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Serenidad patriótica, por favor

Ya no pienso escribir más páginas sobre el magnífico escenario político de Cataluña porque la mayoría de los ciudadanos ya lo han aplaudido, aunque sea con diversas intensidades, y porque los recalcitrantes no se dejarán convencer hasta que haya pasado el enfado y los resentimientos y hayan comprendido que tendrán que participar en los grandes retos nacionales que se avecinan, unos retos que hasta ahora parecían subestimados ante las urgencias más metafísicas de algunas identidades esenciales. Considero ese escenario político casi incuestionable porque ha clasificado a los ciudadanos de una manera más natural y, sobre todo, más normalizada. Durante años, el catalanismo oficial se ha atrincherado en la política de centro derecha, representada por CiU, con lo cual han quedado pocas grietas para ubicar en ellas otras evidentes conciencias nacionales que han tenido poco espacio parlamentario (ERC) o que han sido acusadas de españolismo porque se federaban con otras fuerzas de izquierda del Estado español (PSC y ICV).

CiU debió abstenerse durante la votación del presidente, ofreciendo el camino de los pactos catalanistas

Este desorden sustancial se multiplicaba con los errores de cada grupo, como consecuencia de una distribución equívoca. A los socialistas se les ha podido acusar de estar demasiado próximos al PSOE y de caer en el peligro de ser manoseados por el centralismo españolista de alguno de sus sectores demasiado influyentes. Por otro lado, CiU ha pactado y ha gobernado con el PP, representante exaltado del centralismo menos democrático, e incluso ha sido decisiva en el nombramiento de José María Aznar para la presidencia del Gobierno español; todo ello sin lograr avanzar -a lo largo de 23 años de Generalitat convergente- en los grandes temas de la gobernación de Cataluña como son el déficit fiscal, la transferencia de competencias, la normalización del catalán o la mejora del autogobierno. Sus mismas alianzas, en vez de abrir espacios de diálogo, han servido para cerrarlos o, por lo menos, para frenarlos y desvirtuarlos.

Pero la situación acaba de cambiar radicalmente. Ya no podemos decir que el país se divide en catalanistas de derechas y españolistas de izquierda. Los cuatro partidos representan maneras distintas -y en algunos puntos coincidentes- de proponer el futuro de Cataluña a partir de una evidente conciencia nacional. Fuera de ellos sólo queda el PP, que matemática e ideológicamente está en otro mundo con un discurso ininteligible y a menudo bárbaro, aunque se le debe conceder la esperanza de un cambio oportuno cuando el pueblo se lo reclame. Ahora, ha quedado claro que los ciudadanos -los que han asumido el normal concepto de nación identificada- se dividen en otros dos grupos que descomponen la anterior clasificación. Ahora podemos hablar simplemente de ciudadanos de derechas y de ciudadanos de izquierdas, aunque, dadas las circunstancias tan temerosas con los extremos, ya nos conformamos en situarlos a la derecha y a la izquierda de un centro cauteloso.

Pero ninguno de estos cuatro partidos debe olvidar que la defensa nacional de Cataluña es una finalidad que está por encima de sus particulares programas y que tendrán que encontrarse defendiendo juntos en Madrid el nuevo Estatut y sus consecuencias, frente a un PP todavía potente. Los socialistas del pacto tripartito ya lo han demostrado arrancando al PSOE algunas declaraciones -todavía tímidas e insuficientes- que lo van aproximando lentamente a los intereses nacionales de Cataluña. Y espero que esta posición se completará con la creación de un grupo propio en el Congreso de los Diputados o con el establecimiento de un nuevo tipo de autonomía parlamentaria después de las próximas elecciones legislativas.

En cambio, no se acaba de ver en CiU una actitud paralela, abierta a lo que, forzosamente, tiene que ser un pacto nacional frente al Gobierno del PP. Seguramente estamos bajo la fiebre del disgusto electoral y hay que esperar la superación del morbo. Pero habríamos agradecido que en la elección del presidente, en vez de votar en contra, siguiendo el gesto del PP, se hubiera abstenido, ofreciendo así el camino de los indispensables pactos catalanistas. También se habría agradecido que el conseller en cap saliente se hubiera comportado con mejor educación y buen humor a la hora de traspasar sus cargos. Me han dicho que lo único que Carod encontró en el despacho de Mas es el bolígrafo de la secretaria. Esto ha sido una nota discordante de la operación, tan civilizada y tan democrática, una nota que parece cercana a los exabruptos chulos de los políticos madrileños. Lo peor de esos rasgos es que, ante ellos, algunos ciudadanos nos tememos que CiU persista en sus tentaciones hacia el PP. Ahora, en Cataluña, esto no es viable porque los números de votos no lo permiten, pero las elecciones generales están muy próximas y la tentación puede cundir si no se demuestra muy claramente un cambio de rumbo hacia la defensa nacional por encima de todo y al margen de ser de derechas o de izquierdas.

Espero que no tengamos que lamentarlo y que las afirmaciones nacionalistas de CiU den consistencia a los pactos catalanistas que habrá que engendrar en el Parlament. Si Jordi Pujol continúa al frente del partido, hay, por lo menos, la garantía de su responsabilidad y, sobre todo, de su serenidad patriótica.

Oriol Bohigas es arquitecto.

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