Reliquias del tiempo
A finales del siglo XVIII al reverendo William Gilpin se le ocurrió la extravagante idea de salir a caminar a los campos de Gales sin que mediara ningún motivo concreto ni necesidad, sólo por el placer de dar paseos durante los que contemplar la naturaleza con ojos estéticos. De esta manera surge el interés por el paisaje rural que dará origen a la visión pintoresca del Romanticismo. En aquella tradición del paseo pintoresco, despertada por el Land art a partir de 1968, se inscribe el trabajo de Miguel Ángel Blanco (Madrid, 1958). Pero, a diferencia de William Gilpin, que salía al campo a tomar apuntes para realizar grabados, Blanco recoge pequeños elementos, tales como hojas, piedras, líquenes, plumas, cortezas o semillas, que reordena y coloca en cajas con las que formaliza unas obras artísticas que, sirviéndose de la técnica del collage, entroncan con el mundo objetual de la posmodernidad.
MIGUEL ÁNGEL BLANCO
Fundación César Manrique Taro de Tahiche. Lanzarote Hasta el 8 de febrero de 2004
Las obras de Miguel Ángel
Blanco se inscriben, además, en otra fructífera corriente de reflexión intelectual que hinca sus raíces en el corazón del pensamiento ilustrado, cual es la dicotomía entre cultura y naturaleza. Por eso sus obras cobran la apariencia de libros que se acumulan en compactos estantes hasta formar lo que él denomina la "biblioteca del bosque", formada por casi un millar de estuches. Físicamente esos trabajos son cajas-libro de madera en las que han quedado encerrados fragmentos de naturaleza que han sido escogidos en el transcurso de múltiples paseos por muy diversos países. En esas cajas, a través de elementos encontrados de formas, materiales y colores sorprendentes, se muestran visiones subjetivas de una naturaleza insólitamente recreada. Cada una de las cajas, como si fuera un libro, tiene una cubierta y unas páginas que preceden a la aparición de esas composiciones que se expresan a través de su materialidad y rugosidad. Esas páginas iniciales, formadas por dibujos, grabados o fotografías tratadas, complementan y completan los objetos naturales convirtiéndolos en signos culturales.
Por invitación de la Fundación César Manrique, Miguel Ángel Blanco ha recorrido el "malpaís" del volcán de la Corona, en Lanzarote, recogiendo muestras de líquenes, aulagas, cenizas, fósiles, piedras y resinas, creando con ellas unas obras muy específicas que se terminan convirtiendo en minúsculos paisajes, en imágenes físicas y emocionales de las contracciones telúricas del suelo, de los vientos salinos, del color de la ceniza volcánica, de la luz reverberante del mar. Así, los elementos más nimios que constituyen las obras se convierten en reliquias del tiempo y las cajas en esencieros que conservan aromas del lugar o en pequeñas cámaras de resonancia que, al ser abiertas, reproducen los ecos de prehistóricos litófonos que, despertando de su silencio de siglos, despliegan destellos de pétreas sonoridades ante los ojos del espectador.
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