Sin debate
A PESAR DE TANTO ensayista entretenido en dibujar la sociedad española como mayoritariamente pasiva, manipulable, amnésica y afásica, perpetua nostálgica de caudillos y conductores de pueblos, es lo cierto, sin embargo, que nunca hemos contado con más debates, ciclos, conferencias, mesas redondas, sobre los temas más variados, con asistencia de públicos muy diversos; nunca hemos disfrutado de la presencia de tanta gente opinando en los medios de comunicación, en columnas de periódicos, en tertulias de radio; nunca han llegado al mercado tantos libros ni se han publicado tantos números monográficos de revistas, tantos dosieres sobre tantos temas; nunca se han dedicado tantos recursos a discutir cuestiones de interés público.
Es posible que todo esto, sumado, no sea más que un despilfarro, puesto que, como es notorio, los españoles carecemos de cultura cívica, o eso al menos afirman distinguidos teóricos de la cultura cívica. Aun así: pocas sociedades habrá en las que se discuta tanto, en las que cada cual emita sin problemas desde altavoces públicos una opinión, incluso no necesariamente documentada, con la seguridad de que tendrá de inmediato la réplica encima de la mesa. Si tenemos la escena pública, sustancia de la famosa sociedad civil, tan repleta de voces, será porque las posibilidades de debatir se han multiplicado hasta el punto de convertir en interminable objeto de controversia los peligros que acechan a la libertad de expresión.
Si esto es así, ¿por qué les cuesta tanto a los políticos debatir aun en tiempo de elecciones, cuando sería lo más normal del mundo que nos atiborraran con debates? El Parlamento, como bien se sabe, no es precisamente lugar de discusión, salvo en contadas ocasiones. Las sesiones de control no controlan nada, asfixiadas en un formato que parece ideado para las antiguas escuelas de primaria. En las televisiones o en las radios es muy raro que coincidan políticos de diferentes partidos para discutir sobre cuestiones de interés público. Ni que decir tiene que las entrevistas se encargan a periodistas complacientes, incapaces de repreguntar y poner en dificultades a su interlocutor. De manera que un país tan amante de la discusión se encuentra, por mor de los políticos, ayuno de debates entre políticos.
Mariano Rajoy se niega a debatir con Rodríguez Zapatero. Ya es admirable que pueda negarse, que no tengamos una normativa o, mejor, un hábito que obligue a los candidatos a la presidencia del Gobierno a mantener debates en los medios de comunicación; más admirable aún es que se niegue siendo su rival, como dice, tan poca cosa. Pero lo que bordea el fraude a los electores es la ocurrencia echada a rodar en esta ocasión para justificar tan vergonzosa huida. Como informa el brillante director de su campaña, en España no hay dos alternativas en igualdad de condiciones. Hay el PP y hay otra que es un batiburrillo: habría que organizar un encuentro entre el candidato del PP y todo el batiburrillo. Y así no habría manera de entenderse.
De modo que no debatas, desprecia: tal es la consigna. Lo bueno es, sin embargo, que al sustituir debate por insulto, los dirigentes del Partido Popular, armados con su mayoría absoluta, han creído que todo el monte era orégano y han echado la lengua a paseo. Si se hubieran sentado a debatir, no habrían calificado de asesinos, o amigos de asesinos, a sus adversarios; ni les habrían llamado a la cara borrachos, hartos de vino; ni habrían alardeado de cruzados de Perejil; ni habrían podido seguir mintiendo sobre lo dicho acerca de las armas de destrucción masiva; ni se hubieran visto obligados a rectificar tanto lapsus linguae, que es la manera fina de llamar a las meteduras de pata, que a su vez es la manera metafórica de decir inconvenientemente lo que de verdad se piensa. Pues, mira por dónde, con tanto negarse a debatir y con tanto írseles la lengua, hemos llegado a conocer el verdadero, recóndito, burdo pensamiento de un buen puñado de ministros y de algún presidente de comunidad autónoma del Partido Popular.
Y es que, como decía Franco, no hay mal que por bien no venga: la ausencia de debate habrá servido para que todo el mundo sepa lo que piensan en su fuero interno gentes como Trillo, García Valdecasas, Zaplana, Acebes, Valcárcel y hasta, quién lo diría, la ministra del Medio Ambiente, doña Elvira Rodríguez. Sólo falta por saber qué piensa el candidato, experto en morderse la lengua; pero de eso quizá habrá ocasión de enterarse en los días que quedan de esta campaña sobrada de insultos, carente de debates. O no.
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