El letargo que no cesa
Pocos elogios pueden hacerse de este nuevo programa de la compañía titular española, con tres estrenos y una poco feliz reposición. Habría que apuntar primero que el decálogo no escrito de este conjunto debe encabezarse con la conservación del repertorio y la consolidación de un estilo que de una vez consolide a la danza española, la exponga como lo que es, o debería ser. Hoy, eso no se cumple. El conjunto acaba de cumplir 25 años y sigue viviendo de las rentas escuálidas de un pasado cuyos momentos de esplendor son, sin duda, los vividos bajo la égida de María de Ávila, que es cuando se hicieron creaciones perdurables, se definió un perfil estético propio y el nivel técnico de plantilla dejaba boquiabierto a propios y extraños. Sin duda, hay buenos bailarines en el BNE, jóvenes con ganas que no encuentran motivación suficiente en las nuevas propuestas, ajenas casi siempre a la tradición de la danza escénica y teatral y resueltas dentro de un confuso mar de influencias foráneas. La papeleta la salva Joaquín Grilo con Tiempo, donde, además, se muestra la recuperación para la plantilla de un artista de talento como Pol Vaquero, poco aprovechado esta vez.
Ballet Nacional de España
Mareas: Teresa Nieto y Florencio Campo / Enric Casals, G. Fauré y Ramón Jiménez. Colores: Envira Andrés / Luis Bedmar Encinas. Taranto. Ni contigo ni sin ti: Antonio Canales / José Jiménez. Tiempo: Joaquín Grilo / José Antonio Rodríguez. Palacio de Festivales de Santander. 23 de enero.
Una reposición
La reposición de Mareas abrió la velada. La pieza, a un año de su estreno en el teatro de la Zarzuela, sigue siendo igual de confusa, poco resuelta en lo coreútico y en lo musical, sin estructura ni lógica en la mezcla de pasos de diferentes escuelas. No tiene siquiera un final y acaba abruptamente.
Lo menos edificante fue Colores, la creación con que Elvira Andrés debuta como coreógrafa en la compañía que dirige. Con una iluminación igualmente desmesurada (y que copia sin sonrojo el estilo de Wilson), la coreografía es un constante entrar y salir de artistas vestidos de rosa, verde, amarillo o azul. Pero no se llega a saber qué sucede con esos colores, con su mezcla o superposición sobre una música que remeda con torpeza imitativa a Turina y a Falla.
Antonio Canales mostró su coreografía Taranto, en la que lo único que brilló fue el traje creado por Pedro Moreno para la bailarina. Canales sigue refugiado en la intensidad a toda costa, lo que quita matices al fraseo, a su modulación expresiva. Y cerró Tiempos, una obra que tiene aciertos y geometría, soltura y un deseo de penetración en la estructura del flamenco más recio, pero a la vez capaz de ser modulado sobre un gran cuerpo de baile. El público estuvo frío, y solamente al final, con Grilo, despertó de un comprensible letargo.
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