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¿Qué ocurre en Serbia?

Los resultados de las elecciones que han tenido lugar en Serbia en vísperas del nuevo año de 2004 son un testimonio más del trágico destino del conjunto de la ex Yugoslavia. Tras el regreso a la escena bosnia de los tres partidos retrógrados, al mismo tiempo nacionales y religiosos (musulmanes, ortodoxos y católicos), tras la victoria prevista en Croacia de la denunciada HDZ (Comunidad Democrática Croata), tras tres intentos fallidos para elegir en Serbia al jefe del Estado debido a la escasísima afluencia de los ciudadanos a las urnas, los electores serbios han expresado un voto sorprendente, absurdo, vergonzoso. Han premiado a los ultranacionalistas y parafascistas de Vojislav Seselj, el "vojvoda" (jefe) chetnik que, desde hace algunos meses, está recluido en la cárcel de Scheveningen a la espera de juicio por crímenes de guerra. A estos votos "radicales" -el 27,5%- se suman los obtenidos por los llamados "socialistas" de Slobodan Milosevic, acusado de crímenes de guerra y huésped desde hace algunos años del Tribunal Internacional de La Haya: suponen otro 7,6%. Juntos, los secuaces de estos dos criminales envían un nutrido grupo de diputados (el 35%) al Parlamento de Serbia y Montenegro.

Los partidos que han tratado de defender la opción europea, de seguir el ejemplo del primer ministro serbio asesinado Zoran Djindjic, se han quedado en minoría. En el horizonte vuelven a divisarse las típicas crisis balcánicas, desórdenes internos y presiones externas, la incapacidad de los nuevos Estados nacionales para colaborar entre sí y de forma conjunta con Europa, su dependencia de la ayuda extranjera, económica, militar y de cualquier otra naturaleza. En su componente más consistente -en Serbia- los restos de Yugoslavia siguen viviendo días negros y años trágicos. Los acuerdos de Dayton, que llevaron al final de la guerra, se han convertido ahora en un obstáculo para la paz: Bosnia-Herzegovina todavía no funciona como Estado y no produce bienes. El carácter singular de una de sus entidades, la República Serbia, sirve a la comunidad internacional para alimentar un cebo, como una especie de compensación para ofrecer a Serbia por la pérdida de Kosovo. Y, de este modo, se alienta el separatismo de los croatas herzegovinos y se impide al conjunto de Bosnia-Herzegovina convertirse en una República unida e integral. Montenegro está desgarrado entre la aspiración de una parte importante de su pueblo de separarse de Serbia y el tradicional apego de otra parte de su población a la unidad serbio-montenegrina, una unidad que, tras los resultados de las últimas elecciones parece cada vez menos atractiva. Croacia no se arriesga -en realidad, no se atreve o no quiere- a dar a sus ciudadanos de la minoría serbia huidos de Krajina la posibilidad de recuperar sus casas destruidas e incendiadas. Puede que sean más de 200.000 los que no han regresado: todavía hoy sienten terror al recordar las persecuciones sufridas; los horrores han quedado profundamente grabados en sus conciencias y en las de sus antepasados ya en la época de las masacres de los ustachas. Tras el saqueo al que fue sometida Croacia por los propios patrioteros durante las "privatizaciones" de la época de Tudjman, casi un tercio de los croatas se ha quedado sin trabajo y la deuda del país con el exterior se acerca a los 20.000 millones de dólares.

Los macedonios son los "huérfanos" de la dividida Yugoslavia, en la que fueron reconocidos por primera vez en la historia como nación: no tienen confianza en la vecina Serbia, que consideraba el territorio macedonio como "Serbia meridional"; tienen malos recuerdos de Bulgaria, que no ocultaba su pretensión de ser su "protectora"; tienen miedo de los numerosos albaneses, los de Kosovo y los de la propia Macedonia, que se vuelven cada vez más amenazadores y atacan con su guerrilla a un pueblo vulnerable, herido por la historia. Situada junto a Europa Central, Eslovenia ha sido la primera en lograr salirse del alocado tiovivo balcánico y se ha llevado un buen botín obtenido en la ex comunidad yugoslava. Pero incluso ella tiene aún en la cara algunos restos de barro: ha untado las ruedas del carro de su "transición" con el dinero entregado por las gentes del conjunto de Yugoslavia al Banco de Ljubljana (Ljubljanska Banka), de los ahorradores a los que ha robado sin ningún escrúpulo. El propio Kosovo ha terminado encontrándose en una posición muy desfavorable, peor de la que tenía en la época de la "Yugoslavia de Tito", que mantuvo la región en el atraso, la miseria y la ignorancia. En la actualidad, casi la mitad de la población kosovar no tiene trabajo, los jóvenes intentan escapar de la forma que sea de este país pobre, los jefes de los partidos nacionales se comportan como antaño lo hacían los déspotas orientales y la intolerancia hacia la minoría serbia, los pocos que han permanecido desesperadamente apegados a sus hogares, supera cualquier límite soportable.

Éste es el contexto en el que se desarrollan los acontecimientos en Serbia, un Estado abrumado por guerras absurdas, desconfianzas que parecerían ridículas si no fueran trágicas, empobrecido y humillado, con una economía mayoritariamente "negra" y contrabandista, con centenares de miles de fugitivos que, huyendo de Croacia, de Bosnia-Herzegovina o de Kosovo, han buscado la salvación en medio de unos compatriotas que soportan mal a sus propios compatriotas; un país en el que más del 30% de la población se ha quedado sin empleo y que sobrevive en los límites de la extrema pobreza. Es el precio que debe pagarse en Serbia, al igual que en Croacia, Bosnia y en otros lugares, cuando el ser de la nación se mitifica y se vuelve más importante que el bienestar del pueblo.

Tras las elecciones que han señalado la derrota de Serbia, quedan por resolver varias "cuestiones técnicas". ¿De qué modo se podrá formar un Gobierno capaz de gobernar? Y si, a pesar de todo, se forma, ¿hasta cuándo permanecerá en pie? Ello depende ante todo de la propia Serbia, pero no sólo. Muchas veces en su historia se ha encontrado sola y ha sabido volver a ponerse en marcha. Esperamos que consiga hacerlo una vez más. Tenía más prestigio en el mundo que todas las demás repúblicas yugoslavas y ha perdido más que las demás. Por fortuna, a los criminales que han terminado en La Haya y en Scheveningen no se les permitirá ocupar en el Parlamento los escaños ganados con los votos. Bajo sus máscaras estos escaños serán ocupados por sustitutos. Estos disfraces en la escena política son trágicos y, al mismo tiempo, cómicos.

¿Qué harán, dada la situación en Serbia, quienes quieran proseguir sinceramente la obra del primer ministro asesinado? ¿Qué harán aquellos que no tuvieron la fuerza necesaria, como ni siquiera la tuvo Djindjic, de agarrar el bisturí para cortar a fondo el tumor que está corroyendo las vísceras de su patria? ¿O de saldar las cuentas con los criminales que siguen campando a sus anchas; con los grandes ladrones que logran con habilidad huir de la justicia; con los mitos nacionales, que vuelven continuamente y que son reivindicados en perjuicio de la propia nación? Nadie tiene una respuesta a estas preguntas. En estos momentos cuesta incluso plantearlas.

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