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FÚTBOL | La fuerte personalidad de un jugador que sólo pide respeto

Edgar Davids o la rabia existencial

Crecido en un gueto de inmigrantes al norte de Amsterdam, el centrocampista del Barça es tan agresivo que, por su temperamento, sólo puede jugar al fútbol

Cuando uno se encuentra con Edgar Davids entiende cómo debe de ser una de sus entradas.

"¡Tú!", me dijo una vez apuntándome con el dedo; "¡qué mal vestido vas!".

Le respondí que, sin duda, no estaba hablando de mí.

"¡Maldita sea, claro que sí!", dijo Davids, pasándose al inglés, una lengua que ha llegado a dominar de tanto releer Bad as I wanna be (Tan malo como quiero ser), la autobiografía del baloncestista estadounidense Dennis Rodman.

En gran parte, la imagen del ahora barcelonista Davids proviene de esa sorprendente lectura. Este hombre convierte cada encuentro en un enfrentamiento. Una agresividad como la suya raramente se halla entre sus compatriotas.

Aunque Davids debe de estar encantado de encontrarse nuevamente en un club holandés, el único gran futbolista holandés como él fue Johan Neeskens. "Reconozco mucho de mí mismo en Davids", admite Neeskens, quien ahora entrena al NEC Nimega; "a veces, viéndolo desde fuera del campo, me digo: 'Edgar, cuidado, piensa un poco'. Pero yo era igual cuando jugaba. Me decían: 'Cálmate, Nees'. Pero no servía de nada. Era imparable. Es mi carácter y el de Edgar. Edgar siempre juega al límite y a veces hasta va más allá".

"Sólo eres un auténtico guerrero cuando te has conquistado a ti mismo. Hay fuego en mi interior"
"La gente grita '¡ven aquí!' a los perros, pero yo soy una persona", respondió de niño a su maestra

A pesar de que un servidor rechaza la psicología barata, la forma de jugar de Davids parece provenir de sus orígenes.

Creció en un gueto de inmigrantes del norte de Amsterdam, un lugar en el que la idea de Holanda como nación tolerante debe de sonar a chiste. Su padre trabajaba en el puerto, su madre era una mujer de la limpieza y el chico aprendió a jugar al fútbol en las plazas del barrio, donde la máxima proeza no era marcar un gol, sino hacer un túnel al contrario. Aún hoy en día se deja caer de vez en cuando por una de esas plazas para jugar con los chicos del barrio.

Puede que sepamos más cosas sobre el niño Davids que sobre el adulto, quien rehuye a los medios. Lo que más quería el pequeño Edje era respeto. Urma van der Lande, su maestra de primaria, le habló al periodista holandés Christiaan Ruesink del día en que le llamó para que se acercara a su mesa. Él se negó. Ella le llamó de nuevo. Él se negó otra vez.

"De repente, se levantó y salió directamente de la clase", recordaba Van der Lande; "le vi caminar con su típico vaivén, un brazo ligeramente levantado, igual que en el campo de fútbol, como si quisiera mantener el equilibrio. Después le estuve buscando y lo encontré en su casa. Me acuerdo de que su padre estaba pasando el aspirador".

"¿Por qué no atiendes a lo que te digo?", le preguntó la maestra.

"La gente grita '¡ven aquí!' a los perros", le respondió Davids, "pero yo no soy ningún perro. Soy una persona".

Cuando Edje dejó la escuela, a los 13 años, escribió una carta a su profesora Van der Lande. "Apreciada señorita", empezó con una letra redondeada, casi femenina; "mi nombre es Edgar Steven Davids". Claro y directo. Se vislumbraba al Davids adulto, que clava los tacos en el muslo de sus oponentes. Pero luego tomaba un extraño rumbo: "Mis aficiones son la lectura, coleccionar sellos, nadar, etcétera". Sus cómics favoritos incluyen al Pato Donald, los Pitufos y Heidi. Su libro preferido es Charlie y el gran ascensor de cristal, de Roald Dahl. Davids confesaba que, cuando fuese mayor, quería ser dibujante de cómics.

Al final, le decía a su maestra: "He tenido algunas peleas con usted, pero ahora no quiero dejar la escuela. Y ahora no tengo nada más que decirle, así que voy a parar". Firmado con su nombre, en unas mayúsculas onduladas y acabadas en un punto de exclamación.

Hacia la época en que eso fue escrito Davids entró en el Ajax. Poco después le siguió un chico más joven, de sólo unas calles más allá, llamado Patrick Kluivert. Como adolescentes, en el Ajax, tomaron caminos diferentes. Kluivert era alto, apuesto, sonriente, con un padre y una madre encantadores que le llevaban a los entrenamientos y los partidos. El huraño Davids viajaba solo, pues su padre casi nunca estaba en casa y su madre siempre trabajaba. Le faltaba esa gracia natural de Kluivert y era más pequeño de lo normal.

