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Columna
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Aguinaldo

Como todos los años, compruebo que las fiestas navideñas han dejado de ser un acontecimiento de honda raigambre espiritual y religiosa para convertirse en una desaforada operación comercial, y esta constatación me produce una satisfacción sin límites. Cada cual es libre de practicar cultos y expresar creencias a su antojo, pero a escala comunitaria, cuando un suceso significativo se sale del ámbito religioso para entrar en el laico, le pongo un cirio a san Pancracio. Porque creo que el amable rito navideño de la misa, el pesebre y la zambomba sólo es una tregua en el rodillo de oscurantismo, culpa, amenaza y coacción en que consisten todas las religiones institucionalizadas. Aunque en conjunto la cosa sea un poco hortera y, para qué engañarnos, bastante estúpida, prefiero el ceremonial de las tiendas engalanadas, las cuchipandas y el intercambio de teléfonos móviles y otras baratijas caras, incluida la discreta y ancestral corbata.

En el Tesoro de la lengua castellana, Sebastián de Covarrubias propone para la palabra "aguinaldo" un origen latino, otro griego, otro árabe y otro hebreo, con lo que se ve que la fiesta del dar y el recibir es de todos, y antigua como el hombre. Pero, claro, con esto no basta. La avaricia, la envidia, la vanidad, las flaquezas de la naturaleza humana y el quebranto del contrato social pueden convertir cualquier banalidad en un asunto feo. El propio Covarrubias nos advierte "que en el Concilio Altisidorense se manda que no se den los aguinaldos diabólicos en el día de Año Nuevo". Como el docto autor no explica en qué consisten estos aguinaldos, cada lector habrá de recurrir a su experiencia personal o a su imaginación. Pero no por eso hemos de arrojar la toalla, ni permitir que la religión oficial monopolice las pocas virtudes que tenemos. Así que en estas festividades hemos de esforzarnos por ejercer la paciencia, la magnanimidad, la mansedumbre y la generosidad. En dos palabras: buen rollo. Aunque sólo sea para llevar la contraria al Concilio Altisidorense. Y, al hilo de esta reivindicación, no exenta de moralina, aprovecho la ocasión para desearles buenas fiestas, con cava, pavo y turrón como en mi infancia solía hacer por estas fechas su seguro servidor, el farolero.

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