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Columna
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Nación cívica y mayoría de votos

La semana política amaneció fresquita, con un nuevo dirigente nacionalista, Josu Jon Imaz, al frente del EBB, y unas interesantes declaraciones del candidato socialista, Rodríguez Zapatero, a la presidencia del Gobierno. No podríamos decir que tanto monta monta tanto, porque además no habría rima en el segundo hemistiquio, pero lo cierto es que ambas circunstancias han merecido la atención de esta semana.

A pesar de su juventud, Imaz cuenta con una larga trayectoria militante y una sólida formación académica, reuniendo así lo que dentro de su partido siempre se ha considerado importante (primer elemento) y aquello otro que, como confirmó recientemente Arzalluz, a su partido le importa más bien poco (segundo elemento). Conocedor de bastantes idiomas, Imaz trazó ante la asamblea del PNV un discurso lujosamente plurilingüe (al menos así lo fueron las copias distribuidas fuera del inaccesible cónclave) con alternancia constante de euskera y castellano, con un amplio fragmento redactado en francés y con unas palabras dirigidas a Atutxa en euskera vizcaíno. Tanta coherencia nacional resulta sorprendente en un partido donde aún falta mucho no sólo para normalizar el uso del euskera, sino para asumir de una vez que, según todas las evidencias, el francés es también lengua vasca.

Lo mejor de las palabras de Imaz quizás restalló en algún oído jeltzale: habló de una nación cívica, de una nación de ciudadanos, de una nación constituida no por la sangre sino por la vecindad civil y la voluntad política. Casi sorprende, aunque lo verdaderamente sorprendente es que se haya dilatado tanto la sorpresa. Desde una perspectiva ideológica, el nacionalismo contemporáneo debería haber explicitado ese punto de arranque mucho antes, en la mejor tradición de Aguirre y Landaburu, y no justificar los derechos de la nación vasca en particularidades craneales por las que, sinceramente, uno ya no elige a su chica. En ese sentido, Imaz trajo un discurso renovado que, con algunas décadas de retraso, puede poner al nacionalismo democrático donde hace tiempo debió estar: en justificarse a sí mismo por la voluntad de los votantes y no por las demandas de la historia.

Claro que, para compromiso con sus votantes, el que emitió Zapatero el mismo día: tras las inminentes elecciones generales, sólo aceptará asumir la presidencia del gobierno si su partido alcanza una mayoría en votos. A uno le gusta que los políticos adquieran compromisos personales (hasta Aznar estuvo bien autolimitando su liderazgo a dos mandatos) y todavía más si llegan a cumplirlos. Después del compromiso, la prensa reaccionaria no ha sido generosa con el dirigente socialista. Le han reprochado que, puestos a aceptar semejante criterio, debería aplicarlo ya en aquellos lugares donde la mayoría relativa del PP no ha alcanzado el gobierno, mencionando los casos presentes y pasados de Aragón, Baleares, Cantabria, la ciudad de León y muchos ayuntamientos. Misteriosamente, la prensa no menciona el caso de Álava, donde el Partido Popular gobierna a pesar de que la lista nacionalista fuera la más votada. Sin duda ha sido un lapsus memoriae sine malitia.

Rodríguez Ibarra, el exuberante extremeño, ha sacado erróneas conclusiones del compromiso asumido por su jefe de filas, ese al que quiere liquidar con tanta obstinación como él preservar su baronía: "fuera los nacionalistas", ha declarado. Una vez más, Ibarra mete el zanco hasta el centro de la tierra. Cuando Zapatero sólo se compromete a gobernar si obtiene la mayoría de votos no está claro que renuncie al apoyo de otros partidos. Con su compromiso simplemente se cuida de privar al PP de un espléndido argumento: que a ellos les votaron más españoles en las urnas. Claro que, si aún viéndose a sí mismo en minoría, el PP insistiera en vedar a Zapatero cualquier apoyo periférico asistiríamos a un curioso trasvase de valores: el PNV habría entrado en el ámbito de la nación cívica y el PP en el de la nación histórica e inmutable, a la que habría que defender por encima de la voluntad de los votantes. Asomaría de lejos el plumero, como suelen decir, identitario.

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