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Crítica:CRÍTICA | Música antigua y barroca
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un mundo aparte

En Torrent y no en el cap i casal recaló Gustav Leonhardt, una figura emblemática en el campo de la música antigua. Con él siempre sucede (y, de nuevo, así se percibió el viernes) que su amplísimo catálogo discográfico, cargado de bellezas, queda empequeñecido ante la verdad incuestionable de la actuación en directo: sin traducciones digitales, sin ingenieros de sonido, sin micrófonos, sin trampa ni cartón: bastaron unas manos de anciano sobre un clavecín no demasiado especial. Después de haberse paseado por todas y cada una de las Cantatas de Bach, después de haber sido un pionero en la utilización de instrumentos originales, después de trabajar con sus propios dedos a los compositores barrocos menos conocidos y de hacerlo con las maneras menos comerciales (el esnobismo en torno a la música antigua surgió a posteriori), Leonhardt consigue plasmar un Barroco bien particular. Precisamente porque ha logrado sintetizar la filología rigurosa con la libertad expresiva, a la cual ningún intérprete que se precie puede renunciar.

Ciclo de música antigua y barroca

Gustav Leonhardt, clavecín. Obras de Hassler, Dumont, Couperin, Weckmann, Froberger, Balbastre, Eberlin, Krebs y Blasco de Nebra. Auditori de Torrent, 6 de febrero de 2004

Resultaba estimulante seguir el compás y captar el intenso rubato que ejercía el músico sobre algunas notas: el tempo no se detenía, la oscilación regular continuaba y, sin embargo, se notaban ciertas "paradas" que la mano, marcando, no consignaba, pero que el oído percibía sin mayores dudas, paradas en apariencia imperceptibles y, al mismo tiempo, impactantes, que ayudaban a escapar de las líneas divisorias sin que se perdiera por ello el orden y el ajuste. ¡Cuánto Chopin está ya implícito en esa concepción barroca del clavicémbalo! ¡Cuánta libertad para mantenerse firme y riguroso sobre el tempo (al igual que las raíces de un árbol, como el polaco decía) y, a la vez, dejar moverse a las ramas según sopla el viento! ¡Qué paradójicos resultan unos presupuestos tan rigurosos -Leonhardt es uno de los adalides del movimiento historicista- dándose la mano con planteamientos musicales (el jazz, la interpretación de corte romántico, etc) donde la flexibilidad en el fraseo se considera un valor añadido!

Poco importó alguna nota fallida en las Variaciones de Hassler, que también acusaron cierta rigidez, evaporada después rápidamente (a veces las manos, como la voz, necesitan calentarse). Todo el programa fue un manifiesto a favor de una manera de tocar -y de escuchar- necesariamente atenta a las sutilezas, ya que el clavecín no dispone de los magnos recursos del piano, de un mundo aparte donde el Barroco debe calibrarse a la luz de la porcelana, y de una intimidad que requiere tener muy cerca al instrumento. De todo ello, quizá el mejor botón de muestra fuera la Sonata de Blasco de Nebra, donde el holandés exhibió una gracia incuestionable para traducir, con intensa delicadeza, un mundo proféticamente goyesco.

Aunque parezca increíble, había asientos vacíos. A doce euros.

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