatura el valor que más estima como elemento de convivencia: el consenso.
Doctor en Ciencias Económicas y Empresariales, decano y rector de la Universidad de Oviedo, director de la revista asturiana de economía, miembro del patronato de la Fundación Príncipe de Asturias, Vázquez es un reconocido especialista en el estudio de sectores en reconversión y de reindustrialización en zonas en declive económico, y ha presidido, en dos ocasiones, la mesa negociadora del convenio colectivo de Ensidesa, actual Aceralia.
Responde al perfil más definitorio de un asturiano con raíces duras, porque es hijo de una maestra y de un minero que siempre le empujó a que no se quedara en aquello... y no lo hizo. Porque Vázquez eligió un lugar y una dedicación como su verdadera y vocacional razón de ser: la Universidad. A ella, a la Universidad pública, sobre todo, le dedica sus más denodados esfuerzos y horas de trabajo..., y ello con mayor mérito si se tiene en cuenta que su condición de presidente de la CRUE le exige un complicado equilibrio en la atención a los intrincados intereses de esa imparable eclosión de las universidades privadas que le han entregado su representación y su confianza. Pero Vázquez es capaz de actuar con habilidad y sentido de la moderación, sin ocultar una opción progresista que va unida a su condición de intelectual enemigo de las equidistancias... amante de la fotografía, futbolero del Real Oviedo y, por supuesto, del equipo de la Universidad, devora desde jovencino a los autores latinoamericanos, y a Saramago y a Muñoz Molina y a Carmen Martín Gaite. Y tiene como libros de cabecera a "sus" asturianos Clarín, Pérez de Ayala, y aquel reformista avanzado que en el siglo XIX fue Adolfo Posada. Partidario de las políticas públicas "fuertes", Vázquez es un economista vigilante de los errores que no perdonan el paso del tiempo, de las recetas que un día fueron mágicas.
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