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Columna
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Marimorena

En un rapto de lucidez remitió a sus hijos, nueras, yernos, nietos y herederos un tarjetón con este comunicado: "Habida cuenta de los desagradables incidentes familiares acaecidos en anteriores celebraciones navideñas, este año no doy festín de Nochebuena ni nada de nada. Lo organizáis como Dios o el diablo os den a entender. No os destrocéis entre vosotros, como de costumbre; no despellejéis a los ausentes; no montéis la marimorena. Ande, ande. Yo me voy al Uruguay sin temor a naufragar. Os dejo invitaciones, con derecho a limonada, en el café Central para brindar con Javier Krahe, que imparte allí por estas fechas lecciones magistrales de misantropía para mosqueados. Os quiero, pero lejos". Firmado: María del Olvido, marquesa viuda de Puntabrava.

No carece de razón la honorable dama. Está comprobado que las celebraciones pascuales de invierno propician memorables broncas familiares, algunas de las cuales acaban como el rosario de la aurora, pidiendo a gritos un comisario, un bombero, un sicario, un Samur, un cura, una pastilla. Impresentables borracheras (a las que no son ajenas la infancia y la tercera edad, ni siquiera el clero y los vegetarianos); orgía irritante de villancicos envenenados de publicidad; sobredosis de pandereta, zambomba, rascayú y botella de anís; mulas, bueyes, ovejitas luceras, pastorcillos, un catalán insigne cagando ante el portal; burras cargadas de chocolate, camellos cargados de todo. Y beben y vuelven a beber. En fin, la marimorena. Quedan dos opciones a los espíritus sensibles: huir (como la marquesa viuda de Puntabrava) o sacar tajada, es decir, engolfarse en el embriagador ambiente de la gastronomía y el delirio.

También está permitido hacer guiños a la melancolía, zambomba en mano, porque la Nochebuena se viene y se va, pero nosotros nos iremos y no volveremos más. Sea lo que fuere, vamos a gozarla, porque esto es lo que hay, y no hay nada más ná, o eso parece. Mucho ojo con la marimorena. Menuda es ella, la marquesa. Y tú también.

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