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Columna
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Calidad

¡Houston, tenemos un problema! No con la sustantivación de mayorías y minorías de cara a la formación de gobiernos, sino con esas reglas del juego que permiten a una sociedad dirimir los conflictos, calibrar los abusos y acotar las responsabilidades antes de recurrir al veredicto judicial. Tenemos problemas con la ética, o con su aplicación por parte del poder; tenemos problemas con la deliberación, es decir, con el debate en el ámbito de la opinión pública; también con la petición de información y la rendición de cuentas en las instituciones; tenemos problemas con las buenas prácticas políticas y, en fin, con la calidad democrática de nuestro sistema. Ya no es que el poder tienda a negar toda legitimidad al discurso de quien no manda, como si el veredicto de las urnas derogara la exigencia cotidiana de razonamiento o la obligación permanente de dar explicaciones, sino que el gobernante aplica a su propia actuación un código discrecional: hoy esto me vale, mañana sólo cuenta para el rival. Las mentiras de gran calibre, por ejemplo para justificar la guerra en Irak, se esconden bajo la alfombra de la Moncloa, a costa del prestigio del espionaje y en medio de una demagógica tergiversación. La moral cambia en Orihuela, de un día para otro, cuando un concejal denunciado por acoso sexual se convierte en víctima porque el PP se desangra y no quiere perder una alcaldía proverbial. La consejería valenciana de Educación y la dirección de la empresa pública de construcciones escolares torean de forma obscena a una insistente parlamentaria de la oposición. El presidente de la Diputación de Castellón propone secuestrar periódicos y acallar emisoras de radio porque explican una trama que, al margen de los delitos que acabe decantando la intervención de la juez, revela el de Carlos Fabra, más que como el caso de un pícaro singular, como todo un sistema de corrupción. En los comicios generales del próximo 14 de marzo la alternativa no bascula entre el PP o el PSOE, entre Rajoy o Rodríguez Zapatero, sino entre una democracia delegativa, cínica y autoritaria o un sistema político donde cuenten también el desempeño institucional y el poder ciudadano, una democracia que tenga atributos más allá de lo electoral.

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