Varios entrenadores de juveniles consideraron la posibilidad de echarlo del club. Pero él tenía unas ganas frenéticas de demostrar su valía.

En 1991, en un bar de moda de Amsterdam, tuvo un encontronazo con Richard Krajicek, el tenista holandés, y le dijo: "Apuesto a que no sabes quién soy".

Kracijek admitió que no lo sabía.

"Mi nombre es Edgar Davids", le dijo Davids; "dentro de algunos años estaré jugando al fútbol con Holanda y conduciré un gran coche. Oirás hablar de mí".

Y se marchó a grandes zancadas.

"Davids, ¿no?", le preguntó Krajicek.

"¡Davids!", le repitió Davids, dándose la vuelta una vez más.

Un sinfín de adolescentes ilusos habrán dicho alguna vez a alguien las mismas palabras. Pero Davids lo consiguió. Y lo hizo a su manera. Su físico impresionante es su obra, construida a base de abdominales y miles de flexiones con una sola mano.

Incluso abandonó su sueño de ser como Maradona. De adolescente, miraba al argentino por televisión una y otra vez, obsesivamente, y practicaba sus filigranas en las plazas del barrio. Sin embargo, Louis van Gaal, a la sazón entrenador de las categorías inferiores del Ajax, le dijo con su tacto habitual que ese afán por hacer túneles a sus adversarios era simplemente "masturbación".

Cuando, por fin, comprendió que esas filigranas no eran su fuerte, Davids se reconstruyó como un centrocampista con un buen pase, una entrada terrorífica y el temperamento en el juego más fiero desde Neeskens.

De la misma forma que Neeskens, que creció pobre y durmiendo en un pasillo, también parece que la rabia existencial de Davids proviene del hecho de ser uno de los pocos holandeses que no pertenecen a la vasta clase media de su país.

Es un gran hombre para tenerlo en tu equipo. Dos jugadores del gran Ajax de 1995 me contaron que, así como Winston Bogarde a menudo proyectaba su agresividad contra sus propios compañeros, Davids sólo odia al adversario. Antes de los partidos le gusta saltar chocando su pecho contra el de aquéllos, desconcertados, una estrategia de motivación copiada de la NBA y con la que transmite parte de su anhelo a todo el equipo.

Pero, si lo tienes enfrente, échate a temblar. Su visión maniquea del mundo es la que se puede esperar de un hombre criado con los cómics. Más que un dibujante, Davids aspira hoy en día a ser un superhéroe que ajusticia a los malos con su espada mágica. Incluso sus enormes gafas azules recuerdan a un viejo cómic.

Davids es tan agresivo que, por su temperamento, sólo es capaz de jugar al fútbol. Para decirlo con la jerga moderna, tiene "problemas con la autoridad": árbitros, entrenadores y, en general, la gente blanca, alta y educada.

Guus Hiddink le echó de la selección de Holanda en la Eurocopa del 96 por haber sugerido públicamente que él, Hiddink, debería sacar la cabeza del trasero de ciertos jugadores.

Dos años después, cuando Davids era reserva en el equipo holandés para la Copa del Mundo de Francia, Frank Rijkaard, el segundo entrenador de la selección, aconsejó a Hiddink que le cogiera. Rijkaard, uno de los pocos sofisticados psicólogos del mundo del fútbol, sabe leer las instrucciones de uso de Davids. Hiddink accedió y Davids se convirtió en el jugador con el mayor número de faltas y, posiblemente, la mayor influencia en el Mundial.

El jugador ha madurado. Él mismo lo comenta así: "Hay quien dice: 'Puedes ganar mil batallas, pero sólo eres un auténtico guerrero cuando te has conquistado a ti mismo'. Yo me he conquistado a mí mismo. Todavía hay fuego en mi interior, pero ahora soy más sabio". Este peculiar tono oriental probablemente se explica por su eclecticismo en las lecturas, que han saltado de los cómics a Spinoza y a, según parece, el budismo.

Pero la lucha por la autoconquista no termina nunca. Su pelea a gritos con Mark van Bommel en el vestuario de Holanda en 2002 -después de una victoria 0-3 contra Austria, por el amor de Dios- sigue perjudicando al equipo nacional.

Rijkaard sabe que Davids sólo pide respeto. Mientras todo el mundo en el Barcelona lo tenga claro, Davids seguirá acudiendo en su auxilio, como Superman.

SCIAMMARELLA

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