Embarcadero
Afortunadamente, parece que la fotografía va rompiendo el monopolio mantenido durante años por la pintura y el grabado a la hora de adornar las paredes de hogares y recintos públicos en el País Vasco. Hasta hace bien poco tiempo, los más pretenciosos la consideraba un arte menor. Quienes la utilizaban mantenían dudas sobre el valor real de lo que decoraba sus casas y, ante la curiosidad o interés que algunas visitas mostraban por ello, incluso explicaban la presencia de fotos en un lugar destacado de su casa en tanto que recuerdos familiares u otras razones menos afortunadas sobre compromisos de amistad con algún fotógrafo. Justificaciones que, inexplicablemente, enmascaraban muchas de sus emociones íntimas y, sobre todo. minusvaloraban el contenido y expresión de sus fotografías.
Los mercado de arte internacional han roto estos planteamientos insulsos y la obra fotográfica, como vanguardia reconocida de la expresión artística contemporánea, en sus diferentes formatos y soportes -papel, metacrilato o aluminio-, encuentra una aceptación inimaginable años atrás. Y no es de extrañar, máxime cuando los museos más prestigiosos del mundo no cesan de promocionar en sus mejores salas esta disciplina que navega a todo trapo por este siglo XXI. Y por añadir otro dato, habría que subrayar cómo las subastas de fotografía en las galerías dedicadas a estos menesteres están alcanzando cifras solo abordables por los coleccionistas más solventes. Estos aires innovadores van haciendo también mella a nuestros conciudadanos. La fotografía ha ganado respeto y admiración en los lugares más insospechados. Hace unos días he podido comprobarlo en el coqueto y elegante hotel y cafetería Embarcadero, en el paseo del muelle de Las Arenas. Las fotografías se encuentran en la recepción, en los salones que miran al Abra, junto a la barra del bar o sobre las mesas del comedor. Son de un formato medio y grande. Juegan con unos tonos de color pálido que se aproxima al blanco y negro con tintes sepia. Mantienen una estrecha vinculación con las vistas que ofrecen los muelles y las grúas del puerto que se distinguen por las ventanas. Y sobre todo realzan majestuosamente el atractivo del lugar.
En cuanto el cliente accede al local se ve atraído por las composiciones realizadas por Marisa González (Bilbao, 1945) en la ya derruida fábrica de Harino Panadera y algunos otros paisajes industriales extraídos de las márgenes de la ría de Bilbao. Son imágenes digitalizadas y tratadas de manera exquisita por la reconocida artista. Consigue penetrar con ellas en las raíces más profundas de la historia de Vizcaya. Y exhibidas donde están ofrecen una clara sensación de modernidad y bienestar para todos aquello que se dejan envolver por su magia.
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