Elogio de la paciencia
Lo cuenta el escritor israelí Amos Oz en su ensayo titulado Contra el fanatismo (Ediciones Siruela, 2003), cuya lectura recomiendo encarecidamente. Cuenta que su abuela le explicó, cuando él era un niño, la diferencia existente entre los judíos y los cristianos: los judíos creen que el Mesías ha de venir algún día; los cristianos, por su parte, creen que el Mesías ya se hizo presente en una ocasión entre los hombres y que regresará de nuevo en el futuro. Esta es la cuestión que ha generado tanto odio, tantas persecuciones y derramamiento de sangre. Una cuestión de tiempo. Una cuestión que, en opinión de la sabia abuela de Amos Oz, podría ser fácilmente desactivada. Bastaría con esperar y ver qué pasa. Si un día, quién sabe cuándo, se presenta entre nosotros el Mesías y al llegar dice: "¿Qué tal estáis?, me alegro de conoceros", habrá que concluir que los judíos tenían razón, que el Mesías viene a nosotros por primera vez. Si, en cambio, el Mesías llega diciendo: "¡Hola, me alegro de volver a veros!", significará que ya estuvo antes entre nosotros, por lo que serían los cristianos quienes estén en lo cierto.
Como señala Oz, su abuela era capaz de vivir en situaciones con final abierto, en medio de conflictos no resueltos, dispuesta a reconocer la otredad de los demás, en particular su diversa vivencia del tiempo. "Si los hombres pierden el sentido de la paciencia, es porque no saben ya vivir en el tiempo del otro; porque cada cosa, cada acontecimiento, se debe modular según su propia manera, a menudo ávida, de valorar el tiempo". Recojo esta reflexión del libro titulado La paciencia. Pasión de la duración consentida, editado por Catherine Chalier (Ediciones Cátedra, 1993). Y continúa: "El tiempo se vive en plural. Sólo la paciencia consiente en esta publicidad sin querer reducirla a cualquier precio y autoritariamente a una norma común que, habitualmente, es la de los intereses egoístas". Pero la paciencia ha dejado de ser una virtud en una sociedad crecientemente mcdonalizada, donde la gestión del tiempo se ve sometida a estrategias de racionalización que persiguen acortar los plazos, acelerar los ritmos y hacer que el final de cada proceso se aproxime cada vez más a su inicio. Cortar por lo sano, romper y rasgar, dejar las cosas claras, poner las cosas en su sitio, acabar cuanto antes, son las actitudes y los propósitos alimentados y valorados por una cultura para la que la duración se ha convertido en un contravalor. Por eso el control del tiempo de los otros, más aún que el del tiempo propio, se ha vuelto fuente de poder.
Evidentemente sólo se puede pedir paciencia a quien dispone de tiempo. No es aceptable reclamar y esperar paciencia de quien está herido por la violencia o por la injusticia, del hambriento, del desnudo. Hay, por supuesto, situaciones límite en las que una intervención rápida y decidida es la única opción, aún cuando no existan garantías de que dicha intervención pueda ser la solución. También en los asuntos sociales y políticos es preciso, en ocasiones, recurrir a la cirugía de urgencia.
Ahora bien, yo me pregunto: ¿tenemos nosotros, las mujeres y los hombres que conformamos la sociedad vasca, tiempo para abordar con paciencia los problemas que nos sacuden en los últimos tiempos? ¿O estamos obligados a forzar los tiempos, a relacionarnos agónicamente con nuestro presente y nuestro futuro? "En todas sus formas, la impaciencia es, tras el rechazo del tiempo, un rechazo del otro y un sometimiento a las pulsiones de sí mismo", escribe Bertrand Vergely en La paciencia. Desde hace más de un año tengo la sensación de que estoy siendo privado de mi propio tiempo, de que mi tiempo me está siendo enajenado. El tiempo político vasco ha perdido pluralidad. Marcar los ritmos, lo llaman, cuando no es sino imponer a todos el tiempo de algunos.
Cuando lo único dramático es el terrorismo, ¿por qué esta gestión tan impaciente de los procesos políticos? Tenemos tiempo. Para todo lo demás tenemos tiempo. Nada mejor que un año que se inicia para recuperar el tiempo perdido, un tiempo que ha de ser de todos, un tiempo que ha de ser plural. Un año por delante para volver a la virtud de la paciencia, pasión de la incertidumbre compartida y no impuesta, oxígeno para habitar en situaciones con final abierto. Oportunidad, en fin, para volver a encontrarnos en el camino, en lugar de enfrentarnos por controlar el calendario.
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