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Columna
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Vaca

"Se tendió la vaca herida... por el derribo de los cielos yertos, donde meriendan muerte los borrachos" (García Lorca). Vagaba el domingo una camioneta en Cuenca, preñada con la semilla de la muerte por el diablo enfermo. Dos personas la conducían. ¿Dos personas? La vaca herida por el jamelgo blanco yace sin que nadie la reanime... o la remate. ¿Están definitivamente yertos, secos, nuestros cielos de esperanza? ¿No hay margen para el aliento democrático este 14 de marzo?

Una vez detenidos los conductores y bien recluidos, el ministro del Interior los introducía sin consideración alguna en el juego político; inoculaba el huevo de la sierpe en la vida democrática -la única que nos queda a los gatos humanos-. También el consejero de Justicia del Gobierno vasco venía a enredar especulando con frivolidad. ¿Acaso merece la pena la política cuando se introduce en ella al diablo y su pestilencia? Vergüenza para quien lo hace. Quede anotado sin ambages. Pero, también, quede así, y basta: sin ánimo de polémica política.

Nunca debió entrar ETA en el debate electoral. Pero el terror tiene esa fatalidad: genera un impacto emotivo muy superior al propio daño directo que causa, por grande que este sea. Si el electorado entendiera esto, el final de esa organización criminal se estaría adelantando o rematando. ETA es una organización esencialmente infiltrada, paso previo a su desarticulación. Ya basta del uso político que se está haciendo de ello.

Arranco mi diatriba con García Lorca, maestro del lenguaje. Del lenguaje, o de la palabra. De la palabra hablaban estos días un par de columnistas (Joseba Arregi, el pasado domingo en El Correo, y Javier Mina el lunes en esta misma página). No, no creo en la palabra débil (Arregi). Presumo entender lo que el autor quiere decir con ello (flexibilidad en los conceptos, en las convicciones). Pero el lenguaje ha de ser cierto y no huero o trivial. Mucho menos, confuso. El lenguaje nunca puede ser débil. Las palabras tienen que decir, y nosotros saber de lo que hablamos. Tampoco puede el lenguaje ser "literal", como creo deducir del texto de Mina. Tras la infame tregua de ETA para Cataluña, Ibarretxe transmitió su mensaje, y se le entendió. Cierto que hablaba del PP, como dice Mina, pero de manera argumentativa, no sustantiva -como luego se ha hecho-. El lenguaje debe ser cierto, claro, inteligible. Al pan, pan, y a Ibarretxe lo que es suyo. De sus palabras se desprendía una expresa condena política y moral del comunicado de ETA. Por primera vez, clara y contundente. Bienvenidas sean.

Decía Wittgenstein que las palabras no deben ser artefactos abstrusos. Entendía como más relevantes las "estúpidas historias de detectives" (del Detective Story Magazine, que utilizó) que las contadas por "estúpidos filósofos". En ellas se reflejan de un modo diáfano, decía, se concretan en hechos o acciones, los pensamientos más hondos del ser humano, sus perplejidades mayores, cosa que la especulación filosófica no logra. Wittgenstein apostaba por el "habla normal", clara y expresiva. Aquí ocurre otro tanto. Para qué elucubrar, basta con leer las noticias. La camioneta de Cuenca cargada de explosivos nos habla con claridad de la maldad; de la pestilencia que emite lo depravado. Y las lesivas declaraciones del ministro del Interior y del Consejero de Justicia, del mal que puede hacer el huevo de la serpiente cuando anida en el juego democrático. Bastan los hechos crudos y su relato para comprender al hombre y su circunstancia.

Lenguaje claro, palabras diáfanas (y conceptos flexibles, de goma, como diría Ernest Gellner). Esperemos que la vaca herida no se desmorone por el derribo de los cielos yertos, aquellos en los que merendarían muerte los borrachos necios. Quizá el ciudadano sepa leer claro entre tanto mensaje necio y elija vida y democracia este 14 de marzo. Y dado que el debate sobre el terror nos lo han metido de hoz y coz en la campaña, que castigue precisamente a quienes lo han hecho por faltar al decoro democrático.

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