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Reportaje:

Europa inicia el ajuste de cuentas

Los futuros presupuestos de la UE suscitan una nueva división entre países ricos y pobres

Carlos Yárnoz

Europa aborda esta semana cómo será su futuro presupuesto, quién aportará el dinero y quién resultará más beneficiado o más perjudicado. Es un ejercicio que siempre levanta ampollas entre los socios de la UE pero, en esta ocasión, se inicia con la Unión sumida en plena crisis política y en un estancamiento económico que no acaba de superar.

Con las heridas abiertas por el fracasado intento de contar con una Constitución europea, y a las puertas de la gran ampliación al Este con la consiguiente llegada al club de países mucho menos desarrollados, la batalla que se abre augura tiempos turbulentos en la Unión.

"Europa va mal. Nuestros ciudadanos dudan de su futuro. Aún peor: de su necesidad". Con tan lapidaria frase inicia la Comisión Europea uno de los borradores de la propuesta que presentará el martes sobre las perspectivas financieras o marco financiero anual para el periodo 2007-2013 que sustituirá al actual para los años 2000-2006. Ese borrador, fechado el 16 de enero, añadía, siempre en los primeros párrafos del documento: "El fracaso [de la Constitución europea] se ha dejado sentir brutalmente frente a un proyecto que había hecho nacer la esperanza de una Europa segura de sus valores, su organización y su futuro".

"La decepción de nuestros ciudadanos está a la altura de sus aspiraciones"
Las heridas están abiertas tras el fracaso de la Constitución y la guerra de Irak

Junto a ese fracaso ocurrido en diciembre la Comisión recuerda que la división interna por la crisis de Irak y la atonía económica (Europa ha reducido su potencial de crecimiento del 3% anual en la década anterior al 2% actual) han puesto en duda entre los ciudadanos la capacidad de la Unión para continuar en el camino marcado desde su origen: crecer a buen ritmo para lograr "una sociedad próspera y solidaria". "El aumento de las desigualdades, el renacer de las exclusiones, el sentimiento de una política europea pasiva [basada en las prohibiciones] más que activa [alimentada por una voluntad de integración], favorece un desencanto que mina la legitimidad de nuestras instituciones".

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La introducción del documento culmina con un comentario que refleja la profunda preocupación de sus autores sobre el momento que vive Europa: "Hay una formidable necesidad de Europa. La decepción de nuestros ciudadanos está a la altura de sus aspiraciones".

Bajo semejante ambiente, ya se han registrado los primeros escarceos. El más temprano vino de la mano del canciller alemán, Gerhard Schröder, que el pasado otoño repitió hasta la saciedad que había "una relación directa" entre las negociaciones para pactar la primera Constitución europea y las que ahora se iniciarán para fijar un nuevo marco financiero. La advertencia era un disparo a la línea de flotación, porque España y Polonia, el país más beneficiado en el reparto de los fondos y el que aspira a serlo en el futuro, respectivamente, eran los que se oponían al nuevo reparto de poder establecido en un proyecto constitucional que incrementa de forma muy notable el peso de Alemania, el país que más dinero aporta a las arcas comunitarias.

Constatado el fracaso en la cumbre europea en diciembre, la respuesta fue inmediata. Sólo 48 horas después, los líderes de los seis países (Alemania, Francia, Reino Unido, Holanda, Austria y Suecia) contribuyentes netos a las arcas europeas difundieron una carta en la que exigían que el presupuesto de la UE no superara en ningún caso el 1% del PIB total de la UE (como ahora), lo que supone algo más de 100.000 millones al año.

En paralelo, además, los asesores del presidente de la Comisión, Romano Prodi, encabezados por el profesor belga André Sapir, aconsejaron a éste que desmantelara en buena parte la política agrícola común (PAC, que hoy se lleva el 48% del presupuesto) y la política de cohesión (los fondos regionales, que ahora representan el 32%). Los ahorros, añadía el informe Sapir, debían destinarse a nuevas partidas dedicadas a conseguir una Europa que crezca más y sea más competitiva.

La guerra de guerrillas en la Comisión se ha prolongado durante todo el otoño y culminará en dos reuniones del colegio mañana, en Bruselas, y el martes, en Estrasburgo. La comisaria alemana Michaele Schreyer (Presupuestos) ha sido el ariete de los países más ricos al sostener en todo momento que, como mucho, el presupuesto debía rondar el 1,15% del PIB de la Unión. Enfrente, los comisarios españoles Loyola de Palacio (Transportes) y Pedro Solbes (Economía) o el francés Michel Barnier (Política Regional) sostienen que la UE debía ser más ambiciosa y que el porcentaje rondara el 1,45.

Al final, se ha abierto la solución salomónica. La Comisión aportará por el 1,24%, unos 153.000 millones de euros anuales, aunque con cierta trampa, porque ahí estará incluido el Fondo Europeo de Desarrollo que ahora no lo está, con lo que el porcentaje real será aproximadamente el 1,18%.

Con ese porcentaje, será imposible que la UE mantenga sus tradicionales políticas al nivel actual. Y, en efecto, serán la PAC y los fondos regionales los que lo sufran, es decir, los países menos favorecidos. Porque es ése el planteamiento pese a que, en la UE ampliada, habrá cuatro millones más de agricultores (hoy hay siete) y, sin embargo, el porcentaje del presupuesto para la PAC será aproximadamente el 38% (ahora es el 48%); y de que en la nueva Unión habrá 116 millones de personas (el 25% de la población) viviendo en regiones con una renta por habitante por debajo del 75% de la media europea (hoy son 68 millones, el 18% de la población), pese a lo cual el porcentaje dedicado a ayudas regionales y cohesión se mantendrá, como ahora, en el 32% del presupuesto de la UE.

El problema añadido es que, al fracasar en diciembre el pacto constitucional, ahora sí que las negociaciones del proyecto correrán en paralelo a las del dinero en medio de amenazas de provocar una Europa de dos velocidades. Así será al menos durante este año y, si no se cierra la Constitución, continuará en el siguiente. Por eso, y en medio de la crisis, Europa parece lanzada a un ajuste de cuentas basado en sus cuentas, donde más daño se puede hacer.

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Sobre la firma

Carlos Yárnoz
Llegó a EL PAÍS en 1983 y ha sido jefe de Política, subdirector, corresponsal en Bruselas y París y Defensor del lector entre 2019 y 2023. El periodismo y Europa son sus prioridades. Como es periodista, siempre ha defendido a los lectores.

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