Noches tranquilas en Lanzarote
Realmente, el mundo es de talla mediana. Así lo define el escritor francés, el penúltimo enfant terrible literario, Michel Houellebecq. Un campo de batalla, un supermercado, un camarote de los hermanos Marx. Así es también uno de los más extraños paisajes donde el mundo se llama Lanzarote. El escritor francés pasó allí unas vacaciones de fin de año, los principios de 2000. De esa experiencia salió un libro realmente alucinado, marciano como el paisaje de la hermosa isla. En el lugar del voluntario exilio de Saramago, Houellebecq encuentra no los vientos, el silencio, la tranquilidad del Nobel -por cierto, gracias, José y Pilar, por aquel fin de año que pasé en vuestra compañía y repitiendo campanadas-, sino un lugar propicio para poetas herméticos franceses, un buen lugar para experimentar síntomas de aburrimiento muy sólidos. No se aburrió el francés entre esos aires de "western metafísico", en medio del desierto mineral, en ese lugar que le hizo imaginar cómo sería el mundo una vez muerto. Lo imaginó como el escenario ideal para que se manifestaran los extraterrestres. ¡Qué pena!, se equivocó de año. Sería magnífico que hubiera coincidido este fin de año con las estrellas terrestres, y principalmente españolas, que allí se dieron cita en la entrada de este año marciano y bisiesto. Una inusitada constelación del ghotta nacional con incrustaciones europeas. Se hubiera divertido mucho más que con su irónico libro. En su Lanzarote, el paisaje humano se parece a una película del primer Almodóvar con lesbianas alemanas, componentes de sectas del fin del mundo, policías luxemburgueses o jubilados anglosajones. No este año, el mundo de la política, el cine y alrededores se habían propuesto unas tranquilas vacaciones en Lanzarote. ¡No sabían la que les caía encima!
Un hotel de lujo, con ofertas para la talla media, para los operadores que ofrecen un bienestar con fondo de cantantes estilo Operación Triunfo. Anexo, unas villas más exclusivas, donde la mejor oferta es la privacidad a tiro de playa. El paquete elegido por Rodríguez Zapatero y su discreta familia fue el de la media pensión, con vistas al mar, diversiones y excursiones incluidas, ideal para una familia media europea. El mismo que Carme Chacón. También la opción de Alcira García Maroto, que ejercía de abuela simpática, y que es algo así como la Carmen Balcells del cine, pero con menos derechos de autor. En la zona más discreta, en las separadas villas, las mismas que alguna vez utilizaran dos metafísicos como Aznar y John Malkovich, cerca pero no revueltos, pasaron el fin de año unos cuantos amigos: Pedro Almodóvar, Bernardo Bertolucci; su mujer, Claire People; Chema Prado -director de la Filmoteca, gallego y cosmopolita, excelente fotógrafo y amigo de medio mundo exquisito-, Marisa Paredes y su perro. El mundo es de talla media, pero hay lugares del rito del lujo que lo hacen parecer nuestro pequeño mundo. También en el mismo hotel estaban Andrés Vicente Gómez y Concha García Campoy. Desaparecieron en fin de año, no sé si para huir de tantos galácticos o para atender su Calle 54 y estar cerca de Paquito de Rivera, el genial saxofonista, que tocó su vida sexual en compañía de Sabina, Torrente y otros cuantos atléticos madrileños.
Noches tranquilas en Lanzarote. Bueno, relativamente, porque también al hotel llegó una estrella de la alta basura televisiva, Lidia Lozano. Que no estaba allí precisamente para leer a algún semiótico, ni la Revista de Occidente. No, eso se lo deja para su hermano, el profesor Jorge Lozano. ¿Qué hacía allí la discreta Lidia? ¿Estaría Lidia al acecho del dúo de moda? ¿Se habría enterado de que en un hotel cercano, en su suite real, estaban alojados la suave hoz y el martillo de herejes? Con la venia de la pareja principesca, la pareja del siglo de esa semana eran el ministro Francisco Álvarez-Cascos y su nuevo amor, María de la Hoz Porto. ¿Y dónde mejor que en Lanzarote para la privacidad de un nuevo amor?
Si buenos fueron los días isleños, mejor resultó el regreso de la singular pandilla accidental. Me cuentan que Cascos, solícito y simpático, ayudaba con los equipajes a ciudadanos del pasaje, como si se tuviera que ganar el voto para su próxima acta de diputado en Asturias. Ante los previsibles retrasos, algún pasajero le preguntó si él no tenía mano con los aviones. Y su reciente pareja, que sabe mucho de arte, pero poco de competencias políticas, se volvió a su enamorado y dijo: "¿Tú no tienes nada que ver con Iberia, cariño?". En fin. Ya se irán conociendo.
María de la Hoz, si me permites un consejo gratis, más que nada por el cariño que le tengo a tu padre, hazte cuanto antes con un cuadro del asturiano Vivancos. Una inversión segura. Está esperándote en un bar de Oviedo, el Pick-up, justo al lado de la catedral. Letizia sabe. Es un curioso retrato pop en el que puedes ver, relajado, joven y sonriente, a tu Francisco. Y por si fuera poco, en compañía de Eduardo Úrculo, Corín Tellado, Gustavo Bueno, Víctor Manuel, Juan Cueto, Chus Quirós y otros que siento no recordar. Sinceramente, si yo fuera galerista, digo, es un decir, no lo dudaría. Una inversión más segura que el AVE, a Lleida quiero decir. Lo asturiano está de moda.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.