La innecesaria reforma de Colón
"Si funciona, mejor no tocarlo". Este primer mandamiento del pragmatismo debería aplicarse a nuestra querida y amenazada plaza de Colón. Creo que hay pocos argumentos para negar que Colón cumple perfectamente su cometido: ofrecer a los peatones un espacio de sosiego a salvo de la fiereza de los coches que rugen amenazantes en Goya, Serrano y la Castellana.
Pero resulta que, en aras de una mal entendida modernidad (y de la indisimulada codicia de la mafia del cemento), toca dejar la plaza irreconocible. Toca, por ejemplo, suprimir unas cataratas que en las últimas tres décadas se han convertido en uno de los emblemas más reconocibles de Madrid, una ciudad a la que no reconoce ni su madre después de la "década ominosa" del ex alcalde Manzano y que, desdichadamente, parece que su sucesor quiere prolongar.
¿Por qué se reforma Colón? Ahí va una teoría: como todos saben, la plaza es el centro de reunión de los skatters de Madrid, gracias a un diseño arquitectónico idóneo para el monopatín. Aunque por su aspecto los chavales pudieran resultar un tanto intimidantes para los vecinos, lo cierto es que suelen evitar los robos tan habituales en otros parques (como yo mismo he presenciado en más de una ocasión).
Mucho me temo que uno de los motivos de la reforma de la plaza es dejar sin centro de reunión a estos atletas urbanos. De ser así, Colón será un poco más triste, más inhóspita y más insegura. Se parecerá, eso sí, mucho más a Madrid.
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