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Columna
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De fútil, nada

El consejero Portavoz del Consell, Alejandro Font de Mora, tan belicoso él, se ha sumado estos días a la zarabanda electoral con unas declaraciones mediante las cuales ha tratado de sesgar la atención suscitada por los pagos efectuados oficialmente al cantante Julio Iglesias, en 1997, por un viaje de promoción de productos valencianos. Un asunto reiterativo acerca del cual la oposición ha sospechado siempre que no se decía la verdad, hasta que ahora afloran indicios verosímiles que delatan la magnitud real de las remuneraciones percibidas por el artista.

No vamos a cuestionar que los millones pagados sean muchos o justos, ni que resulten justificados indirectamente, como hace el Portavoz, evocando la eficacia de la aludida gira comercial y la satisfacción de los empresarios beneficiarios. Desde este punto de vista hasta podrían considerarse un chollo los presuntos mil millones de pesetas desembolsados donde fuere. Más aún: creemos que la operación fue una feliz idea de marketing, a pesar de las críticas que suscitó en su día, alentadas sobre todo por motivos políticos o de animadversión al melódico. Lo que se censura no es eso, sino la ocultación de los datos de interés público, el obstinado ejercicio de opacidad que ha hecho el Gobierno, la mentira, en suma. Para el mencionado Portavoz todo es un episodio "fútil", sobradamente debatido y esclarecido. Ni una cosa ni otra, como demuestra la frecuencia con que se reproduce.

Lo peor del caso no es que bajo el pretexto de la futilidad, o por imperativo de la mayoría absoluta que tiene y propende el PP, se nos secuestra información, se elude el debate y los negocios públicos quedan blindados contra la fiscalización tanto de la oposición política como del vecindario soberano. En contrapunto, el Gobierno autonómico asegura que todo va bien, que nunca ha ido mejor, pero lo cierto es que la democracia se degrada en la misma medida que los electores somos arrumbados a la inopia y la necesaria transparencia se empaña cada día más. La verdad es que apenas sabemos nada de lo que se cuece en las entretelas del poder. Y así, al amparo del silencio o de la "futilidad", la vida pública se corrompe mediante la profusión de gabelas, ventajas, prebendas, sinecuras y trapacerías que eventualmente son divulgadas al amparo del anonimato. Porque saberse, casi todo acaba por saberse, aunque sólo sea en los cenáculos aledaños al poder y por fuentes reprobables.

Proclamaba más o menos el repetido consejero Portavoz que ahora lo procedente era ocuparse de las grandes cuestiones, como el AVE y el Plan Hidrológico, y soslayar lo irrelevante. Pues muy bien. A ver si su partido toma nota y deja de azuzar y calumniar a Carod-Rovira, convertido en el eje de la campaña conservadora. (¿Pero cómo se puede afirmar impunemente, cual hace el ministro Eduardo Zaplana, que al dirigente catalán no le importa que ETA mate fuera de Cataluña?) Hace eso, decimos, y, además, se compromete a emprender una política tan diáfana como un vaso de agua clara. El que el partido del Gobierno autonómico se crea avalado por la mayoría absoluta -que es una perversión- no le legitima para mantenernos en babia y abrumarnos a trolas. La nómina de las que nos ha vendido no cabría en esta columna. Lo dejamos para otra.

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