Digno de una película de ciencia-ficción
"Corta Atalaya, la formidable mina a cielo abierto, cráter inmenso (1,5 kilómetros de diámetro y 500 metros de profundidad) excavado por la mano del hombre para saciar su avaricia metálica de brillos". Aquel verano decidimos recorrer el norte de la provincia de Huelva y llevábamos como libro de cabecera El corazón de la tierra, magnífica novela de Juan Cobos Wilkins. La visita a Minas de Río Tinto no defraudó nuestras expectativas.
Según nos aproximamos al pueblo, apareció ante nuestra vista un escenario sobrecogedor y fantasmagórico, digno de una película de ciencia-ficción: los lagos y cráteres que durante 5.000 años la naturaleza y la mano del hombre han ido esculpiendo en Minas de Río Tinto. Minas que fueron de hierro y cobre, de oro y plata, y que son ahora paisaje para el turista, pero también memoria de sus gentes. Pese a las vallas que la rodean, el correteo de los críos al filo del precipicio de Corta Atalaya nos inquietaba.
La mayor mina a cielo abierto de Europa es la estrella del espectáculo. Esa tarde disfrutamos de su belleza silenciosa y casi irreal, del colorido calidoscópico (rojos y blancos, negros y ocres, azules y verdes) que reflejan sus bancales. No es difícil imaginarlos como en una fotografía en blanco y negro de Sebastião Salgado, con miles de hombres afanándose como hormigas para extraer el mineral hasta la cumbre. El duro trabajo de los mineros, sus épicas luchas o los esplendores y miserias de aquella cultura mixta (minero-agraria, andaluza-inglesa) forman parte también de ese paisaje, y por ello resultaba imprescindible visitar el Museo Minero y pasear por el pueblo y su barrio inglés de Bella Vista.
El viaje continuaría por la comarca. Por grutas maravillosas, agrestes parajes serranos, pueblecitos blancos y luminosos, dehesas salpicadas de cerdos y encinas; pero lo que quedaría marcado en nuestras retinas sería, cómo no, Corta Atalaya, ese "gigantesco corazón arrancado a la tierra".
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