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Reportaje:Elecciones 2004

Recetas para esquivar el gueto

Los responsables de una escuela con la mitad de sus alumnos inmigrantes aceptan responder a las preguntas que unos supuestos padres españoles plantean sobre los posibles inconvenientes de inscribir a su hijo en ese centro

Francisco Peregil

Prueba de fuego. Pongamos que una pareja llega, se sienta en la salita de la directora, María Teresa Feu, y la secretaria y profesora de inglés en la escuela, María Cobos, y pregunta a ambas:

-¿Qué ventajas puede ofrecerle esta escuela a mi hijo?

El colegio Monjoia es el único en Sant Bartomeu del Grau, pueblo de 1.142 habitantes a una hora y media de Barcelona en coche. La fábrica textil daba trabajo a todo el municipio hasta que cerró el pasado junio. El centro público más cercano se encuentra a 11 kilómetros y el privado, a 12. Teresa Feu y María Cobos se prestan encantadas a la prueba.

- Lo primero que quiero preguntarle -contesta la directora- es si ustedes tienen algo contra los inmigrantes. Porque aquí hay 117 niños, desde los tres a los 12 años, y la mitad de ellos, algo más de la mitad, el 54%, son hijos de inmigrantes; la mayoría, marroquíes y algunos argentinos.

"Estas escuelas tendrían que estar mimadas por el Gobierno. Y no es así"
"A veces nos han llamado racistas los padres de aquí, y los marroquíes también"
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"No se puede ser tolerante si no se sabe lo que es convivir con otra cultura"
"Lo importante no es que lleven pañuelo, sino que tengan formación suficiente para escoger"
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- Nada en contra. Pero tememos que, si hay niños que no saben hablar catalán o español, perjudique la enseñanza de nuestro hijo.

- Nuestra obsesión es que el nivel del alumno no baje. Y por eso mezclamos a los niños en muchas actividades. Y al mezclarse con niños de otra edad, los pequeños aprenden otras cosas y los mayores, al ayudar a los pequeños, desarrollan estrategias. Compartir la educación con inmigrantes es preparar al niño para una sociedad de mestizaje. Es empezar a entender el mundo actual.

- ¿Pero no va esto camino de convertirse en un gueto?

- Hacemos todo lo posible para que no lo sea. Y trasladamos nuestros servicios al resto del pueblo. Tenemos cursos de formación de madres marroquíes. De padres, no, porque si hay padres de Marruecos presentes, ellas no asisten a las reuniones. Queríamos que vieran los niños que la madre podía hacer cosas como gimnasia de mantenimiento, aunque ellos se reían; no se imaginaban a las madres haciendo gimnasia.

Ahora hay un curso de comunicación para aprender el catalán. Queríamos enseñar español porque parece que abre más puertas, pero la madre quería aprender catalán para entenderse con sus hijos. Constantemente hacemos cosas para evitar el aislamiento, para que ni el pueblo ni la escuela se conviertan en un gueto.

- Tendrán ustedes muchos problemas a la hora de integrar culturas tan distintas, ¿no?

- A finales de los ochenta, con el primer niño que llegó de Marruecos, no dejaba de llorar. Llamamos al padre porque creíamos que así el niño no lloraría. En lugar de eso, el padre le pegó delante de nosotras y le dijo: "¿Cómo puedes llorar cuando te he comprado ropa nueva?". Desde entonces hemos aprendido mucho. Al principio, en las entrevistas hablábamos con los padres hasta que descubrimos que las que se ocupaban del niño eran las madres. Pero ellas no hablan nuestro idioma. Así que pedimos traductora y nos entrevistamos con las madres.

- ¿No se vuelcan más ustedes en la enseñanza de los niños inmigrantes?

- Hemos sido acusadas de racistas por ambas partes. Algunos padres de aquí nos han dicho que tratamos mejor a los marroquíes, y otros de Marruecos nos dicen que tratamos a sus hijos como esclavos. Pero nos volcamos en todos por igual.

- Desde que empezaron a matricular a tantos inmigrantes, ¿cuántas familias del pueblo han retirado a sus hijos de este colegio?

- Sólo una. Y que hayan dejado de matricular en la escuela, dos familias.

- El tener un 54% de inmigrantes, ¿a cuántos profesores extra les da derecho?

- A dos y medio.

- ¿Y es suficiente con dos maestros y medio?

- Es suficiente si los maestros tienen la disposición y la formación necesaria para trabajar en este ambiente. Las escuelas no podemos quedarnos con un maestro que funciona muy bien si no tiene aprobadas las oposiciones. Y así no se puede formar un equipo. Y a veces no es que lo sustituya un funcionario, sino que te envían a otro maestro, también sin oposiciones, que igual funciona muy bien o no. Pero tiene que iniciar un camino que el otro ya tenía. Estas escuelas tendrían que estar mimadas. Cuando el equipo funciona, no se puede desmontar con sana alegría. Pero, claro, lo que estamos diciendo entra en colisión con la normativa del funcionariado.

- Reconocerán ustedes que si un porcentaje tan alto de la clase no domina ni el catalán ni el español, el nivel de aprendizaje de los niños no será homogéneo...

- Pero el nivel no es homogéneo en ningún sitio.

- Ya, pero si no se habla el idioma, será menos homogéneo.

