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José y Manolo: la amistad

Con Manuel García-Pelayo, en el aniversario del fallecimiento de José Ortega Spottorno

Grandes calamidades públicas suelen correr acompañadas de grandes solidaridades privadas, tanto más sólidas cuando se producen al amparo de lo que Goethe bien designaba "afinidades electivas". La amistad de Manuel García-Pelayo con José Ortega Spottorno entra dentro del esquema. No eran coetáneos ni colegas. Mayor en años el primero, ingeniero agrónomo el segundo, no parecían, en la inmediata y dura postguerra, tener otra cosa en común que la común circunstancia. Pero su coincidencia intelectual en torno al "libro" condujo a acercarlos en 1942, primero en función de una traducción que -comprensiblemente- no llevaría firma, y luego, en razón de que el joven ex oficial del Ejército republicano hubiera escrito un curioso e interesante trabajo sobre El Imperio Británico que interesó al aún más joven editor cuando en 1944 recogía "los emprendimientos de [su] padre", Ortega y Gasset, en Revista de Occidente.

Impresionado por el libro del "vencido", lo sacó a la luz valientemente -dada la condición del autor y el carácter del régimen- dos años después, mientras el estudioso preparaba el Derecho Constitucional Comparado que vería publicado por el amigo en la misma editorial seis años más tarde. La amistad había surgido en circunstancia difícil, pero sólidamente asegurada en el mutuo respeto y aprecio, y en la no menos mutua discreta y prudente admiración.

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En los primeros cincuenta, ambos destinos -como los caminos de Borges- se bifurcaron. El uno quedó en la España de Franco, y el otro siguió por sus tres derroteros americanos (Buenos Aires, San Juan y Caracas) que nunca interfirieron -al decir de José- la amistad ya arraigada como sentimiento "reconfortante y enriquecedor" en torno al intelecto y a su resultado: el libro. El Imperio Británico se había agotado enseguida, y nunca se reeditó; el Derecho Constitucional Comparado tuvo otra suerte, con ocho ediciones hasta 1968. Ambas obras constituían sendas puertas a la publicación de otros textos y a una colaboración llena de afecto que, iniciada en 1942 con aquella traducción sin firma del Esplendor y ocaso de la diplomacia clásica para Revista por García-Pelayo, culminaba en 1963 con la creación de la Biblioteca de Política y Sociología que el editor ponía, confiado, en manos del profesor trasterrado.

Los sesenta constituyen, sin embargo, otra etapa de la historia de España, de sendas biografías de nuestros personajes, y de esta amistad que se había originado en la colaboración confiada y leal entre autor y editor. Es posible pensar que García-Pelayo difícilmente concebía publicar en otros predios y con otros agentes. Había sacado otros títulos en Revista y, apoyado en el amigo, confiaba sus logros intelectuales a otras rutas editoriales impulsadas por José. En la medida en que la existencia humana es creación incesante de apreciaciones y recuerdos, tanto más valiosa y trascendente cuanto más solidez y sentido de orientación vital muestren sus protagonistas, aquella amistad se reforzó con el mutuo descubrimiento y aprecio de los valores estimables del amigo.

Conocí a un José Ortega Spottorno entonces para mí desconcertante, en 1966, cuando por sugerencia de Manolo yo traducía un texto de Ullmann para la mencionada Biblioteca de Política y Sociología. José estaba en la plenitud de su actividad editorial, y la nutría con frescor impaciente, saltando de tema en tema frente a la joven traductora en conversación que me inquietaba, mientras contaba cómo impulsaba, seguro, un novedoso cometido empresarial: la creación y desarrollo del "libro de bolsillo" de Alianza Editorial, cosa que hacía con tanto afán y empuje, sólo comparable al que mostraría años después en otro campo y dimensión, cuando asumiera luego el impulso de la creación y desarrollo de EL PAÍS. García-Pelayo pasaría a publicar en otras colecciones desarrolladas en Alianza y a percibir en el afán del amigo algo que más de una vez repetiría: "José Ortega es -decía- la expresión más lograda de lo que Sombart ha denominado 'espíritu de empresa", es decir, capacidad para realizar planes de gran alcance y amplio plazo cuya ejecución requiere la colaboración permanente de muchas personas con claridad de fines bajo el signo de una voluntad unitaria. El espíritu de empresa no caminaba solo para Sombart. Sumado al "espíritu burgués", configuraba el "espíritu capitalista" típico del hombre fáustico de la modernidad. Éste sería -para Sombart- tanto la síntesis del empuje creador, la planificación, la organización, como la custodia y la conservación del logro. García-Pelayo percibía en José al "hombre de empresa" capaz de aunar esfuerzos y sumar voluntades en un sentido dado, con éxito y provecho. Por su parte, José percibía en Manolo (como le oí decir más de una vez) al "auténtico pensador", es decir, al interlocutor al que no toma por sorpresa nada de lo que se le pregunta, por la sencilla razón de que él ya lo ha pensado y meditado antes de ser interrogado. Y José le preguntaba siempre. Más de una vez he pensado si no lo hacía con la sana picardía resignada del que busca pillar alguna vez al interlocutor en desconcierto, a sabiendas de que el otro tendría siempre a mano la respuesta.

Lo más importante y lo más fuerte de la vida -repito- es el recuerdo. La vida es una fábrica continua de recuerdos. Es lo que quedará de nosotros cuando ya no estemos y lo que nos llevamos de los demás cuando, gozando aún vitalidad, nos alejamos. Recuerdo, pensamiento y espíritu son fuerzas intangibles, inconmensurables, que trascienden fortalecidas en el aliento de la amistad bien entendida, cultivada en el tiempo y perdurable en quienes hemos estado cerca de esos inefables "fabricadores" de obra y de recuerdos que podemos honrar tanto mejor, mientras logremos comunicarlo y trasmitirlo. "Espíritu de empresa" y "solidez de pensamiento" fueron, así, sendas virtudes reconocidas mutuamente, supuestos firmes y profundos de entrañable, segura y sólida amistad de sobrio aliento. Sobre todo, de confianza mutua en la calidad intelectual y humana del "amigo" por sobre cualesquier momento y contingencia. Confianza trascendente, transmitida a quienes estuvimos presentes y en su entorno en lapsos importantes de sus vidas y las nuestras. Recuerdo perdurable que hoy irradia, a dos años de la partida de José, y a muchos más de ausencia de Manolo...

Graciela Soriano, viuda de Manuel García-Pelayo, es profesora de Historia Política en la Universidad Central de Venezuela.

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