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ANÁLISIS | NACIONAL
Columna
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El crimen que no cesa

EL OBSERVATORIO DE LA VIOLENCIA Doméstica -creado por el Consejo General del Poder Judicial- ha dado a conocer el número de víctimas registrado por ese concepto durante el año pasado: 81 de las 103 personas muertas a lo largo de esos 12 meses fueron mujeres, 65 de ellas a manos de su pareja. El panorama resulta igualmente sombrío en términos comparativos: los homicidios dentro del ámbito familiar crecieron en 2003 un 56% respecto a 2002. La entrada en vigor, el 3 de agosto, de una norma -aprobada por consenso parlamentario- para asegurar protección judicial a las mujeres amenazadas muestra la amplitud de ese inquietante fenómeno: hasta el 31 de diciembre los jueces recibieron 7.869 solicitudes (cerca del 95% de mujeres) y aplicaron medidas cautelares en 6.004 casos. Sin embargo, las personas que piden amparo preventivo a los tribunales continúan siendo una minoría: el 75% de las 81 mujeres que perdieron la vida en 2003 no habían denunciado antes malos tratos.

La Conferencia Episcopal atribuye la violencia familiar a la "revolución sexual", y el Consejo General del Poder Judicial publica un alarmante informe sobre el incremento de las víctimas en 2003

El comienzo de este año bisiesto no ofrece demasiados motivos para la esperanza. Hasta el 11 de febrero habían muerto ya seis mujeres; sólo durante el pasado fin de semana se produjeron 24 casos de malos tratos en diferentes puntos de España. La campaña contra la violencia doméstica no se limita a la adopción de medidas legales, policiales y asistenciales en favor de las amenazadas, sino que se extiende también a la búsqueda de diagnósticos capaces de identificar las causas y de proponer soluciones. Sin embargo, poca ayuda prestará a esa labor de prognosis el Directorio de la Pastoral Familiar difundido por la Conferencia Episcopal en noviembre de 2002.

El documento episcopal descarga sobre las espaldas de una "revolución sexual", imprecisamente fechada en los años sesenta del pasado siglo, la responsabilidad última de ese "alarmante aumento de la violencia doméstica". Según la pastoral, el proceso puesto en marcha por la

ruptura de la sexualidad con la tradición cristiana se despliega a lo largo de varias etapas: la separación del sexo respecto al matrimonio y la procreación, la absolutización del amor romántico, la banalización hedonista, la transformación en objeto de consumo y la "ideología del género"; los "frutos amargos" de esa secuencia son "abusos y violencias sexuales de todo tipo, incluso de menores en la misma familia". El vacilante comportamiento del obispo de Córdoba con un sacerdote

de su diócesis - condenado a 11 años de prisión por tocamientos vaginales a seis niñas de entre ocho y nueve años en el confesionario- muestra las difícultades para aplicar la doctrina eclesiástica sobre abusos y violencias sexuales a casos concretos: monseñor Asenjo dio inicialmente su apoyo pastoral al cura menorero de Peñarroya hasta que la presión de la opinión pública le forzó a destituirle como parroco.

Algunos sostienen que el incremento de los casos de violencia doméstica registrado en las estadísticas no se correspondería con un aumento real de la criminalidad, sino que sería sólo la consecuencia de una mayor visibilidad social propiciada por la intervención de las autoridades, la alerta de la opinión pública y la atención prestada por los medios de comunicación; esa hipótesis, válida tal vez para el recuento pormenorizado de daños menores, no cubre, sin embargo, el recuento de las muertes y de las lesiones graves, también inocultables en tiempos pasados para los policías, los jueces y los médicos. Parece más probable que los valores igualitarios del sistema democrático, la incorporación de las mujeres al trabajo cualificado y la creciente presencia femenina en la educación superior estén correlacionadas con la firmeza en la defensa de sus derechos y con la brutalidad reactiva de las agresiones masculinas dirigidas a sofocar resistencias a la autoridad patriarcal antes inimaginable. El despliegue de la libertad femenina pone en marcha, como contradictoria implicación, el recurso machista a la violencia para impedirla: el intetento de culpabilizar a las víctimas de la decisión de ejercer sus derechos frente a los verdugos -una melodía que que resuena en la pastoral de los obispos- es inseparable de la historia de la emancipación humana.

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