Persiste el proteccionismo
¿Por qué la actual recuperación estadounidense de la recesión de 2001 -una recesión provocada por el estallido de la burbuja bursátil experimentada por Wall Street en 1995-2000- está resultando ser una recuperación sin creación de puestos de trabajo? Ningún selecto comité de expertos habría podido predecir correctamente al principio del milenio lo que ha ocurrido en Estados Unidos en los tres últimos años.
Dos razones diferentes, pero relacionadas, deben reconocerse como responsables de que se hayan perdido tantos buenos empleos en una época en la que no se puede encontrar un número equivalente de nuevos puestos para los nuevos desempleados. Primero, la productividad estadounidense ha estado creciendo a un ritmo asombroso. Eso significa que los trabajadores sobrantes son despedidos a mayor ritmo que en anteriores recuperaciones. En segundo lugar, los puestos de trabajo en la industria y en los servicios están siendo trasladados a regiones de bajos salarios como China, India y también Europa. Lo extraño es que Alan Greenspan suavice las alusiones a la deslocalización en sus múltiples discursos. Y también que las declaraciones oficiales de la Reserva Federal hagan hincapié en sus beneficios a largo plazo para el crecimiento de la productividad estadounidense y no en el debilitamiento de la capacidad de recuperación a corto plazo.
Los rivales de George W. Bush para las próximas elecciones presidenciales no se han mostrado tímidos a la hora de criticar la deslocalización como causa de la lenta creación de nuevos puestos de trabajo en EE UU. Sin embargo, el otro día, el profesor de Harvard Gregory Mankiw, en una gira de trabajo como presidente del Consejo de Asesores Económicos de Bush, cometió el error político de ser sincero con los periodistas. Mankiw señaló lo evidente: que se estaban perdiendo muchos puestos porque se estaban trasladando al mundo en vías de desarrollo, con sus salarios reales baratos. Pero añadió cuidadosamente que, a largo plazo, EE UU recogerá los frutos de esta elaboración de la teoría económica clásica sobre el comercio internacional.
El sentimiento favorable al libre comercio es flor de un día en cualquier democracia. En la mayor parte de sus dos siglos y medio de historia, EE UU ha sido especialmente proteccionista, hasta la era posterior a Roosevelt. Esta cuestión no desaparecerá. Incluso si por un golpe de buena suerte se produjera entre marzo y noviembre un alza en los mercados bursátiles y el esperado aumento de las oportunidades de empleo, la reelección de Bush en noviembre no eliminará de la agenda política de la próxima década el debate sobre libre comercio y globalización.
Los defensores del libre comercio son propensos a exagerar sus razonamientos. La mayoría de los economistas hacen la siguiente promesa: sí, la competencia de los bajos salarios en el extranjero afectará a algunos estadounidenses a corto plazo. Pero a largo plazo, el libre comercio debe (supuestamente) aumentar en el total neto la productividad y los niveles de vida estadounidenses. Lo anterior significa que la democracia estadounidense podría decidir, basándose en la equidad, que el Gobierno trasladase parte de los beneficios obtenidos por esa globalización a los que salen perdiendo.
¿Cómo? Mediante unos juiciosos programas fiscales y de gasto. Dos comentarios importantes. Primero, a no ser que uno crea que los cerdos vuelan, no esperará que el personal plutocrático de Bush y Cheney se convierta en Robin Hood y empiece a gravar a los ricos para ayudar a los pobres. Segundo, estos días la mayoría de los economistas parecen olvidar lo que aprendieron en los seminarios universitarios sobre teoría pura del comercio internacional.
Desde finales de la II Guerra Mundial, en 1945, la cuota fraccional estadounidense en la renta real total del mundo ha disminuido, con un descenso de entre una quinta y una cuarta parte del total. ¿Por qué? Porque Europa Occidental y la Cuenca del Pacífico, al adquirir nuestra experiencia y aprovechando sus mayores niveles de ahorro, han disminuido significativamente la magnitud de la ventaja de la productividad estadounidense. EE UU sigue siendo el ciclista que va delante, cortando el viento para los que van inmediatamente detrás. El elevado consumo y la futura revolución demográfica que EE UU experimentará en 2020, además de la incauta rebaja fiscal de Bush para los que ya somos ricos, hacen revivir el fantasma de un futuro más sombrío.
(c) 2004 Tribune Media Services International
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