El Sevilla se come las rotaciones de Manzano

La Copa es una competición que le viene que ni pintada al fútbol recio del Sevilla. Aparte de las monsergas del entrenador sobre la importancia de la misma para saldar expectativas creadas o alimentar prestigios, lo cierto es que la inmediatez fatal de la Copa, en la que cada minuto puede llegar a valer tanto como un partido de Liga, les va.

El partido fue balsámico para un conjunto caracterizado por el gusto a la apuesta fuerte. El Sevilla se reencontró con el trabajo inteligente de Torrado, la disciplina de su defensa y la velocidad de sus puntas y de Alves (espléndida jugada, la que se inventó al comienzo de la segunda parte). Aguantaron el primer achuchón de un Atlético que salió con la cresta tiesa al campo, con las líneas bastante adelantadas, como para disimular que sus espolones comían pipas en el banquillo. Al cuarto de hora ya habían forzado cuatro saques de esquina y desnudado el sistema diseñado por Gregorio Manzano. La línea de tres frente a la defensa dejó por las bandas

carriles inmejorables para la velocidad de los interiores sevillistas.

El aspecto compacto del centro del campo atlético era mera apariencia. Los jugadores rotaban pero con grumo, más que fluidez. La novedosa delantera no se entendía y los cambios de posición de los jugadores a veces dejaba en el mejor sitio al menos dotado. Manzano parió un cilindro que hizo relamerse de gusto a la defensa y los mediocentro sevillistas. Les regaló la refriega que más les gusta. Y donde son mejores.

Prácticamente la única vez que el ataque del Atlético se acordó de lo ancho que es un campo de fútbol, llevó peligro. A la media hora, Rodrigo se internó por la derecha, ante un Alves que se había permitido el lujo de aparecer por casi todos lados y hasta dar una asistencia desde el círculo central, centró y Musampa tiró a las nubes tras varios rechaces. Toda una primera mitad para eso.

El Sevilla, por su parte, se lució con el mejor juego que puede ofrecer y ni tan siquiera necesitó de la inspiración de Baptista. Darío Silva aprovechó un fallo clamoroso de la línea defensiva atlética a la hora de tirar el fuera de juego y marcó su primer gol en meses. Reyes se acordó de lo mejor que tiene, su juego de niño pillo, y se echó una carrera sin ningún policía a la vista que acabó en gol. Por último, hasta Pablo Alfaro remató de cabeza como Dios manda, con todos los movimientos de cabeza y cruzando el balón picado. Tres goles, 10 minutos y un severísimo castigo al dibujo táctico elegido por Manzano.

El técnico rojiblanco se desdijo de su fatal apuesta de principio y sacó a Ibagaza y Torres al campo. De nuevo con las líneas adelantadas, el Atlético llevó algo más de peligro. Una arrancada de Torres con baile a Alfaro incluido casi acaba en gol, antes del primer cuarto de hora. Pero el partido ya era el que quería el Sevilla y sus jugadores desmantelaron con media sonrisa y un brillo en los dientes las arremetidas apresuradas de los madrileños.

Torres corrió de lo lindo, se pegó, se ganó una tarjeta por protestón y hasta simuló una agresión de Javi Navarro, al que le mostraron tarjeta amarilla.

Las carreras del joven delantero se convirtieron en la única solución que salía de las entendederas de los jugadores atléticos. Ibagaza tiró al palo una falta que le hicieron a él en la frontal del área sevillista. El argentino contribuyó a que los rojiblancos movieran mejor la pelota, mejor colocados también sobre el campo.

Las bandas siguieron siendo un desastre y por la derecha el Sevilla encontró una mina. En los diez primeros minutos, Darío Silva desaprovechó un jugadón de Alves, y algo después Reyes tiró al cielo cuando lo más fácil era meterla. En una contra, tras un ataque eloquecido del Atlético

, con hasta seis jugadores, De Los Santos derribó a Reyes con un patadón y Baptista marcó de falta.

La Copa premió al que creyó en ella y el Sevilla parece haber encontrado su competición.