Bajos fondos
La primera vez que vi Bajos fondos, de Gorki -hace dos o tres mil años-, fue a la compañía de Ludmilla Pitoeff, huida de Rusia (zarista); charlé en el entreacto con John Berry, huido de Estados Unidos (macartistas). La última, hace un par de días, es Todo o nada, una película de Mike Leigh. Ahora, los bajos fondos, la caída del proletariado, la miseria, el hambre, la moral rota, las esperanzas perdidas están en Londres en nuestros días. No hace dos mil años, no en una ciudad de los zares: ahora. Lo malo de haber vivido mucho es que se sigue viendo que el mundo miserable no se resuelve, se extiende. Me he encontrado con Nuestra Natacha, de Casona, que vi muchos más miles de años atrás, en La sonrisa de Mona Lisa dirigida por Mike Newell; solamente que la lucha por la enseñanza libre y la humanidad en el colegio no se refieren, como entonces, a la España trágica de Alfonso XIII, sino a los Estados Unidos de hoy; ni a las Damas Azules de aquella comedia, sino a la enseñanza laica y normal. La distancia entre la obra de Gorki y la película de Leigh es de más de cien años. Entre Natacha (1936) y Mona Lisa (2003) es algo menor. Miramos atrás, nos complacemos, decimos que gracias a los que han estado del lado bueno de las barricadas todo ha cambiado. No, no es verdad. Es otra cosa.
(Espigo entre las frases de la obra de Gorki y encuentro muchas que podrían estar en el reverso de las hojas de calendario de hoy: "La mentira es la fe de los amos y de los esclavos. La verdad es el dios de los hombres libres". La cuestión de la mentira ha progresado notablemente en cien años; la verdad huye fugazmente. Hay sin embargo un matiz: la mentira ahora se dice públicamente y se sostiene una vez comprobada su falsedad: las armas de Irak, el terrorismo; y los hombres libres ceden ante la "seguridad" y votan la mentira).
(Ludmilla Pitoeff no volvió a Rusia: murió en París en 1951, donde también murió su hijo Sacha en 1991. Jorge, el fundador, discípulo de Stanislavski (el que estrenó Bajos fondos en el Teatro del Arte de Moscú), había muerto en Ginebra en 1939. Tampoco John Berry volvió a Estados Unidos; se quedó en París dirigiendo cine alimenticio, con Fernandel y Eddie Constantine, y murió allí en 1999. No sé qué fue de su último documental acusatorio, clandestino, en Estados Unidos: The Hollywood ten. Tragedias contemporáneas que no cesan tampoco).
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