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Columna
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La aritmética electoral del PSOE

El PSOE aprovechó el tiempo muerto del período navideño para ir dando a conocer -mediante la técnica del goteo- su proyecto de programa electoral, que será debatido en la Conferencia Política convocada para los días 17 y 18 de enero. Aunque los premios gordos más esperados (la reforma fiscal y el sistema de financiación autonómica) no hayan salido todavía del bombo, el listado de objetivos es amplio, detallado y variopinto. Junto a las propuestas de perfil institucional (sobre el Senado, el reglamento del Congreso, la financiación de los partidos, la ley electoral o la Administración de Justicia) y de alcance universal (sobre educación y sanidad), el programa se ocupa también de quejas y aspiraciones específicas; de esta forma, la aritmética electoral del PSOE se propone sumar el voto de colectivos descuidados por el Gobierno (los discapacitados o los ancianos sin asistencia domiciliaria) y de sectores favorables a las reformas ya vetadas por el PP (la ampliación de los supuestos de aborto, la despenalización de la eutanasia, el matrimonio entre personas del mismo sexo, las cuotas de género en las listas electorales o la discriminación positiva de la mujer en el acceso a la Administración). También las posibles alianzas post-electorales se prestan a la aplicación de esa optimista aritmética: si Rajoy no consiguiera mayoría absoluta, quedaría entornada la puerta para una eventual coalición de gobierno de los socialistas con otros grupos parlamentarios.

La analogía entre votantes y compradores -utilizada imaginariamente para ilustrar el funcionamiento real de la democracia representativa- destaca las semejanzas entre las ofertas políticas de los partidos y las ofertas comerciales de los empresarios, dirigidas ambas a conquistar las preferencias -según los casos- de los ciudadanos y de los consumidores. Si la comparación de las urnas con el mercado fuese satisfactoria a efectos operativos, una sabia traslación de las técnicas de marketing al terreno electoral daría la victoria en las urnas a los mejores vendedores de un producto político. Bastaría con que los diseñadores de los programas de los partidos estudiasen minuciosamente -desde el lado de la oferta- las demandas procedentes de los diferentes sectores y les dieran la respuesta más satisfactoria posible, tal y como hacen los empresarios con sus clientes; el ciudadano sopesaría luego reflexivamente- desde el lado de la demanda- las ofertas políticas disponibles para escoger la propuesta merecedora de su voto, al igual que hace el consumidor con los modelos de automóvil antes de efectuar su compra.

La experiencia enseña, sin embargo, que la subasta de promesas electorales no da necesariamente el triunfo al partido que mas alto puja durante la campaña. Los votantes pueden llegar a la conclusión de que una oferta es contradictoria con el resto del programa, hiere su sensibilidad o ignora la escasez de recursos. La capacidad de los ciudadanos para escoger racionalmente entre las múltiples propuestas también está sometida a severas limitaciones: desde los elevados costes de la información necesaria para comparar entre sí diferentes ofertas hasta los sesgos emocionales producidos por planteamientos ideológicos o simpatías personales. En cualquier caso, los debates sobre la coherencia interna y la factibilidad de los programas no agotan los contenidos de las campañas: la confianza o el recelo hacia los candidatos que pretenden gobernar compiten ventajosamente con el escrutinio de sus promesas.

El PP no sólo dirigirá sus críticas a la aritmética utilizada por los socialistas para agregar votos procedentes de diversas demandas sectoriales mediante ofertas programáticas que no siempre calculan su coste o su compatibilidad; también lo hará con la aritmética del PSOE para sumar aliados en una eventual coalición post-electoral. El argumento preferido de los populares para pedir al electorado la mayoría absoluta será el fantasma de la ingobernabilidad derivada de unos hipotéticos resultados que dejasen a Rajoy por debajo de los 176 diputados pero que tampoco diesen a los socialistas el número de escaños suficientes para articular una coalición alternativa coherente y estable.

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