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JOSEP LLUÍS CAROD | Secretario general de ERC | LA INVESTIDURA DEL NUEVO PRESIDENTE DE LA GENERALITAT

Un amante de las letras que encandila auditorios

Àngels Piñol

Caras de sueño, la espera, la humedad y la primera luz sobre el mar. Josep Lluís Carod Rovira (Cambrils, 1952), con su cartera en mano y los periódicos bajo el brazo, se confundió durante años, a primera hora, entre somnolientos viajeros en el andén de las vías dos y cuatro de la estación de Tarragona para ir a Barcelona. Siempre prefirió pasar la hora de viaje leyendo, charlando o contemplando las magníficas vistas al mar, a someterse al yugo del coche. Pero pagó un peaje: sufrió la angustia diaria de no llegar a tiempo de coger el último expreso de vuelta a casa, cerca del Camí de la Cuixa, con Teresa Comas, su mujer, y sus tres hijos, Pol, Oriol y Laia. Nadie pudo convencerle de que se sacara el carné.

Obstinado y con una voluntad de hierro, Carod ha mostrado la misma resistencia romántica a conducir como a la de cuidar los dos pilares de su vida: su vida familiar en Tarragona y la lucha de sus ideas políticas. Trabajador incansable, puntual, meticuloso, organizado, ácido y con un sentido del humor cáustico, el líder de ERC es un acróbata en robarle tiempo al tiempo. Suele desabrocharse su reloj en las reuniones del partido y ponerlo sobre la mesa para que nadie olvide que con una hora, basta. No soporta, y es cortante, a quienes divagan. El tiempo es oro. Que se lo digan a él, capaz de excusarse en la sobremesa de una comida de militantes y sentarse bajo un pino para escribir un artículo político o de cultura gastronómica.

Hijo de Apeles, un carabinero aragonés que se afincó en Cambrils y dejó el cuerpo para trabajar en el puerto, y de Maria, de la familia del estanco del pueblo, Carod fue el tercero de cinco hermanos que creció entre las redes y barcas del coqueto puerto de pescadores. Cambrils es, en Tarragona, sinónimo del buen comer y puede que de de ahí proceda su fama de gourmet. Fue allí donde descubrió que algo no funcionaba al ver que su tío no sabía escribir la lengua que hablaba cuando Carod le pidió ayuda para poner Feliz Navidad en una tarjeta que quería regalar a sus padres.

Con sólo 13 años, según explica Gemma Aguilera en la biografía Saltar la paret, fundó su primer partido político, ganó poco después un concurso literario en castellano entre 180.000 escritos y estudió el bachillerato en el Seminario de Tarragona. Pero los intereses de la tierra le inquietaban mucho más que los de Dios. Quedaban mil cosas que hacer en este mundo: Cataluña seguía en manos del dictador y estaba la memoria de su tío Saturnino, anarquista, hermano de su padre y encarcelado.

Periodista frustrado -no llegó a tiempo de inscribirse en la carrera al equivocarse de día- cursó estudios de Filología Catalana en Barcelona donde militó en el PSAN y en la Asamblea de Catalunya. Fue detenido junto a Teresa Comas, profesora de catalán, su primera y única novia y también su cómplice sentimental y política. Compartió rejas con la flor y nata de la clandestinidad y vivió una escena que le marcó de por vida en un bis a bis con su padre, castellanohablante, que mantuvo, como todos, cinco minutos de emotivo silencio cuando un funcionario fascista increpó a los presos diciendo que hablaran "en cristiano".

Dicen sus amigos que este profesor de catalán es un animal de cultura, que está al día de la cartelera de cine y de teatro y no renuncia a unas entradas en el Liceo. Es también un gran orador que encandila auditorios.

Pero, por encima de todo, es un hombre de letras. Sabueso de las librerías, presume de tener una biblioteca con 15.000 volúmenes y siempre regala un libro cuando visita a alguien enfermo. Es un lector apasionado de ensayo y novela que, en la cama, roba horas al sueño. Habla italiano, francés, gallego, portugués, sabe algo de vasco y hasta ha pronunciado un discurso en árabe.

El deporte no es lo suyo, no es un viajero compulsivo y ha pasado muchas veces las vacaciones en Prada de Conflent aprovechando que era miembro de la Universitat Catalana d'Estiu. Pero el desierto le robó el alma -tiene dos hijas adoptivas saharauis que acoge regularmente los veranos- y le ha perdonado que un virus de las dunas le enviara un mes al hospital Joan XXIII de Tarragona.

Campechano, afable y amigo de sus amigos, muy por encima de ideologías, Carod compartió dos días después de las elecciones un pica-pica y unas costillas de cordero con Josep Curto (PP) e Higini Clotas, del (PSC). Su fama es tan grande que los caganers con su rostro ya se han agotado. Pero su obsesión ha sido siempre seguir siendo una persona normal. Como cuando daba clases de catalán en el Omnium Cultural de Tarragona, del que fue presidente 13 años, sustituyendo en la tarima a su mujer, cuando uno de sus hijos enfermaba y compartiendo después calçotadas o pizzas con sus alumnos. Normal para seguir paseando los fines de semana y comprar los sábados en una gran área comercial de Tarragona donde muchos le han visto empujar el carrito. O para no faltar a las grandes citas castelleras de la Colla Jove.

Pero cada vez se le ve menos. Su partido le convenció en 1999 de que se olvidara del tren y le impuso un chofer. Pero su reducto íntimo en Tarragona no se negocia. Eso es sagrado. Este hombre que se cuida, que ha dejado de fumar y ha perdido kilos, tiene la sensación de que ha robado demasiado tiempo a los suyos. Quizá por eso le gusta tanto preparar la mesa del día de Navidad. Ésta será, sin duda, una Navidad muy especial para Carod.

SCIAMMARELLA

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