"¡Iker, Iker, Iker!, ¡Figo, Figo, Figo!"
Savo Milosevic salió del vestuario del Bernabéu relajado, lánguido, sin más energía en el cuerpo que para abrir la boca y decir: "Casillas es el mejor portero de Europa, y del mundo". De porte amenazador y frente cóncava, como haciendo hueco para encajar el balón en el cabezazo, el delantero centro del Celta estaba serenamente admirado: "En el mano a mano yo lo tengo muy fácil, para Casillas, en cambio, cualquier error significa un fallo. Tiene toda la presión y es joven, podría ponerse nervioso. Y sin embargo me aguanta muy bien, me cierra el ángulo y en el último momento saca la mano y para".
Casillas sacó la mano derecha -su mejor mano- y el Madrid se recuperó del susto. "Hubo dos paradas de Casillas que fueron determinantes", comentó Radomir Antic, el técnico del Celta; "pero hemos perdido por nuestros errores, no por el juego del Madrid. Cometimos dos errores puntuales en dos córners que no defendimos bien".
Alexander Ilic encabezó la amarga sorpresa que se llevó el Bernabéu nada más comenzar el partido. De pronto, este centrocampista sin nombre apenas en la Liga, traído por Antic durante el mercado de invierno, procedente del Partizan, de 24 años, sembró el silencio en Chamartín. Robó un balón a Ronaldo, llegó tres veces al área de Casillas, y a la cuarta marcó. Así como Ilic goleó por aparición, se presentó el Celta en la Castellana, y el público pasó del silencio discreto al rumor, y del rumor a pedir fueras de banda que no fueron y penaltis ficticios. En la desesperación madridista por llevar el resultado a su entendimiento prevalecieron los hinchas indignados a los prudentes. Y de no ser por Casillas, implacable ante Ilic, Mostovoi y Milosevic, el marcador habría hecho sudar a más de uno.
El Bernabéu colgó el cartel de no hay entradas, como es costumbre -73.000 espectadores llenaron las gradas-. Y aunque la velada empezó mal, fue el partido del gran golpe a la Liga. En el segundo tiempo, con la parada a Milosevic, el Bernabéu adoró a su héroe: "¡Iker, Iker, Iker...!". El campo le cantó al portero imberbe con la devoción que se siente por cualquier mito. Luego apareció Ronaldo para rematar sin pedir permiso su gol 22 en Liga. Le siguió Zidane para imponerse en el juego aéreo, una de sus virtudes menos reconocidas, ante una defensa famosa por su poder en el salto. Y al final, Figo, en su mejor versión, puso el sello en el tercer gol y en el cuarto, con un excelente centro hacia atrás desde la izquierda, para Zidane. Y el Bernabéu, oportunista, se volvió a rendir: "¡Figo, Figo, Figo...!".
"No sé si el Celta decayó o nosotros nos crecimos", dijo Figo, parco y preciso; "pero esta victoria nos da tranquilidad. Nuestros perseguidores han caído".
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