Un hombre con cara de presidente
El candidato John Edwards mira a los electores a los ojos, les sonríe y les convence. El abogado John Edwards miraba a los miembros del jurado a los ojos, les sonreía -o no, según el caso- y les acababa convenciendo en la mayor parte de los casos. El abogado Edwards triunfó profesionalmente durante veinte años. El candidato Edwards está triunfando con los electores.
John Edwards (50 años) es una de las sorpresas de las primarias demócratas. Nadie daba un duro por él hace mes y medio. Ahora, aunque no haya conseguido desbancar a John Kerry en las primarias, es, a corto plazo, su única alternativa, y a medio, una de las esperanzas del Partido Demócrata. "Lo que me ha traído hasta aquí", repite una y otra vez, "es un mensaje positivo con ideas nuevas sobre cómo tenemos que hacer para que este país funcione bien para todos".
Senador desde 1998, sintonizó con el populismo centrista de Clinton, con el que se le compara por la capacidad de absorción de lo que le rodea y por el instinto político
Para muchos analistas, Kerry y Edwards representan la pareja ideal: un liberal de la costa este y un moderado del sur, un veterano y un novato
Pudo pagarse la campaña electoral al Senado porque era millonario gracias a casos de indemnizaciones de escándalo, que también le han costado muchas críticas
Edwards, un abogado millonario de orígenes humildes, tiene cara de presidente: la televisión le quiere, pero es algo más que una cara; los demócratas le quieren, pero también los independientes; gusta a las mujeres, pero también a los trabajadores y a los jóvenes. ¿Por qué cae bien? "Creo que es la combinación de su imagen y de los temas de su campaña. Sin duda es el más atractivo de los candidatos, pero ser sólo una cara bonita no es suficiente; a Dan Quayle
[vicepresidente de George Bush, padre] se le consideraba atractivo y al final casi nadie tenía una buena opinión de él. John Edwards habla muy bien y ofrece un mensaje positivo para el futuro en un momento en el que mucha gente necesita optimismo y esperanza", dice David Lublin, profesor de la American University y experto en campañas electorales.
Senador desde 1998, Edwards sintonizó con el populismo centrista de Clinton, con el que se le compara a veces por la capacidad de absorción de lo que le rodea y por el instinto político: defensa de los intereses de los trabajadores, medidas para facilitar el acceso a la Universidad, recortes fiscales para clases medias, valores familiares y apoyo a la pena de muerte y al derecho al aborto. Es muy proteccionista en asuntos comerciales y no tiene gran experiencia en política exterior. Votó, como Kerry, a favor de la guerra de Irak. Su gran tema de campaña es superar las dos Américas, la de los favorecidos y la de los débiles.
Elocuencia
A la hora de buscar elementos que diferencien a Edwards de los demás políticos en campaña, David Lublin, que conoce bien al candidato porque fue profesor en Carolina del Sur, subraya su elocuencia y sus opciones: "Es un placer escuchar a alguien que sepa hablar de los temas y responder a las preguntas de manera inteligente y rápida. Refleja su entrenamiento como abogado y explica su éxito profesional. Pero habla también de una serie de asuntos, como la pobreza y el desempleo, o el efecto de la crisis en las clases medias. Es bueno escucharle, sobre todo después de cuatro años de presidencia republicana en los que se se ha oído tantas veces hablar de los problemas de los más acomodados y de la necesidad de que tengan alivios fiscales. Habla de cosas olvidadas que siempre han sido importantes para los demócratas".
John Edwards lanzó muy pronto su candidatura, en enero de 2003. Nadie le hizo mucho caso: no era un desconocido -había conseguido derrotar al candidato republicano al Senado en 1998, y su nombre circuló en 2000 para ir con Gore en el ticket demócrata, pero estaba muy lejos de las primeras filas-. Ya desde el principio, Edwards reivindicó la renovación: "Si los estadounidenses quieren en la Casa Blanca a un político de los de toda la vida, ése no soy yo".
Durante todo el año, la candidatura no levantó el vuelo. Resultó afectada, como las demás, por el huracán de Howard Dean. Mientras el ex gobernador de Vermont movilizaba a las bases militantes, recogía millones de dólares por Internet, conquistaba las portadas y azotaba tanto a sus rivales demócratas como al presidente Bush, Edwards no se apartó nunca de su línea: mensajes positivos y populistas y escasas críticas a sus compañeros. Y definirse como la encarnación del sueño político americano: cualquiera puede llegar a ser presidente. "Este es aún un país en el que el hijo de un obrero puede disputar codo a codo la Casa Blanca con el hijo de un presidente".
El principio del fin de Dean -su pinchazo estrepitoso en Iowa, el 18 de enero- coincidió con el despegue de Kerry y de Edwards. En New Hampshire, Kerry volvió a ganar, Dean volvió a fracasar y Edwards quedó prácticamente empatado con el ex general Wesley Clark, la otra cara nueva de la campaña. Después ganó en Carolina del Sur, y quedó bien situado en otras primarias. Las retiradas de Clark y de Dean le dejaron el camino despejado como alternativa a Kerry. O como su complemento: si Kerry no tropieza, uno de los posibles candidatos a la vicepresidencia es Edwards. Sería, para muchos analistas que comparan los clichés de ambos, la pareja ideal: un liberal de la costa este y un moderado del sur, un veterano y un novato, un político de toda la vida y un recién llegado al escenario.
Un chico modelo
John Edwards nació en 1953 en Seneca, Carolina del Sur, en una familia modesta que se trasladó al Estado vecino, Carolina del Norte, cuando John era un niño. Su padre era un trabajador del textil, y la madre, una empleada de Correos. Fue un chico modelo, tanto en sus estudios como en los deportes. Trabajó un tiempo en la fábrica de su padre y fue el primer miembro de su familia en ir a la Universidad pública: son datos de su biografía que gusta recordar en público, para marcar el contraste con Kerry o Bush, que fueron a Harvard y Yale y que no necesitaron trabajar para vivir.
Edwards está casado con otra abogada, Elizabeth, con la que ha tenido cuatro hijos, uno de los cuales murió en accidente de automóvil: "Nada en mi vida me ha golpeado tanto como aquello", escribió en su autobiografía. Triunfó como abogado gracias a que supo dar a los jurados lo mismo que le da resultado en política: elocuencia, persuasión, capacidad de ponerse en el lugar del otro. Empezó su carrera en 1977 para, según sus palabras, defender a "la gente normal" ante las grandes empresas, sobre todo de seguros. Uno de los casos que más popularidad -y dinero- le dio fue una indemnización de 25 millones de dólares a la familia de una niña de nueve años que casi se ahoga en una piscina con un defecto en el desagüe. Se convirtió en el terror de los médicos al ganar casos de mujeres que daban a luz a niños con parálisis cerebral y culpar a los doctores por errores en el parto.
En 1998 pudo pagarse la campaña electoral al Senado porque era millonario gracias a esos casos de indemnizaciones de escándalo, que también le han costado muchas críticas: la figura del abogado defensor que hace ganar al cliente y se enriquece de paso a costa de jurados que ejercitan la desproporción no es de las más populares que existen. Pero Edwards confía en superar esas críticas y la desconfianza que produce su falta de experiencia con su imagen: la de un millonario hecho a sí mismo que aún festeja su aniversario de bodas en un Wendy's [hambur-guesería barata] porque allí es donde celebró su boda; la de un afortunado que ha conocido la tragedia personal y que no olvida los tiempos duros ni a los que han tenido menos suerte; la imagen del hombre que cree "en una América en la que el destino que se tiene no depende de la familia en la que se nace".
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