_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Real visita

La verdadera noticia de este 6 de enero podría haber sido la de que los Reyes Magos hubieran decidido este año quedarse en Oriente, que es donde de verdad se necesitan sus regalos y, sobre todo, sus prodigios. Eso no quiere decir que, como la realidad prueba muy bien, todos los niños estén aquí sobrados, no ya de juguetes, sino ni siquiera de comida. Pero quizá los niños madrileños en general hubieran comprendido tan sensata noticia y, miren por dónde, privándolos de la mágica visita por una vez, se hubiera ejercido una buena pedagogía con los pequeños en el intento de hacerles penetrar en la realidad por medio de la ficción. Los que quizá lo hubieran llevado peor serían los propios Reyes Magos, y no porque les falte un corazón magnánimo, ni porque carezcan de sensibilidad para ver que el nuevo Niño Jesús se muere de frío sobre las ruinas de Irak o de Irán y sufre las amenazas de Herodes Sharon en tierras de Palestina, sino porque en todas esas tierras ocupadas o abatidas por la tragedia no hay lugar para el sueño, que es el territorio en el que Melchor, Gaspar y Baltasar se mueven. O, porque en todo caso, ellos también necesitan un respiro.

Creo que Melchor, nada más llegar a Madrid, quedó sorprendido por la modernidad de la luminaria navideña, y lo primero que declaró Gaspar fue su satisfacción por las trompetas barrocas y los timbales de la cabalgata. Baltasar no podía creerse lo de los niños africanos que lo rodeaban y bailaba al son de la música étnica en la plaza Mayor. Supongo que los Reyes serán tres santos, o como si lo fueran, pero no se alimentan de cirios de beatas ni conceden favores desde los altares: están instalados en el cuento, en la fantasía y en el prodigioso territorio de la inocencia, que es donde cualquier monarquía encuentra hoy más cómoda permanencia.

A los republicanos nos tendría que hacer más gracia Papá Noel, pero las monarquías son más irreales y donde más se justifican los reyes de cualquier clase es donde están acompañados de la magia o son parte de ella. Además, es más fácil disfrazarse de Papá Noel que de Rey Mago y de esa facilidad procede la impostura frecuente de ese gordo con barba blanca que transita por las tierras ocupadas o por los centros comerciales como un símbolo adelantado de la peor globalización. Que Bush se disfrace de Papá Noel y se pasee así, de incógnito, entre las tropas americanas de Irak, con lo bien que le queda ese uniforme, mostrándolo igual en su propia identidad que en la del mismo mito navideño, es tan posible como que aquí lo haga uno de sus secuaces disfrazándose de Baltasar, por ejemplo, si bien los de aquí no necesitan ese disfraz para sentirse monarcas, aunque tampoco les resulte tan fácil emular a los reyes: cualquier Melchor parece más listo que Papá Noel.

Pero, a pesar de todo, la iconografía de los Reyes Magos no queda libre de ser manipulada, algo que no conviene contar a los niños y que quizá tampoco nos convenga a nosotros recordarlo en la medida en que seguimos necesitados de creer en los Reyes. Porque otra noticia hubiera sido que los magos de Oriente, y sobre todo Baltasar, por su color, se encontraran con problemas en las aduanas o tuvieran que jurar por sus muertos que no están dispuestos a quedarse a trabajar aquí. No obstante, supongo que en ese caso la concejala de las Artes se emplearía a fondo ante el Ministerio del Interior para que no le estropearan su cabalgata. No en vano ha trabajado Alicia Moreno para que Melchor, Gaspar y Baltasar paseen por Madrid como si lo hicieran por Barcelona, que es una novedad con la que los reyes no contaban.

Entrar en la ciudad, rodeados de música, teatro en la calle, el Ratón Pérez y el Mago de Oz sumándose al desfile, les ha permitido trabajar y divertirse como unos reyes modernos. Ya en su visita de esta noche depositaron carbón en abundancia junto a unos zapatos que creyeron de Tamayo y Sáez, al parecer perdidos en Carabanchel, y en la casa de la presidenta aristócrata de la Comunidad dejaron la promesa o la amenaza de venir el año próximo en pateras y dirigir un mensaje a la infancia por Telemadrid y no en Radio Taxi, aunque a la señora marquesa le parezca una ordinariez dejar un zapato abandonado en sus balcones. En la casa del alcalde, lector de Rilke, dejaron poesía española: El sueño verdadero (Visor), la obra completa de Vicente Gallego. Podrá leer en sus páginas: La infancia es un regalo que disgusta / porque uno no sabe de qué sirve, / y, cuando al fin lo entiende, ya lo ha roto.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_