- No tiene por qué. Piense en las escuelas rurales donde hay un maestro para distintos niveles y edades. Cuando el maestro explica algo a uno, el resto de la clase no está sin hacer nada.

- Pero díganme: ¿va a aprender el nuestro menos por el hecho de estar en un colegio con un 54% de inmigrantes?

- Dependerá de su hijo y de ustedes, los padres. Cuando el crío tiene deseo de aprender, uno se sorprende de lo rápido que puede aprender. Su hijo no va a tener una acumulación de conocimientos, como años atrás, sino muchos recursos para moverse, una base para acceder a la información.

Muchos padres te dicen: "Cuando yo tenía siete años, dividía por dos cifras. Y mi hijo divide sólo por una cifra". Ahora están las calculadoras. El niño tiene que tener claro cómo acceder a la información de los reyes godos y cómo extraer la información; por tanto, tendrá que aprender a resumir, tiene que tener una buena comprensión lectora. No es tan importante que no sepa la fecha del descubrimiento de América.

El año pasado trabajamos matemáticas con el ordenador y con los padres. Los padres vienen cinco semanas y trabajan con ellos en el ordenador. Cada padre o madre tiene a su cargo un grupo de tres niños, entre los cuales está su hijo. Y era una maravilla. La especie humana está programada para enseñar, incluso sin formación. Y había padres marroquíes y españoles enseñando.

- ¿Dónde está el límite, el momento en que ya se podría ir esto de las manos si siguen llegando más y más niños inmigrantes?

- Nosotros somos la única escuela del pueblo. No podemos poner límite. Pero la Administración tiene que tener unas políticas que ayuden a no provocar guetos, porque los guetos sólo consiguen aislar. Es una pena que sólo acepten a niños inmigrantes los centros públicos. Y, sin embargo, las escuelas concertadas, que se sostienen con fondos públicos, no contribuyen al bien social.

- ¿Ustedes creen que va a cambiar la situación con el Gobierno tripartito de la Generalitat?

- Esperamos que sí. La Generalitat tiene que intentar que la responsabilidad de la educación sea de todos. Porque los padres tienen derecho a escoger escuelas, pero las escuelas no pueden discriminar alumnos. Y todos sabemos que hay subterfugios para que el inmigrante no vaya a ciertos centros. Si aquí viene un marroquí y le digo: "Puede matricular a su hijo, pero se va a sentir en minoría; tal vez le convenga más un centro donde haya más marroquíes...", al final consigo que no lo matricule aquí.

- ¿No han presenciado escenas racistas entre los niños?

- Hace poco, los críos de 11 o 12 años estaban leyendo un libro que hacía referencia a otras culturas y un niño español se permitió decir: "Todos los moros son una mierda". Resulta que era el íntimo amigo de Mohamed, un niño marroquí. Yo le dije: "¿Es que Mohamed es una mierda?". Y me contestó: "Mohamed es diferente y sé que no es mala persona, pero los otros...". Le volví a preguntar: "¿Y a todos los demás los conoces para opinar así de ellos? ¿No crees que habrá de todo como en todas partes?". Y al rato me dijo: "Pues es verdad".

- ¿Hay o no hay racismo entre sus alumnos?

- Hace poco organizamos un acto con otros colegios de la comarca. Los niños de otras escuelas rurales sin inmigrantes se comportaron como unos auténticos racistas. Repetían los tópicos de la sociedad. Y los de aquí, no.

- ¿Qué opinan sobre la ley francesa que prohíbe llevar símbolos religiosos en la escuela?

- Creo que se han quedado en la superficie. Lo importante no es que lleven pañuelo, sino que tengan la formación suficiente para escoger si lo quieren llevar o no. Aquí teníamos una niña con velo y el padre dijo que la niña vendría siempre con velo y que, además, no tocaría la flauta como los demás niños. Porque veía que era un símbolo fálico.

Decidimos que decirle que no podía venir con pañuelo era darle más importancia de la que tiene. Y menos mal, porque al mes se puso de moda entre las niñas del pueblo recogerse el pelo con un pañuelo en forma de media luna, un pañuelo sólo un poco más pequeño que el velo. Pero con lo de la flauta no transigimos. El padre no se la compró, pero ella toca la flauta. Ella no puede sentirse distinta a nosotros. Eso sí: creo que no le ha dicho al padre que toca la flauta.

[Para terminar de convencer a los supuestos padres remisos, la directora del centro, Teresa Feu, concluye:]

- La educación no puede ser tan abstracta. Cuando no había inmigración, todo el mundo era muy tolerante; y ahora hemos descubierto que somos más racistas de lo que creíamos. No se puede ser tolerante si no se convive con la otra cultura. Y a los maestros nos hace avanzar y aprender.

Y su compañera María Cobos añade:

- Vemos al inmigrante como una botella vacía. Que no sabe nada y lo vamos a llenar. Y una persona nunca es una botella vacía. Podemos aprender mucho de ellos.

María Teresa Feu, directora del colegio Monjoia, de Sant Bartolomeu del Grau, coloca en un panel las fichas con los nombres de los alumnos.
María Teresa Feu, directora del colegio Monjoia, de Sant Bartolomeu del Grau, coloca en un panel las fichas con los nombres de los alumnos.SUSANA SÁEZ

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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