La Viena de Schubert y la Argentina de Ginastera

El maestro Walter Weller, nombre familiar en España, nació y se formó en Viena junto a otro ilustre vienés de pura cepa, Joseph Krips, y accedió a la tarea de conductor tras haber sido concertino en la legendaria Orquesta Sinfónica. Su programa de esta semana al frente de la Nacional resultaba ilusionante, pues estaba consagrado a Schubert, con un alto entre Rosamunda y la Sinfonía en Do, para exponer el bellísimo Concierto para arpa, de Alberto Ginastera.

Ni siquiera nubló los resultados la fuerte afección gripal que Weller padecía y que le obligó a alternar su mando "a pie" con sus insinuaciones entrañables desde el asiento. Lo cierto es que disfrutamos de un concierto excelente tanto en el caso del mejor Schubert, en la Sinfonía nº 9, la de "divinas longitudes", como diría Schumann, cuanto en la obertura y la música para "ballet" de Rosamunda. Con todo, el caso de la Sinfonía Grande se alza no ya en el catálogo schubertiano, sino en el panorama del sinfonismo romántico como una cima, tan elevado en su género como en el mundo del lied es el Viaje invernal, sobre Müller, datado en 1828.

Cada vez que escuchamos esta música inmensa e intensa pensamos en Gustav Mahler dirigiéndola en Hamburgo, Viena, Nueva York o Brooklyn en programa con Zarathustra, de Strauss, o en contraste con la Sinfonía Española, de Laló, protagonizada por Pablo Sarasate, en Hamburgo, 1894. Y es que el planteamiento, la ambición, la imaginación y el orden supremo de ideas son sentimientos y expresiones que parecen desvelar conceptos. Además, la Sinfonía en Do resume, y en mucho anticipa, las vías por las que la forma sinfónica definida por Haydn y Mozart se extendería a otros ámbitos y emociones de raíz vienesa, esa Viena que "no cae en el horizonte del espíritu", como escribiera José María Valverde.

Brava interpretación

Brava, bravísima interpretación la de Weller y los profesores de nuestra Nacional, gracias a una comunicatividad, una pasión serenada y con la más deseable magia o misterio: el de la luz sobre la naturaleza y sobre la soledad del hombre. Las ovaciones fueron de excepción por parte de un público capaz de seguir expectante los primores de la invención de Alberto Ginastera, en un momento de madura evolución, en el que, todavía, no quiere desprenderse de las tradiciones de su país. Escrito en 1965 y estrenado por Nicanor Zabaleta, el Concierto del gran argentino tuvo ahora un solista de tan alta singularidad como es el francés Xavier de Maistre (Toulon, 1973).

Desde el arpa, a veces con una conveniente amplificación, De Maistre ensalzó bien no sólo la belleza de unos pentagramas magistrales, sino también la naturaleza "impresionista" que se esconde en el compositor y, no menos, en el mismo instrumento. Ginastera, reconocido en vida como uno de los creadores egregios de la latinidad, debe figurar más frecuentemente en nuestros programas, pues recordarlo desde las lejanas Estancias o la misma Pampeana no es suficiente para medir con acierto e incorporar con pasión su entero legado artístico.