¿Realmente pesa 21 gramos el alma?
"Dicen que el cuerpo humano pierde 21 gramos cuando morimos. El peso de cinco centavos, de un colibrí, de una chocolatina... o quizá el del alma humana". En estas profundas cavilaciones se halla sumido el profesor Paul Rivers (Sean Penn) en la antesala de la muerte. Es uno de los protagonistas de las tres historias que se entrecruzan, por un luctuoso suceso, en el filme 21 gramos, de Alejandro González Iñárritu.
Pese al título, que hace referencia a la creencia sobre la pérdida de peso atribuida al peso del alma tras la muerte, la película no es del género fantástico. Su director afirma: "Es una meditación sobre algunas cosas de nuestras complejas vidas: la pérdida, la adicción, el amor, la culpa, el azar, la venganza...". El alma, un artículo de fe a cuya posesión el diablo se entrega a conciencia (para detalles pregunten por Fausto), no sólo existiría, sino que puede ser cuantificada y medida. Todo un espaldarazo para aquellas creencias religiosas y filosóficas que postulan que la muerte no es un final, sino una transformación.
La idea arranca del fisiólogo alemán Rudolf Wagner, quien en 1854 planteó ponderar la sustancia inmaterial de la que está hecha el alma. Sin embargo, fue el médico norteamericano Duncan MacDougall quien se puso manos a la obra. En 1907 publicó en la revista científica American Medicine el artículo 'El alma, hipótesis sobre la sustancia del alma junto con una evidencia experimental de la existencia de dicha sustancia'.
De sus conclusiones se hico eco la prensa de la época. The New York Times aireaba el asunto con un comedido titular: "El alma tiene peso, sostiene un médico". Si el alma fuese material y, por tanto, tuviese masa, entonces debería poder medirse una disminución del peso del difunto en el momento del deceso cuando el alma abandona el cuerpo. Según el citado artículo (cuyo comentario puede leerse en la página sobre leyendas urbanas www.snopes.com/religion/soulweight.asp), este émulo de Frankenstein construyó una cama sobre una plataforma en forma de báscula en la que colocó enfermos en fase terminal.
Las pérdidas de peso observadas antes y después del fallecimiento fueron, según describe, de tres cuartos de onza, es decir, unos 21 gramos (21,3 gramos para ser exactos): "Tenemos una inexplicable pérdida de peso de tres cuartos de onza. ¿Es el alma? ¿Qué otra explicación podemos darle?"
La investigación carece de la rigurosidad que la afirmación que se desea probar requiere. Téngase presente la famosa sentencia: afirmaciones extraordinarias requieren pruebas no menos extraordinarias. De los seis casos registrados, sólo cuatro resultaron aprovechables. Una estadística demasiado escueta para acabar asegurando que "toda" alma pesa 21 gramos, habida cuenta, además, de la dispersión de los valores obtenidos, de los errores inherentes a toda medición y de las dificultades para establecer el momento exacto de la muerte.
El investigador pretendió justificar estas discrepancias aduciendo que el temperamento del fallecido influía en el tiempo de permanencia del alma en el cuerpo. Algo así como que el alma del bueno (blanca, por supuesto) sentía una afinidad mayor por el cuerpo que la había albergado que la del malo (de lo más negra), por lo que abandonaba antes el cadáver.
A pesar de barajar otras posibles explicaciones de tipo fisiológico para las diferencias de peso medidas, como las pérdidas de peso en los moribundos debidas a la evaporación en la respiración y el sudor, y a la espiración del aire residual de los pulmones, el doctor se inclinó por la explicación más fantasiosa. Tras corroborar su hipótesis repitiendo los experimentos con perros (con resultados negativos puesto que los animales, como se sabe, no tienen alma), este doctor seguiría en sus trece orientando sus poco escrupulosas investigaciones por otros derroteros: la fotografía del aura, otra supuesta manifestación del alma. Un caso más de ciencia patológica.
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