La tos
Los inviernos son más humanos debido a la tos. El verano cuenta con una evidente popularidad carnal, pero dentro del invierno es donde se contacta mejor con la condición humana y su retumbo de intimidad. La expresión fisiológica del sudor mediante la cual los cuerpos se mezclan líquidamente evoca la delicuescencia del placer fácil, pero la manifestación sonora de la tos y, especialmente, de la tos seca denota la clase de materia con la que se convive duramente. Expelemos tos como partículas o lascas de guardados secretos. Podría parecer una escoria acústica la tos, pero basta oírla sin prejuicios para reconocer que ese individuo está ofertando lotes de información oculta.
Las mujeres tosen menos. Han tosido menos a lo largo de la historia de la humanidad y de esta manera su intimidad se ha preservado mucho como misterio. Los hombres, en cambio, cuando se fumaba sin ley, no eran hombres del todo sin el agregado de la tos que operaba como una seña de integración cultural inseparable de la hombría. Hoy, en general, se tose mucho menos y las tertulias, las reuniones familiares carecen, a menudo, de tos.
Los inviernos favorecen, sin embargo, su presencia y el regreso de una historia colectiva o individual que añade dimensión a las gentes, porque la tos constituye, tanto por su trayectoria como por su ruido terrible, una cuarta dimensión que se incorpora desde el lugar donde yacía pegada al yo. Su emergencia es así como una franca producción del ego. Un ego que deja de mantenerse distante o clausurado y emite esta importante confidencia sintomática. ¿Pero qué dice esta tos? ¿Hasta dónde alcanza su sentido? Hay un timbre personal que procede de las cuerdas vocales pero otro timbre más hondo y decisivo es el que la tos trasmite desde su interior indescifrado. Sólo los médicos se ocupan de este fenómeno de comunicación y siempre para intentar eliminarlo. Sin embargo, el canal de la tos comporta una extraordinaria emisión de datos sobre la naturaleza humana; datos sobre la especie y sobre el sujeto, sobre la menesterosidad, la contradicción o el desconcierto. Sobre el tósigo mismo de vivir y la tenaz percusión invernal de la muerte bajo las costillas.
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