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Columna
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El hueco de Marilu Bayo de Muñoz Rojas

"Queda el hueco donde la rosa estuvo", ha escrito José Antonio Muñoz Rojas. Y su precioso verso lo citó Olegario González de Cardedal para recordar a la mujer del buen poeta bueno.

Marilu ha muerto entre las cosas del campo de Antequera, como siempre vivió, con elegante entereza y sabia lucidez, afortunadamente consciente -el teólogo amigo así lo dijo- de que su persona y su belleza regresaban al origen, que para el creyente es también destino consumado en los brazos amorosos de Dios.

En su funeral, José Antonio y sus hijos se encontraron acompañados por muchos de los que formamos parte del círculo mítico del Banco Urquijo, y que luego nos dispersamos en una diáspora sin promesa de retorno, pero vivamente fecunda; ¿cuántos versos de José Antonio se alumbraron gracias a ella? Aquella experiencia compartida nos marcó hondamente, constituyentemente.

Entreví, en la velada emoción de la ceremonia, una muchedumbre de afectos y entre ellos a los Lladó -Mauri, Pilar, José, Juan-, Jaime Carvajal, Ignacio Bolarque, Jaime Urquijo, Carmen y Antonio Gómez Mendoza, Gonzalo Anes... tan fieles, tan representativos.

Pero había muchos más y destacados intelectuales, artistas, políticos, empresarios y financieros, unidos todos por la superior condición de amigos de Marilu y José Antonio.

José Antonio Muñoz Rojas y Emilio Gómez Orbaneja, bajo el liderazgo desbordante de Juan Lladó, configuraron aquel tiempo, liberal e ilustrado, del banco, decisivo en la vida empresarial y cultural española y en las nuestras, que luego continuó Jaime Carvajal.

De los tres primeros, únicamente permanece el poeta, a partir de ahora inevitablemente más solo, aunque le quede el rosal y el hueco donde Marilu estuvo.

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