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Reportaje:

Lavapiés vuelve a ser Pekín

Cientos de ciudadanos llenan de colorido las calles del distrito Centro para festejar el Año Nuevo chino

Lavapiés no es Pekín. Pero ayer, por unas horas, en el barrio más cosmopolita de la ciudad ganó por goleada la población china a otras comunidades como la india o la magrebí. No era para menos. Los inmigrantes chinos que residen en Madrid celebraron su Año Nuevo con una fiesta por todo lo alto, preparada, por cuarto año consecutivo, por la asociación de vecinos La Corrala y La Asociación de Comerciantes Chinos. En esta ocasión, el Año Nuevo chino corresponde al mono. El origen de estas celebraciones milenarias, basadas en el calendario lunar en vez de en el gregoriano, se explica en varias leyendas que han sobrevivido al paso de los años. Una de ellas habla de Nien, un monstruo enorme y feroz que comía personas en la víspera de Año Nuevo. Para alejar a la bestia, los chinos pegaban papeles rojos en las puertas, iluminaban las calles con antorchas y encendían petardos durante toda la noche, ya que el malvado Nien se asustaba con el color rojo, la luz del fuego y los ruidos muy fuertes.

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Ayer no hubo petardos en Lavapiés, pero el color rojo inundó la plaza de Cabestreros, lugar donde tuvo lugar el encuentro, a través de la tela del escenario y de los cientos de farolillos rojos que fueron repartidos por los organizadores del evento. Los festejos empezaron a la una de la tarde y contaron con la presencia, entre otros, de la portavoz socialista en el Ayuntamiento, Trinidad Jiménez, y con la portavoz de IU, Inés Sabanés.

Desde Cabestreros salió un desfile formado por dos dragones, varias cabezas de león, músicos y un grupo de mujeres chinas con una edad media de 65 años y que fueron las que más simpatías despertaron durante el recorrido. Las mujeres, embutidas en unos chándales rojos y unas zapatillas blancas, danzaron por las calles de Lavapiés sin perder ni un momento la sonrisa.

El grupo paseó a un ritmo frenético y al son de los tambores y los platillos por las calles de Lavapiés. Los dragones, rojos, amarillos y naranjas, eran movidos a través de unas varas por un grupo de chavales procedentes de un gimnasio donde dan clases de wushu, un tipo de arte marcial. "Hoy todos somos chinos", explicaba un chaval, vestido con un traje típico oriental de color amarillo. De vez en cuando, los participantes en el desfile se paraban en un comercio chino, donde el empresario metía dinero en una caja llevada por una de las participantes. "Nos dan dinero para que les traiga suerte", explicó esta mujer. Además, algunos comerciantes regalaron mandarinas a los que desfilaban.

Todo era seguido muy de cerca por cientos de curiosos que, apostados en las aceras, seguían a la curiosa comitiva con sus cámaras de vídeo, digitales o con los teléfonos móviles con cámara incorporada. Muchas parejas con niñas chinas adoptadas también quisieron ver de cerca cómo celebran en China el Año Nuevo.

Los comerciantes, alertados por el ruido de los tambores, se echaron a la calle para ver el recorrido, que atravesó la calle de Caravaca y luego la de Lavapiés. Desde allí, el colorista desfile cogió la calle de Sombrerete y luego la del Amparo. De vez en cuando, una parada, hasta que un hombre chino vestido de traje de chaqueta y en primera fila tocaba el silbato y todos se ponían de nuevo en marcha.

"En China es igual. Bueno, con más cosas, más dragones, barcos... y las celebraciones son también de noche", explicó Leng Wei Xu, de 20 años, un chaval chino vestido y peinado a la manera occidental. A las dos y cuarto, los dragones llegaron al lugar de donde habían salido: la plaza de Cabestreros. A las cinco de la tarde, coincidiendo con las doce de la noche de Pekín, terminaron las celebraciones.

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