Tendencias sociales
Se está celebrando en el Muvim un simposio internacional, Las políticas sociales ante los retos de la nueva sociedad. Los nombres de los conferenciantes y de los participantes en las mesas redondas son muchos y entre ellos no escasean figuras de reconocido prestigio europeo. Meramente a guisa de ejemplo: Desafíos para la protección social en Europa: redes de cooperación y procesos de convergencia, a cargo de Hans-George Weigel, director del Observatorio Alemán de Servicios Sociales. (Mañana sábado, a las 13.00).
Existe una creciente actividad intelectual en torno a lo que este simposio denomina "nueva sociedad". Parece ser que el Estado de bienestar ha envejecido, prisionero de sí mismo. Pide socorro, vía un compromiso social más amplio. ¿Revitalización de las instituciones intermedias? ¿El siglo XXI le pedirá auxilio a la Edad Media? Reconocemos que el desafío a que hacen frente los países avanzados es apabullante, aunque para sí los quisiera el mundo en vías de desarrollo y no digamos ya allí donde la sed y el hambre y el sida, entre otras plagas, hacen burla siniestra de nuestras agonías; las cuales, objetivamente consideradas, no son fruslería. Como recordatorio, una muestra según se asoma a la memoria: Narcotráfico, violencia doméstica, delincuencia callejera, trata de blancas, pederastia en redes mafiosas, fraude alimentario, violaciones (a menudo en el seno familiar), esclavitud encubierta, alcoholismo juvenil, tráfico de armas, accidentes de trabajo y de tráfico, fundamentalismo religioso, ablaciones de clítoris en tierra europea, inmigración caótica, empleos basura, vivienda inasequible, una panoplia de servicios sociales inexistentes o que existen mal, etcétera. El desaliento es comprensible, como también lo es la búsqueda de fórmulas por parte de los expertos en ciencias sociales. Bienvenidas sean en este sentido conferencias como la que se está celebrando estos días aquí en Valencia. Con tal de que la "nueva sociedad" no tenga como mojón el aligeramiento de la responsabilidad estatal, vía transferencia -más allá del apoyo al civismo y a la filantropía-, de la carga a la sociedad civil. En este punto, queramos estar más cerca de Montesquieu que de Voltaire.
Nuevas o no tan nuevas, las sociedades avanzadas se enfrentan a un amplio abanico de problemas que, sin embargo, no difieren en su substrato de los del pasado. Los "nuevos" son los propiciados por tecnologías tales como internet y la televisión, si bien es innegable que las formas condicionan los métodos y eso complica la prevención. En cuanto a los servicios sociales, el concepto sigue en pie: no son caridad sino derecho del ciudadano. Las ideas de Giddens son, en el fondo, Adam Smith actualizado. Comprendemos, no obstante, que la complejidad y densidad demográfica de las sociedades modernas, sobre todo en las grandes urbes, complican el paisaje; pero la cantidad abruma más que la complejidad y de no verse así estaremos matando pájaros a cañonazos; o intentándolo, que antes pueden reventar los cañones que matar a los pájaros. Vivimos en proceso de cambio, pero no es tan desaforado que se haya perdido el hilo secular, y el nuevo orden suponga una necesaria ruptura con el pasado.
Leo un artículo de Lamo de Espinosa aquí en EL PAÍS: Información, ciencia, sabiduría. La acumulación de conocimientos no nos ha hecho más sabios. "...La lectura de la Ética a Nicómano, de Aristóteles, el De constantia sapientis, de Séneca, o el Sermón de la Montaña, de Jesús de Nazaret, tienen hoy tanto valor como cuando fueron publicados... Pues si hubiéramos progresado en sabiduría tanto como lo hemos hecho en conocimiento, esos viejísimos textos morales carecerían de valor, como carece de valor actual el Tratado elemental de Química, de Lavoisier". Creo que fue Lavoisier quien le dio un golpe de gracia a la teoría y práctica del flogisto, que tanto daño causó al progreso de la química durante el siglo XVIII, y que el espíritu que propició esa lectura no habrá dejado de estar presente e influir en el desarrollo de la ciencia. En cuanto al Sermón de la Montaña no impidió que San Pablo aconsejara a los cristianos la obediencia a las leyes más injustas del poder terrenal. La ética de Aristóteles y Platón, no impidió a estos filósofos propugnar la eugenesia por la vía más expeditiva, la eliminación de los niños nacidos defectuosos. Sobre la esclavitud se asentó la civilización griega. El esclavo es un componente natural del sistema: "Propiedad animada". "Pues es naturalmente esclavo el que es capaz de ser otro y por eso es realmente otro", decía Aristóteles en sutil razonamiento sofístico. Estas éticas bailaban entre el derecho natural y el derecho positivo, según el son. ¿Sirven hoy? Sólo como abstracción y necesario antecedente del desarrollo moral. Son sabiduría superada por la acumulación de conocimientos, que conduce en línea recta al progreso de la sensibilidad, que a su vez entraña el progreso moral.
Si Eliot (citado por Lamo de Espinosa) afirma que no somos capaces de producir sabiduría, o como apostilla Lamo de Espinosa "no al ritmo al que producimos conocimiento", cabría replicar que ni falta que hace si pensamos que el conocimiento cristaliza en sabiduría y ésta se produce en una elevación de la ética. Ni falta que hace, es frase despechada para momentos de crisis, pues es evidente que la sabiduría no se traduce ipso facto en un comportamiento más decente del ser humano. El mayor peligro es que de un paso a otro el proceso se vea truncado de manera provisional o irreversible. ¿No estaremos inmersos en una moral de derrota? Conferencias como la que se está celebrando en el Muvim pueden ser un intento de salvar los muebles. Aunque también puede que no. Depende del grado de implicación que se consiga de los Estados. Hay una juventud generosa que echa una mano sin pedir nada a cambio. Un heroico voluntariado. Y están las ONG y el alborear de una conciencia política en el seno mismo del pensamiento único. Falta sin embargo la premisa mayor: Una concienciación política de los gobiernos que dé como resultado la acción conjunta. Eso o, con más conocimientos, retroceder en sabiduría y quien propine el último palo que apague la luz, si es que alguna queda.
Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.
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