Fans
Hace algunas semanas vi a María Teresa Campos en televisión tocando el tema de Michael Jackson y sus supuestos delitos de pederastia con una cautela ultraexquisita. Creo que puedo imaginar el porqué de su excesiva precaución: porque los fans de Jackson son uno de los colectivos humanos más virulentos que he conocido en mi vida. A poco que menciones críticamente al cantante, se abalanzan sobre ti cual bombarderos de la Legión Cóndor, enterrándote en centenares de emails insultantes y cartas furibundas. Y no es sólo que exijan respetar el principio de inocencia del acusado, un derecho esencial y evidente que posee tanto Jackson como cualquier persona, sino que ni siquiera te dejan decir de él las cosas más obvias, como, por ejemplo, que es un hombre de una extravagancia estupefactante. Ahora que arrecia el escándalo en torno a su ídolo, me imagino a los fans haciendo horas extras para despachar cartas y más cartas de protesta.
A mí todo este caso me parece de lo más triste y sórdido, y Jackson me da verdadera pena. No es de él de quien quiero hablar, sino de ese inquietante impulso fanático que se acurruca en el corazón de los humanos. Nada más anunciarse que el cantante volvía a tener problemas, miles de seguidores suyos se echaron a la calle jurando con plena convicción que era inocente. ¿Pero cómo lo saben? Es dificilísimo conocer a los amigos, a los amantes, a la gente con la que convives; es casi imposible conocerse a uno mismo. ¡Y los fans están seguros de poseer toda la verdad sobre un tipo al que jamás han tratado! En sus excesos de mitificación, los fans de las estrellas pop nos parecen ridículos, pero en realidad no son tan distintos de las demás personas. El fanatismo nace de una hambruna esencial en el ser humano, del ansia del ideal de la perfección absoluta, de la bondad absoluta, de la verdad sin sombras. Los santos de las distintas religiones o los mártires nacionalistas son idolatrados desde una necesidad y una ceguera fanática semejante a la de los seguidores de Michael Jackson. Y, si rebuscas bien en el interior de tu cerebro, seguramente hallarás cierto eco de ese deseo loco y elemental de creer en alguien perfecto. El fanatismo es una alimaña que nos acecha a todos.
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