Libertad
Hablamos tanto y tan ligeramente de libertad que la hemos logrado encerrar en una suntuosa urna, en un recinto cerrado donde no la dejamos respirar, vivir y crecer por sus propios medios, donde le damos la forma que nos interesa sin contemplar la posibilidad de errar en nuestra concepción de la misma. Y allí, confinada, va deteriorando su esencia hasta pudrirse, hasta resultar insoportable su hedor. Queremos ponerle puertas al campo sin advertir que es una quimera.
Muchos aseguran, con la boca henchida de orgullo, que eligen su destino y se quedan tan anchos: se creen su propia mentira. Están convencidos de ser muy diferentes al resto de los mortales por discrepar de la media, por no andar por el sendero trazado para la mayoría. Pero no analizan con detenimiento lo que significa vivir en sociedad: ceder parcelas de nuestra libertad individual en aras de la convivencia. La queremos toda, sin parar a pensar que los demás también pueden tener la misma aspiración.
Nadie puede asegurar que cuando realiza una acción ésta no esté condicionada por algo o alguien a su vez. Actos tan cotidianos como fumar, comer, leer, ver una película o comprarse ropa son imposibles de realizar con independencia absoluta; fumamos los cigarrillos que existen en el mercado, no plantamos y recolectamos el producto con nuestro esfuerzo; comemos lo que alguien nos prepara, no prendemos de la madre naturaleza los alimentos que consumimos; leemos lo que se publica, lo que alguien quiere que leamos; vamos a ver las películas que hay en cartelera (incluso las independientes), o las que alguna persona nos enseña, porque hay un tipo que nos la prepara y sirve a su gusto; compramos la chaqueta que mejor nos sienta de entre el muestrario que una serie de diseñadores ha creado, no la creamos con nuestras manos y, aunque así sea, es con los tejidos que existen en el mercado. Siempre hay alguien detrás de cada acto optativo.
Sólo los pensamientos son libres (o deberían serlo) y por esa razón se cotiza tanto intentar manipularlos, adecuarlos a lo que a unos pocos interesa. Y contra esa domesticación de las ideas a la que nos quieren someter hay que luchar, cada cual con sus capacidades: Nos va el futuro (y el orgullo) en ello. Y el futuro, nuestro o de quien de verdad nos importa, llega y deseamos que sea el mejor. Pero para que ello sea posible hemos de sembrar una semilla: La planta del bienestar no crece sola. No podemos pretender que el edificio de la bonanza se construya solo, hemos de colocar ladrillo a ladrillo con tesón, sin desfallecer ante las adversidades, para que algún día luzca esplendoroso y no se derrumbe ante la mínima contrariedad.
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