Blay ya no está en el súper
Clientes, vecinos y amigos hacen una colecta para que un joven de la calle no sea enterrado en una fosa común
Francisco Blay murió el pasado jueves a causa de una tuberculosis. Tenia 32 años y desde hacía muchos vivía en la calle, en el barrio de El Carme de Valencia. Tenía problemas de adicción. Solía apostarse a las puertas de un supermercado de la plaza de Vicente Iborra para sacar algún dinerillo. Abría las puertas a los clientes, ayudaba con los carros y creaba "buen rollo", reconocía ayer Laura, dependienta del establecimiento. Tan buen rollo que se organizó una colecta entre los clientes, los vecinos y los amigos para impedir que se le enterrara en una fosa común y conseguir los 1.200 euros para su incineración. "Era un buen chico, que por circunstancias no tenía casa y se tomaba de todo. A veces lo encontrábamos tirado en la calle, pero nunca molestó a nadie", comentaba una señora mayor en la cola de la caja del súper. "Yo acabo de preguntar por la colecta porque quería poner algo", decía otra, que llegó demasiado tarde.
Ya se había reunido el dinero necesario. En unos días. Muchas personas han colaborado en ello. La parroquia de la plaza, dos profesoras que tuvo cuando cursó estudios en el cercano colegio Cervantes, amigos y compañeros de la calle, algunos bares y locales del barrio. Incluso el pasado sábado se montó un concierto en El Espíritu de la Colmena para sufragar los gastos de la incineración. Concierto Blay fue el nombre que recibió el acto.
Blay se quedó huérfano. Curró un tiempo de electricista. Intentó rehabilitarse en varias ocasiones. Fue resucitado alguna vez por el SAMU. Su presencia se hizo familiar en el barrio, así como su agudeza e ingenio. "Era un tío inteligente y llegaba a la psicología de la gente. Caía muy bien", comenta José Antonio, el encargado del súper. "Era mi colega, un tío muy majo, que siempre defendía a la peña", apuntaba una llorosa Verónica, que gana unos euros señalando sitios para aparcar coches.
"¿Se ha muerto Blay?", preguntaba una cliente desconcertada, mientras miraba a través de la puerta del supermercado, donde el joven solía dar los buenos días. "A mi me decía que nos íbamos a ir a Teruel, porque, me decía, que éramos los amantes de Teruel", recuerda Laura esbozando una triste sonrisa.
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