Lo mismo
El cuarto debate electoral se emitió el sábado pasado, Día de Andalucía, a las doce menos veinte de la noche. Si no fuera por el entusiasmo con que Carlos María Ruiz lo presenta nos dormiríamos. Porque hemos de reconocer que estos debates -y llevamos ya tres- son un coñazo. No me duelen prendas: si antes habíamos criticado a los programadores de Canal Sur Televisión por desterrar a las tinieblas de la parrilla estos espacios electorales, hoy queremos decir que lo entendemos. Lo que nos sorprende es que no se hayan suspendido, por repetitivos: si se hubiera emitido tres veces el mismo debate, cambiando únicamente sus títulos, nadie lo hubiera notado. Independientemente de los temas, los discursos han sido iguales. Tenemos la sensación de haber oído en los tres debates los mismos argumentos, las mismas estadísticas, los mismos ataques al contrario y las mismas defensas de partido. Lo único que ha ido cambiando ha sido el nombre de los participantes y el vestuario: María del Mar Moreno (PSOE) vestía pantalón negro y camisola roja, cuyo corte y cremalleras recordaban vagamente a un mono de trabajo. ¿Tendrán los partidos un departamento dedicado a la indumentaria de sus representantes para usarla como publicidad subliminal? Esperanza Oña (PP) iba con un jersey y una cazadora de piel beige; Miguel Romero (PA) vestía de traje oscuro y corbata; y Juan Manuel Sánchez Gordillo (IU) iba, como es habitual, de sport.
El tema -Andalucía en Europa y en el mundo-, muy etéreo, permitió que los participantes hablaran de todo un poco, mezclaran churras con merinas y acabaran centrándose en la política nacional. Hubiera sucedido lo mismo con otro tema: de hecho, así ha sido en los debates anteriores, cuando el asunto daba teóricamente menos libertad. Esta vez los dos partidos grandes hicieron un poco más de caso a los dos partidos pequeños, pero no mucho más. Moreno insistió e insistió, como ya hicieron sus comilitones, en lo mucho que había crecido Andalucía gracias al PSOE. La repelente y desabrida Oña (nos pareció que confundía la firmeza con la antipatía y la seriedad con el enfado) achacó a la Junta el atraso de la región y distinguió dos tipos de subvenciones europeas: las que negocia el PP para España, que son síntoma de progreso, y las que obtiene el PSOE para Andalucía, que demuestran su subdesarrollo. Sus palabras sobre la invasión de Irak nos da vergüenza glosarlas. Sánchez Gordillo insistió en que PSOE y PP son lo mismo, en que en Andalucía no se hace política de izquierdas y en que la única manera de defender los intereses andaluces es modificando el Estatuto, y en su caso la Constitución, para que España se convierta en un Estado federal y Andalucía en una especie de país. Las intervenciones de Romero giraron en torno a una sola idea: la necesidad de que Andalucía tenga voz propia en Europa a través de un lobby en Bruselas y de una reforma del Estatuto y de la Constitución europea que le dé peso real a las regiones y no a los Estados.
Hasta aquí los teloneros que deberían haber calentado el ambiente de cara al verdadero espectáculo: el debate entre Chaves y Martínez. Pero eso será el jueves que viene.
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