Noche de rotaciones

El estadio Santiago Bernabéu, en los días de partido, tiene el colorido de las grandes cumbres diplomáticas. Una tras otra, las comitivas de coches oscuros, de cristales polarizados y sirenas azules, van girando hasta la nueva entrada VIP, situada en la calle del Padre Damián.

Entre el palco de las autoridades y las decenas de palcos de las empresas, el remozado recinto en el que gobierna Florentino Pérez desde el mes de julio del año 2000 parece el foro de Davos, con ministros, presidentes, altos ejecutivos, azafatas y camareros por todas partes, preparando de forma quizás algo atropellada tanto negocios como tentempiés.

Ese movimiento del banquillo, inspirado en los intríngulis de la ciencia, afectó otra vez a las clases medias y a las bajas.

Sea porque la audiencia paga por ver a los jugadores estrella, sea por los caprichos del destino, el caso es que nadie que gane más de cuatro millones de euros ha entrado nunca en una rotación en el Madrid. Al menos, hasta ayer.

Porque contra el Málaga, huérfano de triunfos en todo lo que va de año, Queiroz puso en liza a todos los galácticos, incluidos el brasileño Ronaldo y el inglés Beckham, que venían de sufrir una enfermedad gastrointestinal, y su paisano el portugués Figo, que el miércoles pasado, en la cita de la Copa del Rey contra el Sevilla, se golpeó en la espalda. Al banco se fueron Helguera, que está sano, y Guti, que tampoco ha tenido el más mínimo problema.

Por detrás del gallego, Pavón y Raúl Bravo compusieron lo que Queiroz llama "el triángulo de seguridad" del equipo.

Un producto que anoche fue tan eficiente como netamente canterano, aunque quizás algo áspero para los paladares exquisitos del anillo de palcos, que en la primera mitad del encuentro no tuvieron más alegría que un gol de Ronaldo para... variar.

Después, eso sí, otro brasileño, Roberto Carlos, recordó su potencia en el lanzamiento de los golpes francos directos al borde del área. Menos mal.