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FUERA DE CASA
Columna
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Corazón e hipermercado

Hay que hacer muchos esfuerzos, conocer los atajos, las rutas alternativas y las vías de escape para no tropezar con la Galería Marlborough, en el hipermercado de Arco. Situada, como otros años, en lugar preferente y central, es la que más se ve desde la entrada. Por si alguno se despista, donde se encuentre la mayor concentración de prensa del corazón, televisiones varias, fotógrafos en general y paparazzis en particular, justo allí, tras los focos, se encuentra la Marlborough, mucho más que una galería, un hipermercado del morbo. Todos querían preguntar a María de la ex Hoz, por esas cosas del corazón, de los negocios, de los embarazos y los despidos. Y ella, ni caso, más silenciosa que el Gobierno con la guerra de Irak. A lo suyo, al arte y ensayo; bueno, también un poco de dinero. Se la ve firme, tanto como que algunos artistas de su galería, como el genial Leiro, tengan que pasar por su casa si quieren cobrar el cheque. Poderío y firmeza. El mismo talante que demostraba su clienta, y sin embargo amiga, Marina Castaño, eludiendo las preguntas que no fueran artísticas o literarias, que no están los tiempos para frivolidades. En la galería, sorteando paparazzis, se puede ver un retrato que me pareció del mismísimo Álvarez Cascos, pero en plan simpático. Un chasco, no era él. El retrato se titulaba El hombre de Neguri, y, que yo sepa -aunque los de Neguri nacen donde les da la gana-, el ministro enamorado nada tiene que ver con el estilo Neguri, le veo más del estilo Santurce. Pues nada, que la Reina no se orientó, ni la ministra, ni el alcalde, ni nadie de la comitiva real. No encontraron el camino de la Malborough, y allí dejaron a la galerista y los paparazzis con las ganas de una foto que no pudo ser.

La tarde estaba de despistes. Juan Manuel Bonet, el director del Museo Reina Sofía, se olvidó su acreditación. Retenido en la entrada, prometió su cargo ante uno de seguridad: le puedo prometer y prometo que soy el director de Museo Reina Sofía. ¿Está usted seguro? Y Bonet dudó. Ya se sabe que estos de seguridad están a la última de los rumores. Ya veremos dónde está Bonet el próximo Arco. Personalmente creo que es nuestro mejor director y deseo que, si cambia, sea para mejor. ¿No estará Barceló en El Prado? ¿Y por qué no Bonet? Al menos le deseo que siga teniendo tiempo de rastrear, de comprar bien y barato en las almonedas, de llegar antes a la pieza por tesón y madrugón, que su amigo y rastreador, Luis Alberto de Cuenca. El secretario de Estado de Cultura, que naturalmente marchaba en la comitiva real, aseguraba esa tarde que no le da el sueldo para comprar pintura, que con comprar sus cómic ya se deja medio sueldo. Lo más duro del cargo, De Cuenca dixit, es no tener tiempo para estar en la tertulia de Garci, sobre todo cuando la película se llama Los caballeros del rey Arturo. Los poetas son así. Lo de comprar pintura es para ministros. Sí, la ministra que no anda derrochando en cómic, compró pintura. Guiada por los consejos de Bonet, apalabró un dis berlin, que, a pesar del nombre, es un moderno de Soria. Y tanteó un eduardo arroyo, que es moderno, del valle de Laciana, y, por tanto, un poco antiespañol por la cuota de amigo de institucionistas, regeneracionistas, afrancesados y otras compañías de la Residencia de Estudiantes. La verdad, si no lo hubiera señalado el otrora experto en Azaña y Cipriano Rivas-Cherif, José María Marco, nunca lo hubiera sospechado. Desde que el pensador neoaznarista nos ha abierto los ojos, ya no miro igual a José García Velasco, el sonriente director de la Residencia de Estudiantes. ¿También tú, Pepe? ¿También poco español a pesar de las apariencias y los apellidos? Perdona, pero uno está empezando a sospechar de casi todos.

Sospeché de mí mismo, de mi memoria, cuando a la altura de la Galería Almirante vi otro revuelo de prensa del corazón que andaban preguntando y haciendo fotos a una pareja sonriente y tranquila; no tenían cara de artistas, ni de ricos, ni siquiera de famosos. Teresa Alberti, la galerista de cabecera de Joaquín Sabina, me sacó de mi ignorancia. Es el consuegro. El mismísimo Jesús Ortiz y su reciente esposa, que, amables y encantados, paseaban por el hipermercado. Sí, hombre, Ortiz, de los Ortiz de Letizia. Tampoco hubo foto con la Reina. Pero está claro que la futura tiene tirón. Y papá Ortiz, Lalo Azcona y asturianos en general se paseaban por Arco encantados y monárquicos. No todos; ahí está el ejemplo de otro de los artistas de la pandilla de Bonet, Ángel Guache, que acaba de publicar un libro de poemas satíricos y republicanos.

Seguía la comitiva, eligiendo y repartiendo muy bien sus paradas. Una de las últimas fue con una clásica de nuestro mejor realismo, Carmen Laffón. La gran artista sevillana demostró su generosidad y su inteligencia haciendo pasar a la comitiva por la instalación tan griegamente moderna de Eulália Valldosera, donde los paganos dioses griegos se han convertido en marcas de detergentes.

Terminé Arco con la visita a un genial Miguel Condé, con una parada al lado de Marisa Paredes ante unos sorprendentes lamazares. Y confieso que pequé mirando los coños, con perdón, de Bigas Luna. Bigas, que casi es más listo que Lalo Azcona, viene a Arco por primera vez no sólo con coños, con perdón, sino que es capaz de vender como arte un huerto con ajos tiernos. La verdad es que Arco sigue siendo una excelente comedia bárbara. Una modernidad que sabe mezclar el amor y el hipermercado.

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