Canciones de campaña
Cuando Basilio Martín Patino terminó su inolvidable película Canciones para después de una guerra se quedó sin voz. Es decir, le obligaron al silencio: "Se prohíbe el cante". Tuvo que morir el dictador de voz atiplada, de voz de castrati, para que se pudieran cantar aquellas coplas que parecían peligrosas. ¿Censurable aquel chotis de Celia Gámez, Ya hemos pasao? Era una chulesca contestación a aquella consigna de Pasionaria, ¡no pasarán! Y pasaron, tanto que pasaron que algunos no se han ido. No estamos en tiempos de guerra civil, quiero decir, pero sí que suenan clarines de antiguos miedos. Otra vez contra los rojos, contra los separatistas, contra la anti-España. No es tan fiero el león como le pintan. Se recuperan, eso sí, en el Círculo de Bellas Artes los carteles y las consignas del bando republicano. Los catalanes dominan la escena y algo más de la vida cultural madrileña, sí. Vuelven las películas de Patino, sus canciones, Queridísimos verdugos, Caudillo y las demás, en colección de cine en DVD. Hay que verlas para recordar cómo fuimos, cómo no debemos volver a ser, cómo cantábamos, cómo nos hacían cantar en el tiempo de los verdugos, en el tiempo del silencio. El mismo silencio que se rompió el día que recordamos a Dulce Chacón, en ese mismo Círculo de las Bellas Artes que un feliz día fue tomado por Basilio Martín Patino y otros muchos que ya estaban hartos del secuestro de tantas canciones. Se tomó por asalto democrático un espacio que había sido arrebatado por aficionados a juegos prohibidos, encuentros furtivos y otras costumbres tapadas de la derecha que había pasao y no quería dejar sitio. No todos los que ocupaban los salones de juegos, los billares, los reservados, eran de la tribu de chulería y pistolón. No, también por allí iban jugadores de talante antifranquista, el padre de Gallardón, por ejemplo. Jugadores de billar como Manuel Aleixandre. O artistas del naipe como el padre de José Luis Cuerda, que ganó en una partida una casa en el Viso. También por allí caía a altas horas de la noche, transportado en el trasero de un coche de la basura, el joven escritor de provincias, el genial observador de las golferías y miserias de la época, Rafael Azcona, que se tiraba a la calle cansado del olor a coliflor de su pensión. Otros tiempos, otro país que ya no pasará. Ahora, a pesar de los avisos de peligro, de rojos agazapados en las listas electorales, de separatistas infiltrados, todo es más suave. Ahora los rojos son tranquilos, sin exaltaciones de Pasionaria, más cerca del estilo suave, cosmopolita y amoroso, me atrevería a decir, de su nieta Lolita. Una roja capaz de enamorar hasta a un liberal sin fisuras.
Hay otros rojos, claro. Pero tampoco dan miedo. Un grupo de poetas, novelistas, cantantes y otros oficios del mundo de la cultura, del rojo al rosa, cenaban el otro día con Gaspar Llamazares. Todos hablaban, bebían, fumaban, un guirigay habitual y noctámbulo, que el líder rojo soportaba con educación, bebiendo agua, siendo fumador pasivo y en silencio hasta que algunos de los bebedores habituales le preguntaba directamente. Entonces sí, entonces tenía un poco menos tiempo que en comparecencia parlamentaria, para decir en pocas y muy aprendidas palabras lo que esperaba del mundo de la cultura. Nada de purgas, ni checas, ni fusilamientos, casi ni barricadas. Formal y correcto, resistente tenaz ante la pandilla charlatana. Buñuel decía que no se podía uno fiar de quien ni bebe ni fuma. Yo me lo estoy pensando. Pero la ciudadanía puede estar tranquila. La seguridad ciudadana con rojos como Gaspar está controlada. No diré dónde era porque luego Almudena Grandes no me invita más, y me gustan mucho su cocina y su última novela, Castillos de cartón, que está para comérsela, civilizadamente. Ni diré quiénes estaban porque Caballero Bonald me corregirá, él no fumaba. Pero sí, con permiso de Juan Cruz, me acordé de una poética prosa de Caballero, pensando en el asedio de palabras que sufrió el líder rojo: "Qué resistencia más atrabiliaria frente a tantos expurgos, hordas de candidatos y prosélitos, contumacias de códigos fluyendo como saldos de la víspera y tratando también de malograr con bebidas infectas lo mejor de la noche. No vengáis a buscarme: voy a salir ayer a ningún sitio". Y me callo, para que no me reproche Sabina mi lengua suelta.
También fui a la ópera. ¡Qué malos eran los curas en los tiempos de Tosca! En el Real, no era el día de estreno, no había rojos. Tosca era Ana María Sánchez, sobrada de cuerpo y magnífica de voz. Sólo me encontré a socialistas de la vieja añada, melómanos y cinéfilos como Julián García Vargas, Araceli Pereda y otros que no nombraré porque no sé cuáles son sus actuales caminos. También estaba como en su casa, como en la Residencia de Estudiantes, Mercedes Cabrera Calvo-Sotelo. Los que la conocen me aseguran que es más Cabrera, por su antepasado Blas, que Calvo-Sotelo, por Leopoldo, que asegura que su político de referencia actual es Aznar. Hay Calvo Sotelos para todas las músicas. No estaba Esperanza Aguirre, debe ser poco melómana. Me parece que tendrá que hacer un cursillo acelerado, tiene un poco soliviantados a la tribu operística, parece que entre sus últimos desacuerdos está el decir no a Barenboim. Y eso cae muy mal a los amantes de la ópera, que no serán muchos, pero están dispuestos a dar el cante. Se piensan chivar al alcalde.
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