Memoria viva de Tánger
Una anciana granadina vive en una antigua iglesia de la ciudad marroquí desde 1960
Francisca Pérez López (Atarfe, Granada, 1929) vive en una iglesia situada en la calle Sevilla de Tánger desde 1960. Antes, en 1956, se había casado con Joao Regueiro del Espíritu Santo; sin duda, una premonición.
El salón de su casa es el ábside y el cuarto de su hijo Emilio, la sacristía. A sus pies, cuando se sienta a ver la televisión, queda el hueco que dejara en su día el altar mayor; enfrente, al lado del televisor, una puerta oculta uno de los confesionarios. Y sobre su cabeza, una bóveda circular hace de techo; un casquete historiado de yeso con tragaluces de colores. Encima sobrevive el campanario. Finalmente, en todo lo alto, al lado de la vieja campana, está la habitación de sus hijas, Ana María y Marina, que viven en Madrid.
Paca, como le gusta que le llamen, llegó a Tánger en 1952 huyendo de un desengaño amoroso. Atrás dejaba seis años de su buen hacer como cocinera en casa de unos médicos de Atarfe. El despecho y el deseo de aventura pudieron más que su miedo y tras un viaje "asombroso" en barco hasta Ceuta y en tren hasta Tetuán, se plantó en Tánger. Recuerda que, de niña, iba a guardar melonares sólo por la comida y que corría detrás de los carros cargados de patatas recogiendo las que se caían. Su padre estuvo en la cárcel durante la guerra.
En Tánger se le quitaron todas las penas. Tenía 23 años cuando llegó. "Esto era la gloria. Había de todo. Galerías Preciados, Monoprix, La Fayette, Almacenes Kent, cines, teatros... Se podía comprar de día y de noche; nadie cerraba. Había indios, japoneses. Los banqueros judíos cambiaban en los tenderetes que tenían en la calle cualquier tipo de moneda. Llegaban barcos al puerto de todos los países". Tampoco pasa por alto su homenaje a los mejores cantantes de entonces (Juanita Reina, el Príncipe Gitano, Carmen Sevilla); ni siquiera se olvida de aquellos eventos internacionales, como la llegada del circo o los partidos de fútbol. "Todos los equipos mejores de España pasaron por aquí".
Paca retomó su oficio enseguida y trabajó como cocinera del cónsul de Suiza y del de Italia; también con el director de la Voz de América. Sus dotes naturales para sacarle partido al fogón -"me gustan los platos tradicionales: el puchero, el gazpacho, los macarrones"- le abrieron algunas de las mejores casas tangerinas. "Estuve trabajando también con un profesor de la Universidad de París que me llevó a Francia un verano. Me llamaba su ángel. Siempre me decía que después de haber dado mil vueltas por el mundo, Tánger era el mejor lugar para vivir".
Los recuerdos de esta atarfeña vienen y van como eternas mareas. La ciudad ha cambiado tanto en las últimas décadas, desde que en 1956 Marruecos lograra la independencia, que incluso para Paca resulta irreconocible.
"Lo que son las cosas, mi marido vino hasta aquí en patera, en 1936, desde Portugal", dice de pronto, saliendo del ensimismamiento. Joao trabajaba en la empresa portuguesa de autobuses urbanos hasta que el gobierno marroquí la nacionalizó. Entonces se hizo barbero ambulante. "Pelaba a los enfermos del hospital español", comenta esta andaluza. "Llegamos a esta iglesia en 1960 para atender a los socios de la hermandad del Niño Jesús, que venían a jugar . Aunque no nos pagaban sueldo, la vivienda era gratis", recuerda.
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