El líder surgido de la nada
El antes denostado Marcelino García hace triunfar al Sporting
El liderato del Sporting en Segunda es chocante porque no responde a la lógica. El equipo gijonés ha llegado a lo más alto partiendo de la nada el pasado verano, cuando parecía en peligro la propia supervivencia del club. El arquitecto de este milagro es Marcelino García, que ha pasado de entrenador desconocido y bajo sospecha tras dos malos cursos con el filial a personaje del momento. Si se consumara, el ascenso a Primera sería suyo.
El Sporting era una ruina económica y su declive deportivo no parecía tocar fondo. Acababa de salvar su quinta temporada en Segunda con una permanencia sustentada en los goles de Villa. Pero Villa tenía las horas contadas. Los dirigentes no querían a Antonio Maceda en el banquillo, pero no había dinero para indemnizarlo ni sustituirlo. El secretario técnico, Eloy Olaya, promocionó a García. Parte del sportinguismo estalló de rabia: sólo 10.000 abonados, la cifra más baja en decenios.
Se había soportado el descenso más vergonzante y cinco campañas de decepciones. Sólo la aparición de Villa, listo y goleador, había levantado expectativas. El presidente, Manuel Vega-Arango, apeló a la continuidad del club para justificar su traspaso. Seguro que tuvo que tragarse otro sapo cuando anunció a García al frente de una plantilla descapitalizada. Algunos medios de comunicación recibieron al técnico recordándole su menguado currículo y los aficionados bloquearon las centralitas de las radios para quejarse y, muchos, anunciar que se borrarían de socios. Antes del primer partido, el Sporting tenía casi 4.000 menos.
García aguantó la marejada y se puso a trabajar con un plantel basado en jóvenes de la cantera y completado con cesiones, como la de Yago (Celta) y Bilic (Zaragoza) o jugadores con la carta de libertad, como Dorado (Rayo) y Álvaro (Compostela). Por primera vez desde 1998 no se oyó la palabra ascenso. El objetivo era la permanencia. Gracias a eso, a la ausencia de presión, ha podido trabajar con tranquilidad y montar un conjunto plagado de futbolistas anónimos, pero con las ideas claras: alto ritmo, presión adelantada, ataque por las bandas y dos delanteros, algo inaudito desde el tándem de Julio Salinas y Eloy [Olaya] a mediados de los 90.
Las derrotas reabrieron las hostilidades, pero los dirigentes aguantaron el tirón y García no se achicó. Mantuvo su ideario y ha formado un bloque impenetrable. "Somos una piña", dicen los jugadores. Se nota en el campo.
El Sporting no tiene al portero menos goleado ni a ningún rematador que aspire a ser Pichichi, pero es un equipo compensado. García se la jugó cuando mandó al banquillo al veterano Valencia para colocar en el marco al joven Roberto, cedido por el Celta y que en diez de sus 17 partidos ha quedado a cero. Además, se ha convertido en un líder y encandila por sus salidas a una hinchada que temblaba a cada balón bombeado.
Los francotiradores han desaparecido en la euforia. El domingo, cuando el Sporting volvió a ser líder de Segunda 26 años después, se juntaron en El Molinón 17.000 espectadores, 7.000 más que a comienzos de curso.
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