Otro candidato
Vivimos bajo la catarata inclemente y ruidosa de la campaña electoral. Cada quien cumple con su cometido: los electores a esperar la hora de las urnas y los postulantes rizar el rizo de la oferta. Los comicios, del rango que sean, tienden a simplificarse y a homologarse con los que se celebren en cualquier rincón del planeta y con un pequeño empujoncito propagandístico experimentaremos la sensación interactiva de participar en el futuro inmediato de cualquier país. Tomemos las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos. Ya no resulta difícil instalarse en la manera de ser de los yanquis, pues conocemos sus motivaciones y trucos como si fueran propios. ¿Quién nos iba a decir, hace apenas un lustro, que íbamos a sentirnos familiarizados con los entresijos, realmente perversos, de la citas yanquis con su porvenir? En cualquier bar de Madrid escuchamos conversaciones donde se manejan las previsiones de las primarias y se evalúa con gravedad los caucuses en determinado pueblecito del norte. La palabra, que parece evocar a un pájaro tropical o a un diminuto mandril, ya tiene un hueco en el vocabulario, al menos de los comentaristas, que son los que hacen y más frecuentemente deshacen el idioma. ¿Renovará Bush su estancia en el Despacho Oval? ¿Sorteará los obstáculos su oponente Kerry, que tiene a su favor cara de caballo?
En estas semanas, una cadena de televisión difunde un enrevesado serial bajo el título El ala oeste de la Casa Blanca, estupendamente interpretado. Los personajes entran, salen, intrigan, llevan papeles, se espían y preparan, antes de otra cosa, las próximas elecciones, porque lo importante son estas lides en las que los ciudadanos se creen, por un momento, personajes decisivos de su propio destino. Serie apasionante, en la que no importa perderse un capítulo, porque las situaciones son como figuras de caleidoscopio, mudables con los mismos elementos.
Sorprende comprobar cómo se lanzan a la lucha los contendientes, sin otros recursos que los que les proporcionan sus amigos o quienes esperan beneficios poselectorales. La cuestión es que presidente sólo habrá uno. En la parrilla de salida siempre suele intervenir algún personaje pintoresco, que anima y entretiene la contienda. No suele faltar el extravagante multimillonario que despilfarra los dólares al parecer alegremente. Recordemos el que se empeñó en pagarse un viaje a la Luna, con los cosmonautas rusos. Confieso que este año me siento decepcionado al comprobar la ausencia en las lides del individuo que hubiera alegrado la vida de los guionistas de aquel género de películas. Conservo -ya amarillentos- los recortes de la interviú apócrifa que apareció en un diario de habla hispana hecha a Henry Parot, que quizá alguno de ustedes recuerden. Es anterior a Bill Clinton y se había presentado en varias convocatorias, sin que jamás pudiera sobrepasar el 14% de los votos, como Carod Rovira. He aquí la supuesta entrevista, con su jefe de campaña, precedida de una breve historia familiar. Cuando Henry tenía cinco años, las finanzas de su padre padecieron tal contratiempo que obligó a la familia a mantener la piscina con el mismo agua durante dos días seguidos. Sigue el encuestador:
P. ¿Cuántos automóviles posee?
R. Cuatro cadillacs, cada uno preparado para emprender viaje en una dirección (norte, sur, este, oeste). Dato anecdótico: iba a una cita de negocios y el conductor se pasó, sin posibilidad de retroceder, en plena autopista. El señor Parot le dijo al chófer: "¡Bájate y compra el primer Mercedes que vaya en dirección contraria!". Lo adquirió a un precio exorbitante.
P. ¿Es deportista?
R. Acaba de comprarse cuatro fórmula 1, con chófer, naturalmente. El señor Parot no tiene carnet de conducir. También le gusta navegar. Acaba de adquirir un yate de 86 metros, porque el que tenía se le había mojado...
P. ¿Ha tenido alguna vez problemas financieros?
R. ¡Oh, sí! En cierta ocasión un banco le devolvió un talón por falta de fondos. Era el banco el que no tenía fondos, no el señor Parot.
Habrá quien recuerde al extravagante millonario, pequeño, orejudo y empeñado en ser presidente. Al fin y al cabo el primer mandatario de Estados Unidos es sólo un alto funcionario, lleno de obligaciones y pesadillas, a quien, de vez en cuando, matan de un tiro.
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