Más España, más autonomía y menos cuentos
España necesita que el PSOE gane las elecciones del 14 de marzo. El PSOE también lo necesita. En caso contrario, España no se hundirá, tampoco el PSOE, pero los lazos que nos unen a los españoles se pueden debilitar y la obra tejida en 25 años de vida constitucional tiene peligro de ir deshilvanándose.
El PSOE es sólo una parte de la sociedad. Pero, desde luego, no es un partido cualquiera. Ocupa una posición singular en la historia de España. De entrada es el más antiguo. Se inició en el régimen de la Restauración, cuyo grado de impostura constitucional, hizo que España no tuviera otra vía que la República, a cuya pacífica proclamación tanto contribuyó el PSOE. Atravesó el largo desierto de la dictadura y, a diferencia del PP, no necesitó refundaciones con las que ocultar orígenes poco amables.
Pagar más impuestos no puede generar más derechos, ni para los contribuyentes ni para los territorios
Sin embargo, el mayor valor del PSOE no está en la historia, sino en que es el partido que mejor respeta la pluralidad de los españoles, a la vez que garantiza su cohesión y solidaridad.
El PSOE basa su fuerza en haber sabido estar a la altura de España en circunstancias históricas decisivas. Así, en 1977, no fue preciso que los socialistas ganaran las elecciones para ser determinantes en que la Constitución legitimara a un monarca a quien no podía legitimar quien le nombró. En 1982, el PSOE acabó con el ruido de sables en los cuarteles, eliminó los Pirineos políticos "que nos separan de Europa" y generalizó las pensiones, la sanidad y la educación.
¿Para qué necesita España el triunfo del PSOE en 2004? Para recomponer los lazos que unen a los españoles. Para cortar la desintegración territorial que el áspero y antipático centralismo de un amplio sector del PP es incapaz de detener. Centralismo egoísta que utiliza a España y su unidad como lema interesado de campaña electoral.
Algo más que un disgusto me ha costado no aplaudir los amoríos y hasta coaliciones de los socialistas con los nacionalistas. Pues bien, desde esa posición afirmo que España no es ni un invento del franquismo ni un edificio en ruinas; España somos los españoles que queremos progresar juntos, haciendo verdad los versos de León Felipe "no es lo que importa llegar solo ni pronto, sino llegar con todos y a tiempo" que, dicho con la Constitución en la mano, significa que la igualdad de los españoles prevalece sobre la autonomía de sus comunidades autónomas. Por eso, y por un mínimo principio de solidaridad, pagar más impuestos no puede generar más derechos, ni para los contribuyentes ni para los territorios.
Es verdad que asistimos a una peligrosa deriva de los nacionalistas en busca del Santo Grial de la soberanía decidida al margen del conjunto del pueblo español, único depositario de la misma. Pero también es verdad que algunos sectores del PP se frotan las manos por los réditos electorales que piensan obtener con la existencia de nacionalistas insolidarios que amenazan con "irse de España".
En el PP se prohíbe el diálogo hasta con quien quisiera quedarse. Quienes no estén dispuestos a seguir instalados en la amenaza secesionista quizá merezcan algo más que reformas del Código Penal. Habrá que recrear valores colectivos que nos hagan sentirnos a los españoles históricamente juntos y, voluntariamente, dispuestos a trabajar en un proyecto común. Para ello serán precisos acuerdos y concesiones mutuas. Pactos, que no surgirán de ajustarnos las cuentas, de contrapo-ner identidades, o de contarnos cuentos esencialistas sobre los Reyes Católicos, Euskadi, Cataluña..., sino del sentido común.
Tendremos que aceptar que cada español pertenece a España como quiere; que no caben uniformidades y que la idea excluyente de una España solamente definida por sus accidentes geográficos, con sus ríos, montañas, mares.... debe sustituirse por la España de las personas, de los rostros, de los sentimientos, de la igualdad.
No significa ser blandos, ni mirar hacia otro lado cuando traten de quebrar la "patria común e indivisible de todos los españoles". Se trata de ser lo que no ha sido el PP en el Gobierno: dialogante y patriota. Sí, patriota, porque patriotismo, asociado a solidaridad, significa compartir suerte y el PP parece haber querido compartir suerte con Bush y Blair antes que con sus compatriotas, unciéndonos a un carro belicoso y sacándonos del "rincón" donde se fragua la integración europea y se reparten los fondos solidarios que había conseguido para España "el pedigüeño" Felipe González. ¿Qué sentido tiene que el señor Aznar se haya reunido más veces con el presidente de EE UU que con los presidentes autonómicos de España?
La solidaridad con los españoles que más lo necesitan es la medida de nuestro patriotismo. Pues bien, ocho años de gobierno del PP, disminuyendo el gasto social, han conducido a España al penúltimo lugar de Europa en esta materia. Del mismo modo que hace menos ruido todo un bosque en crecimiento que un árbol al caer talado, hizo más por España y su vertebración la universalización de las pensiones o la sanidad que todas las soflamas "patrióticas" juntas.
Le ha bastado al PP aprovechar la deriva nacionalista ajena para recobrar la propia y para romper los equilibrios que encontró cuando accedió al Gobierno en 1996. Equilibrios que han saltado por los aires, por el choque entre la Escila de secesionismo suicida, y el Caribdis de un centralismo inquietante.
Es verdad que la responsabilidad no es sólo del PP. Santos Juliá, el pasado domingo en estas mismas páginas, mostró que aquel "fantástico idilio" entre los "Tres que se van" (Arzalluz, Pujol, Aznar), se presentó como el comienzo de una nueva era. Tras el estrepitoso fracaso de aquel enamoramiento, nos dejan un gran embrollo que tendremos que resolver con inteligencia y patriotismo.
El PSOE necesita ganar porque sólo desde el Gobierno puede hacer realidad el proyecto de más España, más autonomía y menos nacionalismo radical, que es la única salida a la actual maraña. Más España, que es más solidaridad entre todos los españoles; más autonomía, que es más respeto al autogobierno; y menos cuentos y cuentas nacionalistas, que sólo sirven para esconder privilegios y justificar desigualdades.
El PSOE ha perdurado y ha crecido más que por la sabiduría de sus profetas, por su capacidad de ir cambiando con los tiempos, sin hacer mutación radical de sus valores solidarios, al compás del cambio de millones de españoles. Un partido, cuya pluralidad no le impide forjar un proyecto común y un líder, Zapatero, para gobernar España, como hizo Felipe González, sin poner en peligro su unidad.
Si triunfa el centralismo que se esconde en las entrañas del más rancio PP, consecuencia de la mala digestión que hizo de la España autonómica, posiblemente se esté abonando el terreno de los nacionalismos independentistas.
Los españoles, y concretamente catalanes y vascos, hemos aprendido a usar la cabeza para pensar y entendernos: 25 años de vida constitucional lo acredita. Pero también sabemos usarla para topar. No hace falta que acreditemos esta agresiva cualidad cada vez que se convocan elecciones y, por supuesto, no hace falta que el 14 de marzo votemos topando.
José Bono es presidente de la la Junta de Castilla-La Mancha.
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